El día del Señor

30 – 10 – 1910 – 26

La paz de Dios sea entre vosotros.

¡Excelsa patrona, Madre de Misericordia! Aquí te­néis a vuestros hijos postrados a vuestros pies, que os piden perdón y clemencia por todas sus faltas pasadas. Miradles con compasión, que son buenos creyentes; yo os lo pido por la gracia de Dios. Vos que sois refugio de pecadores, ampa­rad a estos que os presento; pedid a vuestro Hijo que vele por ellos y haced que no les falte fuerza para vencer todos los obstá­culos de la vida.

¡Oh, Jesús! Escuchad los ruegos de vuestra Madre; ya sabéis que por Vos sufrió un tormento irresistible y que siete espadas de: dolor traspasaron su corazón cuando vio lo que teníais que padecer por salvar al género humano. También os pido, como vuestra Ma­dre, que tengáis piedad de estos hermanos y les deis valor para ser buenos regeneradores. Sí; convencida estoy de que vuestra misericordia se extenderá hacia todos los pecadores, accediendo a las súplicas de vuestra Madre.,              

¡Madre celestial! Todos los ángeles os rogamos, con lágri­mas en los ojos, tal como Vos las derramasteis por vuestro Hijo, que amparéis a todos y les guieis por el camino de la perfección, inspirando la adoración a Dios, al Padre del Amor infinito.

¡Oh, Padre celestial! Por los ruegos de vuestro Hijo, de Ma­ría y de los Ángeles, tened compasión de los pecadores de la tie­rra. ¡Ay! Cuan fatal y terrible momento se le espera a la ingrata humanidad. ¡Dios mío! Salvad a vuestros hijos, y en especial a estos congregados en nombre de Jesús, que están laborando por la nueva regeneración.

Madre de misericordia, servíos de ese cuerpo sumiso que es­pera os dignéis utilizarle para hacer oír vuestra voz, para que to­dos puedan comprender el camino de la vida eterna.

Os lo ruega vuestra devota, Hermana de la Caridad.

¡Dios os bendiga, hijos míos!

Cuánta satisfacción es la mía al ver que sois obreros volunta­rios y solícitos de la Nueva Jerusalén que nuestro Padre os ha confiado, y venís aquí con el afán de ser buenos y de. fortificaros con nuestras palabras,

Así me gusta: que seáis sencillos de corazón, sin pretensio­nes de ninguna especie; que no os deis importancia de lo que vo­sotros podéis alcanzar. Sólo dad gracias a Dios por los beneficios que alcancéis. Nosotros venimos con mucho gusto al ver el anhelo con que queréis progresar.

El día del domingo, como venís haciendo, dejad el trabajo por la vida material y elevad el pensamiento hacia el infinito. El pre­mio no os hará esperar. Vuestro espíritu percibirá cosas grandes, maravillosas, alejándose de las materiales que estorban el progresó. Ya sé que muchas son las veces que os decís: ‘¿Cómo hare­mos lo que nos dicen? ¿De qué manera podremos remediar a nuestros semejantes?» Estos pensamientos de duda os los sugiere la materia, débil y desconfiada, y si no los desecháis, no podréis hacer abso­lutamente nada de provecho. Para adelantar, es preciso alejar todo temor, toda vacilación, toda duda. Debéis dirigiros resueltamente a Dios y dejarlo todo a su voluntad. Haciéndolo así es como se logra la tranquilidad de conciencia, y con ella, la protección de los buenos espíritus.

De esa manera es como debéis proceder; así es como cumpli­réis los preceptos de Dios. El tiempo es corto; la fase actual del planeta se concluirá en breve. No debéis acongojaros por la vida material, Nada os importe que sobre vosotros sobrevengan aflic­ciones. Si lo sufrís todo con la resignación necesaria, daréis buena cuenta al Padre y llegaréis a la cima del Qólgota dispuestos a dar la vida por vuestros hermanos, como Jesús la dio incluso por sus ver­dugos.

