Confesaos unos a otros

2  –  7 – 1911  – 62

Humanos míos: os deseo que Jesús y María guíen vues­tros pasos.

Las excitaciones de Jesús a que os confeséis unos a otros, son acertadísimas, porque presuponen un fon­do de sinceridad, de caridad, de amor fraterno y de ecuanimidad que constituyen la base y el ornamento del Cristianismo, de la verdadera familia cristiana; pero la confesión auricular que han querido que derivase de aquella excitación, no es acertadísima ni presupone virtudes, sino que, por el contrario, predispone a que sea, si en el fondo no lo es, fuente de corruptelas y quien sabe si de crímenes. Los que han visto algo claro en la materia, se han separado de la interpretación ruin y se han acogido al fondo espi­ritual, confesándose entre hermanos, confesándose con Dios en el santuario de la conciencia, que es confesión sagrada si le acompa­ñan el arrepentimiento y el decidido propósito de enmienda.

La verdadera confesión evangélica ha de practicarse en el se­no del hogar, entre hermanos, confesándose mutuamente sus cui­tas sus debilidades y flaquezas, y dando y recibiendo el consejo, el auxilio espiritual y aún corporal que se haya de menester. Cuan­do la esposa y madre hace que su esposo e hijos sean sus confe­sores, rodea su frente una aureola de pureza, y bien merece su esposo e hijos la tomen por protectora e institutriz; y cuando los hijos y el esposo se llegan a la madre para contarle sus penas, sus preocupaciones y sus alegrías, y para consultarle qué deben hacer, purifican su espíritu del vaho del orgullo y acreedores se ha­cen a que la esposa y madre vea en ellos el complemento de su amor.

La confesión auricular inventada por los hombres, es un pre­texto para apoderarse de las intimidades de la conciencia ajena, y sabido es que aquel que es dueño de los secretos de otro, es dueño también de su voluntad y de sus obras. Del uso y del abu­so que se ha hecho de esta terrible arma, mejor es no hablar, por no acumular odios.

¿Por qué vosotros, hombres de conocimientos, no abrís los ojos para ver la verdad de las cosas declaradas por Jesús, y para propagarlas por doquier? A vosotros os sería fácil; y bastaría que luego lo hicierais público, para que las multitudes creyeran, arre­batadas por vuestra autorizada palabra.

La interpretación dada a las doctrinas del Maestro, ha sido, hasta el día, puramente acomodaticia. No se ha tratado de que el hombre se adaptase a ellas, sino de que ellas se adaptasen y ple­gasen a los gustos de los hombres, y especial y particularmente de los directores de multitudes. De aquí que una religión puramen­te espiritual, de almas, se haya convertido en una religión grose­ramente material, de cuerpos. Pero Dios ve los secretos más re­cónditos y juzga incluso de las intenciones, y al que falta, nada le queda borrado del libio de su historia y en él ha de hallarlo todo registrado para horror y rubor propio. Los que, confiados en la ab­solución de sus culpas mediante la confesión, toman ésta como re­curso para aligerarse del peso de sus extravíos, hallarán en la vi­da espiritual que el propio desarreglo que introdujo la confesión en su economía ética, permitiendo a su conciencia dormirse muelle­mente sobre el cojín del yo te perdono, se produce en el mundo de los espíritus, donde todo se le ofrecerá confuso, equívoco, pla­gado de lamparones. Habrán de reconocer que se equivocaron y tendrán que volver a la tierra para enriquecer su haber, sin que les sirva de disculpa alegar ignorancia; pues es tan fácil a todos al­canzar a saber lo que conviene a sus intereses espirituales, que basta un poco de sinceridad y buena fe. y otro poco de propósito en hacerlo.

La religión que os presentan es muy cómoda; pero todos los pastores de ella se aprovechan de vuestra débil fuerza para aplastaros el cuerpo y el espíritu: el cuerpo, porque le hacen su juguete, y aún les pagáis el que con él se diviertan entregándoles buena parte de lo que habéis ganado a fuerza de sudores; y el espíritu, porque le engañan y le conducen a su perdición. ¿Por qué no os emancipáis, vosotros que estáis rodeados de libertad? No os es po­sible encontrar el camino que conduce a la perfección, mientras continuéis sujetos a esa despótica coyunda. Ya no estáis en el tiem­po de la inquisición para temer echaros a la calle y proclamar en alta voz que lo que ellos predican es el mayor absurdo de los si­glos y que lo que vosotros buscáis es la verdad proclamada por Je­sús. Si así lo hicierais, triunfaríais por igual en la tierra y en el cielo.

