Buenos y malos pastores

24 – 9 – 1911 – 73

Dios os ilumine, hermanos míos.

Nuestro Señor Jesucristo sea vuestro guía, para que no os desviéis nunca del sendero de perfección, y así os haréis con fuerza para vencer todos los obstáculos; Confortada vuestra-fe os pondréis al unísono con las cosas espirituales y distinguiréis de lejos a los buenos espíritus que venimos a revelaros las cosas venideras.                        

Vengo a menudo entre vosotros para socorrer con mi influjo a todos, y en especial, a los que no han atendido la voz de los en­viados que anuncian la destrucción del planeta para su progreso y el desarrollo colectivo de los que lo pueblan. Ya os decía en otra comunicación que la buena madre, no olvida a sus hijos y procura su bienestar; de modo que los que sois creyentes y perseveráis en la fe, seréis salvos y os darán la misión de regeneradores para lo venidero.

Mi espíritu, y el de los ángeles que me acompañan, no pue­den estar tranquilos mientras no vean que los hombres se disponen a creer en nuestras palabras. Nuestro trabajo es incesante, conti­nuo para sacarles de las gavias de los lobos devoradores, que después de destruir la Ley, quieren destruir a los elegidos y hacerse dueños de todo lo que pertenece al Padre celestial. ¡Qué lástima me causa ver que, con su funesta interpretación, van a hundirse en el precipicio, y que con sus enseñanzas conducen a todos los que han creído en ellas, al estacionamiento del espíritu; ¡y eso, habiendo tenido entre sus manos el libro de la vida! Muchos no entienden el santo Evangelio, y son dispensables; pero oíros lo entienden y no lo siguen, porque no les conviene, porque les es­torba a su bienestar en la tierra, y éstos no pueden ser dispen­sados.

Si todos los directores de almas, en vez de procurarse los goces en la tierra con su materializado y metalizado trabajo, se los hubiesen procurado en el Cielo con el trabajo correspondiente, otro sería el estado de las masas. No necesitaban ser muy inteligen­tes para comprender la divina Ley: les bastaba fe y nobleza para apreciarla tal como la predicó Jesús. Este expuso bien clara y bien categórica la ley de reencarnación como base y fundamento de la inmanente justicia. ¿Por qué ellos no la admiten? Si en vez de correr el velo ante los hombres para que no se asomasen al más allá interpretando las máximas de Jesús, hubie­sen enseñado con el ejemplo, como el Maestro, hoy se encontra­rían felices en la tierra y en el espacio. La humanidad agradecida de tan insuperables enseñanzas les proporcionaría un progreso grandísimo, y tendrían un guía para elevarse, como los Magos tu­vieron una estrella que les condujo a donde nacía el Salvador. Así con el deseo de cumplir con unos y otros, seguirían los Evange­lios para conquistar el bienestar en elevadas esferas; y su amor al prójimo les hubiera inducido a sanar a todos los enfermos del es­píritu, para que éstos también fueran de los elegidos. Este era su verdadero trabajo como apóstoles del Evangelio; y la humanidad se hubiera perfeccionado, porque hubiera sabido que lo que se sufre, es en pago de una deuda contraída anteriormente Por su mal, y por desgracia de la humanidad entera, su ense­ñanza ha sido muy otra. No han llevado a buen redil a las ovejas descarriadas, sino que las han conducido a donde merodean lobos hambrientos, que, cubiertos con la capa de pastores, van devoran­do a sus confiadas presas, a quienes previamente seducen y enga­ñan con tiernos balidos de mansos y candorosos corderos. Aquí, bajo nuestro amparo, es donde podéis libraros del espíritu del mal, les dicen; aquí, en nuestro redil, es solamente donde podéis ado­rar al verdadero Dios. ¡Ah! Dios no quiere esta forma de encami­nar al que va extraviado. Si alguno lo necesita, enseñadle el Evan­gelio, y su moral le conducirá a los pies de Jesús; de Jesús, que es el único pastor que conduce bien el rebaño de la humanidad.

¡Pobre humanidad, qué ciega vives! Por tu poca fe y por tu sobrada negligencia, te entregas inerme a quien crees te conduce a puerto, y de hecho te extravía. Te parece cómodo el negocio de tu salvación entregado en sus manos, y lo fuera de verdad, si no se dieta la circunstancia de que esa comodidad es una infracción a los preceptos del Padre. Con la esperanza, con la seguridad de un muy cómodo perdón, pecas una y otra vez, sin reparar en la ma­teria del pecado; y no adviertes que Dios no quiere un tardío arrepentimiento, sino un recto proceder; y que con el sistema de pe­car, arrepentirte y volver a pecar, contraes un hábito no solo ofen­sivo a Dios, sino ofensivo a la sociedad y ofensivo a ti mismo, aun dejando aparte los intereses del alma. Todo hábito pernicioso es una corriente pestosa para el cuerpo: ya veis si es ofensivo.

Alzad la vista, hermanos, y contemplad serenos la realidad de las cosas. Perdón de los pecados, si lo hay, porque no hay falta ninguna, por grande que sea, que no sea redimible; pero ese per­dón no estriba en una fórmula ni en un sacramento: estriba en un acto o en una serie de actos que purifican de la falta, y estos ac­tos a veces se cumplen en una serie de existencias.

Todos los que se hacen directores de los hombres tienen gran­de responsabilidad si no les enseñan el camino por donde puedan encontrar a Jesús; y los que sois adeptos de tan sin igual Maestro, también os hacéis responsables, porque por todas partes ha sido extendido el Evangelio, y si no os mueve su palabra, os hacéis cul­pables del retroceso a que conducen los pseudo-directores. El que no responde a la voz de los enviados, es porque tiene miedo al qué dirán, y como está dominado por el respeto humano, no quiere presentarse en público y decir que es de Dios, cuyas palabras constituyen su código: prefiere que la gente siga engañada imaginando que continúa siendo devoto del fariseísmo ambiente. ¿Sabéis lo que a estos tales les dice mi hijo? Pues les dice: «Del que se avergon­zará de mí delante de los hombres, yo me avergonzaré de él delan­te del Padre celestial». (Lucas, IX, 26.)

¡Padre mío y Dios todo misericordioso! Aquí tenéis una madre que pide piedad por todos sus hijos. Haced que se acojan a la buena influencia que derramáis sobre ellos, para que despierten de su letargo y vean la luz de mi amado Hijo, que les llama, como Vos, a su salvación.

¡Jesús mío! Haced que todas las ovejas extraviadas acudan a reunirse con las de vuestro rebaño predilecto, con lo que se verán libres de las garras que doquiera les acechan.

Y vosotros, hermanos, trabajad como trabajan los primitivos Apóstoles de Jesús; id por todas partes a esparcir la semilla del Evangelio, que es pan del cuerpo y pan del alma; dad de gracia lo que de gracia recibís, y. de ese modo sanaréis a tanto enfermo del espíritu como pulula por la tierra.

¡Alerta, hermanos Apóstoles de la nueva revelación! No os dejéis engañar por espíritus hipócritas. Confiad en vuestra Madre que os protege, según os ha dado pruebas. ¡Animo siempre!, que, si sois fieles, os conduciremos hasta los pies de aquel Padre de misericordia que remunera la virtud dando el ciento por uno.

María.