Ya vendrá el tiempo del reposo; ahora es necesario trabajar. Si para sustentar el cuerpo trabajáis con afán, ¿qué no habríais de hacer para sustentar el alma que es eterna? Sí, hermanos: trabajad por ella con ahínco seguros de que no ha de faltaros, ni el descanso, ni la recompensa que el Padre os tiene preparada. Haced que el pro­greso de vuestro espíritu sea grande, para que de nuevo no tengáis que tomar materia en estado grosero. Preponeos ascender en la es­cala de los méritos, para que ascendáis también correlativamente en la escala de los inefables goces.

Jesús os ha llamado a sí para levantar el nuevo Templo de la Alianza. Responded a su llamamiento dignamente. Sed leales súb­ditos y creyentes fervorosos, y confundiréis con el Evangelio a los hipócritas, a los incrédulos, a todos los falsos apóstoles que se desparraman por la faz de la Tierra.

Sed fieles, hijos míos; que el orgullo no se apodere de voso­tros y os haga retroceder; que el egoísmo, por lo material no extravíe vuestros pensamientos. Convenceos plenamente de que la Nueva Era está entre vosotros; la estáis oyendo; con vuestros ex­perimentos su influencia se exterioriza a vuestra vista; es la anun­ciada por el Padre celestial, de la que dijo que no se dejaría ven­cer por la serpiente tentadora. Por lo tanto, seguidla vosotros con la más inquebrantable fe y con el más puro amor a Dios y a vuestro prójimo;’ y el espíritu del error no podrá venceros, y hallaréis la gracia de vuestra Madre.

¡Oh, Majestad divina! ¡Qué grandes son vuestros decretos…! ¡Cuánta es vuestra misericordia para todos! Aunque en ciertos pa­sajes de las Sagradas Escrituras parece que habéis condenado a tormenta eterna a los pobres pecadores, no es así.

Hermanos míos escudriñad bien esas Escrituras, y encontra­réis que todos los profetas anunciaban la reencarnación, porque de existencia en existencia pudiese el alma purificarse y pagar sus deudas, para ir, con el progreso, a las esferas elevadas donde mo­ran y gozan los espíritus adelantados. Ese es el camino de la hu­mana redención; camino sembrado de espinas, de guijarros, de sinsabores de toda especie; pero camino que tiene sus trechos de piso liso y llano y de espléndidos panoramas, y por lo tanto, ca­mino malo que pasa, que no es eterno, que da la certidumbre de que el Padre no cierra las puertas a ninguno de los que a Él llegan con el fardo de sus culpas, implorándole piedad.

¡Hijos míos! No olvidéis mis palabras y seguid con tesón la senda emprendida; confiad en los espíritus que han tomado a su cargo ser vuestros guías; y vuestra Madre, que desea todo vues­tro bien, rogará y ruega a su Hijo que os proteja y os auxilie con buenas influencias, para que podáis hacer el curso de la carrera sin desfallecimiento ni caídas.

¡Oh, Hijo mío! Por los ruegos de esos Coros angelicales en favor de estos pobres creyentes, concédeles que puedan subir ligeros y sin agobios al punto que Tú subiste, para llevar a cabo la nueva regeneración y desplegar el estandarte espiritual por este mundo incrédulo. Hace gran falta predicar tus doctrinas en su ín­tegra pureza, entre millares de millares que las desconocen por com­pleto: haz, Hijo mío, que estos que de corazón se prestan a ello, reciban, con tu bendición sacrosanta, el don de hacer maravillas, para que, impresionados por ellas los incrédulos, abran los ojos a la luz y dejen las vanidades del mundo para abrazar el leño santo de su redención eterna.

Estas son las exhortaciones que os dirige vuestra Madre y protectora,

María .

Nota: En esta fecha se nos dijo que a nuestro pequeño nú­cleo debíamos llamarlo «Grupo Apostólico iniciado por Jesús».