En la lucha que sostienen los falsos sacerdocios, aún que mul­tiplican sus esfuerzos, cada día pierden terreno y se van haciendo más inútiles. Ellos lo ven, y empeñan todo su poder en avasallar a la multitud que se les rebela. Si en un esfuerzo supremo logran le­vantarse como triunfadores, caerán de nuevo como cayó la serpien­te de la vida al pronunciarse las palabras divinas. Por sus malos comportamientos tendrán que arrastrarse por el suelo e ir errantes por el espacio hasta purgar el mal que han hecho.

Nunca creáis que trabajan en vuestro bien: son más materia­listas que los demás y en nada de la vida del espíritu piensan Su Dios es el placer, y para darse este placer buscan el dinero del prójimo y la ignorancia que les sostenga en sus puestos. Comer­cian con las leyes de Dios; y gracias que Dios, todo bondad y mi­sericordia, da a cada uno lo que se merece y facilita medios para que todos lleguen a la perfección. Si hay cosas en que verdadera­mente parece que los hombres derogan la Ley divina, nunca falta una causa que tal efecto produce. Todo con las vidas anteriores se ha adquirido y con las vidas venideras se purifica.

Las grandes unidades sociales que veis, son un paso hacía el progreso, aunque estén distanciadas de lo espiritual. Ellas han de ser las que derroquen el clericalismo Si mañana despiertan a la vida espiritual y hacen el cambio que proporciona la vida evangé­lica, ganarán en progreso muchísimo más, que los que han estado fanatizados por los ultramontanos durante centurias.

A vosotros, hermanos creyentes, os suplico que no os canséis de propagar la fe que Dios estableció. Tened fuerza para no ser vencidos por las muchas y malas influencias que os rodean, tanto de espíritus encarnados como de espíritus desencarnados que se oponen a vuestro progreso Vosotros os preguntaréis: ¿Vencerán ellos? No, hermanos; no saldrán victoriosos, si vuestra fe perseve­ra hasta el fin; pero no puede negarse que su acción ha de acarrear perturbaciones en todo el planeta, y entonces podría venir el cataclismo anunciado.

Alerta pues, hermanos; no estéis desprevenidos; utilizad vues­tras fervientes oraciones para atraeros sanas influencias; pedid a Dios misericordia en pro de todos los extraviados y dad consuelo y apoyo a los que sufren. ¡Qué ciegos están los que en su orgullo se quieren burlar de los designios del Padre celestial! ¡Cuánta pe­na será para ellos contemplar la verdadera Ley y los hombres que la siguen! Cuando reconozcan sus yerros, ¡con qué placer se con­sagrarán a enmendarlos lo más pronto posible!

Tened fuerza para vencer con la moral a todos los fanáticos e incrédulos; cultivad la armonía de pensamientos para luchar con arma tan poderosa que no han de vencer nunca los que sean mate­rialistas. Abrazaos a la bendita Cruz del Señor, para que sea vues­tro baluarte y la edificadora de vuestra fe en bien del género hu­mano.

Os repito que estéis alerta, porque hemos llegado a tiempos tan críticos como los de Faraón cuando perseguía con sus formida­bles ejércitos a los israelitas. Si tenéis fuerza y os acompaña una viva fe, no seréis en modo alguno rendidos; pero eso no impedirá que haya grandes trastornos, mucha sangre y muchas ruinas.

Cuando los creyentes sucesores de Jesús salgáis a predicar su ley, poseeréis como arma poderosa una varita, como la que lle­vaba Moisés, ý con ella calmaréis las tempestades y sobrevendrán las calmas. Después de apaciguados los elementos viviréis felices, reedificando con fe las leyes destruidas, para que los de la nueva regeneración puedan encontrar el Evangelio bien implantado.

¡Oh, Padre mío! Vos que veis todas las miserias que afligen a la humanidad, tened clemencia. Os pido, por la intercesión de vues­tro amantísimo hijo, que podamos recoger a todos los extraviados, para enseñarles el camino del bien y para que en futuras existen­cias puedan ser unos verdaderos apóstoles. Si antes del momento fatal no han escuchado vuestra voz, que les sirvan para la venide­ra existencia estos consejos y reflexiones.

Pedid vosotros, hermanos míos, la fuerza que os es necesaria para perdonar a todos los hermanos que desconocen la palabra del enviado de Dios.

Lo desea para todos, quien de corazón os ama,

José.