Señales de los tiempos

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La paz de Dios sea con vosotros, hermanos! Siempre que estéis reunidos en nombre de Jesús, El cuidará de que tengáis buena asistencia.

¿De que queréis que os hable? ¿Del mundo corporal? ¿Del mundo espiritual?

Como vosotros sois y queréis ser espirituales, y ya ha beis dejado mucha parte de las cosas materiales, preferiréis saber lo de la vida espiritual; ¿no es así? Pues a eso venimos, para haceros partícipes e instruiros en lo que ha de venir, al objeto de que seáis vosotros los instrumentos leales y firmes de Jesús que hagan frente a los incrédulos, porque con las corrientes de la época, son muy pocos los alistados en las huestes del Evangelio.

Siendo, pues, de los escogidos como obreros de la nueva regeneración, venimos a daros instrucciones y a   revelaros lo que otros no pueden saber ni concebir; y para ello debéis de ser hombres humildes, sencillos de corazón, y llenos de fe y amor para con vuestros semejantes; es decir: debéis ser brillante y bruñido espejo al que pueda mirarse toda  la humanidad; pues sólo de ese modo podréis presentaros en la línea de combate, sin que tocia la ingratitud y maledicencia esparcidas por el mundo hagan mella en ninguno de vosotros.

Debéis ser muy purificados en el hablar, usando siempre de aquella moralidad, de aquella ternura que tenían las sublimes palabras de Jesús, y de ese modo atraeréis a las gentes, como si poseyerais un talismán. Ya que sois escarnecidos por algunos, que los conceptos denigrantes que os atribuyan, ni por la expresión, ni por la forma de expresarlos, sean nunca verdad. Rendid a los que traten de rendiros, empleando, para los que os insulten, la humildad; para los que os difamen el respeto; para los que os calumnien, la verdad sencilla y llana; y el amor, el puro amor, para los que os odien y os rechacen con violencia. Que no se manchen vuestros labios con una sola palabra de engaño ni de ira; que la blasfemia ni remotamente asome a vuestro pensamiento. Habéis de comportaros de tal nodo, que os admiren todos por la  moralidad y pureza de vuestras costumbres;  y así, si alguno pretendiera todavía calumniaros, no habréis de ser vosotros los que cuidéis de vuestra propia  defensa, que ya se cuidarán de defenderos los que os hayan tratado, y de proclamar, a  la vez la bondad de la doctrina de Jesús, puesto que dirán de vosotros que sois fieles intérpretes de ella.

Sed, hermanos; sed el ejemplo vivo para la humanidad, los apóstoles del bien, los fieles discípulos e imitadores de Jesús. Que por vuestra conducta irreprochable se advierta siempre notable diferencia entre vosotros y los demás seres; que a los que os anatematizan les cause horror y vergüenza, no vuestra revancha, sino vuestro trato cariñoso y vuestra mirada compasiva.

Empuñad el cetro, que en vosotros simbolice la autoridad de la fe, de la esperanza y del amor, y recorred el mundo, para que doquiera que paséis, quede implantada la doctrina del Nazareno.

¿No reparáis, hermanos, en las convulsiones que viene experimentando ese planeta? Los únicos que podéis concebir su razón, sois vosotros; vosotros, que no lo atribuís a la casualidad, que no lo consideráis vacuo de motivos. No hay efecto sin causa, y puesto que el efecto es grande, la causa ha de ser grande también. Tan grande, que se trata, nada menos, que de la metamorfosis completa del planeta. Vosotros, que teneos fe en Dios y que habéis recibido los oportunos avisos de los Espíritus adelantados, sois los únicos, repito, que os halláis en condiciones de  poder  concebir lo que acontece.

Sin embargo, a todo pensador no pueden pasarle desapercibidos estos estertores planetarios. Va el mundo como barco sin brújula y sin timón en alta mar, Bien sabéis que cuando un barco se encuentra en tan crítico estado, corre inminente peligro de perderse. Eso mismo es lo que está pasando con vuestro planeta. Su estabilidad es insegura, porque Dios le ha llamado a la transformación para su progreso. No os diré, porque no puedo decíroslo, porque no lo sé tampoco, cuándo ha de suceder el cataclismo: diez años, cien años, mil años de vuestro mundo, son menos que un milésimo de segundo comparados con la eternidad; y por muy desbarajustado que esté el  mundo, Dios, con su pensamiento, lo dirige, y en ese estado podría conservarlo indefinidamente; pero no hay duda de que el día señalado será fatal, y de que ese día se avecina.

¡Cuán grande será vuestra alegría cuando os halléis en el trabajo! Os lo decimos; pero ni remota idea adquirís de ello. Cuando os oímos discurrir sobre el modo y manera como habrá de realizarse la transformación, casi nos hacéis reír, y al ver vuestra sencillez de corazón, nos decimos: ¡Pobres  hermanos! Quieren ser buenos, y no obstante hallarse tan por encima de los demás, no comprenden cómo ha de efectuarse el cambio. Es natural. De todos modos, habéis dado un gran paso en la  senda del progreso, y con la perseverancia que el Maestro recomienda, llegareis a  la meta.

Nosotros, apóstoles de Jesús, no teníamos los alcances que vosotros para comprender lo venidero, y eso que éramos lo más selecto de la época, pues ni aun los sabios podían comparársenos, efecto de la ceguera a que les condenaban su orgullo y su hipocresía, Vosotros ya nabíes alcanzado el grado de perfección suficiente para vislumbrar en lo eterno; y si es cierto que tenéis que moveros entre gente estúpida que paga los beneficios con ingratitudes y que no quiere reconocer la sublime doctrina de Jesucristo, en cambio gozáis de más amplia  libertad que no gozábamos nosotros, y vuestros gobiernos cooperan en mayor o menor escala al adelanto; de manera que todo favorece más a vuestra misión que favoreció a la nuestra, sin que ello quiera decir que no se os imponga la lucha, porque los refractarios a la moral y al bien, en todos los tiempos oponen y opondrán la misma resistencia.

Es muy de sentir, hermanos míos, que esos genios que han desarrollado tanto su inteligencia en ciencias materiales, no la hayan desarrollado en igual medida en ciencias espirituales, y se queden, por lo tanto, a menos de mitad de caminó. Son los sabios materialistas a quienes debéis que la razón y la libertad de conciencia no hayan sido aplastadas por la reacción autocrática, y esto ya es un inmenso bien; pero pudieran haber sido soles  espiritualistas, y entonces los beneficios que hubieran rendido hubieran sido incomparablemente  mayores.

¡Adelante, hermanos míos!  ¡A trabajar, y a ver si se puede concluir la obra! Nosotros no nos cansaremos de auxiliaros ni de daros sanos consejos para que seáis fervorosos creyentes. Tened compasión, y extended benéficas  influencias sobre vuestros enemigos, porque, aunque hayan de desaparecer de vuestro lado, no dejamos de ser  todos hermanos, hijos  de un mismo Padre. Si en esta encarnación no han llegado a comprender las sagradas doctrinas de Jesús, las comprenderán en otras existencias en mundos más atrasados; que por algo son eternos, y eternas también las doctrinas del Crucificado. Esa es la cuesta por la que todos, paso a paso, hemos ascendido. Yo, como Apóstol de Jesús y enviado suyo, vengo a confortaros y a señalaros el nuevo horizonte al que debéis dirigir vuestra mirada y vuestro corazón, a fin de cooperar dignamente a la obra que el Padre celestial nos señala.

Vuestro hermano.

JUAN  BAUTISTA,