Piedad materna

28 – 8 – 1910 – 16.

¡Hermanos de mi alma! ¡Que Dios os proteja!

Pura e inmaculada, aquí viene María rodeada de espíritus de luz y coronada con fulgores más radiantes que los del sol.

¡Oh, Virgen! ¡Qué felices somos los que tenemos la dicha de abrazaros! Madre y reina de todos, querubines, ángeles y arcán­geles gozamos delante de Vos, porque vuestra luz nos purifica. ¡Oh, hermosa Virgen! Ya que de Vos irradia luz de los cielos, am­parad a estos vuestros hijos; dignaos irradiar aquí, para disipar las nieblas del entendimiento de estos nuestros hermanos y para enardecer su fe y alimentar su esperanza.                                                            .

Adiós, hermanos. Escuchad ahora a nuestra Madre.

Un Espíritu.

Hijos míos: Dios alumbre vuestro entendimiento.

¡Cuán amables y cariñosos son estos ángeles que han anun­ciado mi venida! ¡Cuánto me aman! Todos van en torno mío en­tonando cánticos .de amor y adorándome y reverenciándome.

Venid también a mí, todos los que queráis beber agua pura de la fuente divina; de ese manantial celeste que apaga la sed de los mundos; de ese sifón que, emergiendo del sagrado costado de Jesús, es agua de vida y remedio para todos los males que afligen a los hombres.

¡Ay, Hijo mío! ¡Cuánto me has hecho sufrir, y cuánto has su­frido tu por salvar a todos tus hermanos! Sacrificaste tu vida, y, resignado, pediste al Padre te diese fuerzas para resistir y vencer las contrariedades de los hombres.

Dada tu elevación moral y tu sabiduría, no tenías necesidad ninguna de tal martirio; pero si tu no tenías necesidad, necesitaban de él muchos seres, y te sacrificastes en su holocausto. ¡Ejemplo sublime de abnegación!

Hermanos, míos: venid a mí, porque soy vuestra Madre. Yo amparo a todos los pecadores: yo sostengo a todos los desvalidos, yo conduzco a la gloria celestial y acompaño a los pies de mi Hijo muy amado a los que arrepentidos de sus faltas y decididos a la enmienda, piden perdón y empiezan a regenerarse; yo hago, en fin, que, una vez purificadas las almas, sean compañeras de esas legiones de ángeles que me rodean, gocen de la bienaventuranza y canten alabanzas al Rey de reyes y Señor de señores, a nuestro Padre celestial.

Ante el trono del Omnipotente, presenciaréis el juicio de vuestros hermanos que no han querido comprender el verdadero Evangelio, y han seguido al mundo ofuscados por la predicación de los que se llaman apóstoles. Vosotros, para merecer y alcanzar lo prometido a los justos, debéis hacer los trabajos necesarios. No creáis que las delicias que os anuncio puedan alcanzarse sin nin­gún esfuerzo, no; antes, al contrario: hay que trabajar con ahínco, hay que luchar con fe y perseverancia contra todas las contrarie­dades que puedan sobrevenir, y convencidos de la bondad del ideal que nutra vuestros corazones, afrontar serenos y vencer sin arrogancia los obstáculos que opongan los sempiternos fariseos.

Trabajad sin descanso, hermanos, por vuestro perfecciona­miento espiritual y el perfeccionamiento espiritual de las multitu­des. Ya veis que los de doctrinas opuestas no se dan punto de re­poso, advertidos de que nos hallamos en momentos críticos. Si vuestra actuación, por lo espiritual no se manifiesta, podrá suce­der que el Evangelio quede aplastado por lo que maquinan esos desdichados y desatinados que en nombre de Dios y de Jesús di­cen levantar el estandarte de la fe, cuando el que levantan es el de la tradición de todos los egoísmos y autocracias.

Llegan los tiempos, hermanos míos, que vosotros, como cre­yentes y servidores de mi Hijo, también debéis levantar vuestra voz, la voz de la verdad, de la virtud, del amor, de la caridad, y, sobre todo, de la fe; y con este lema será el estandarte verdadera­mente espiritual, porque con este irá la voz del mismo Padre, pre­dicada por Jesús. Bajo este lema caerán todos los falsos apóstoles, que quedarán maltrechos y avergonzados porque su poder y sabi­duría serán nulos; y tal perturbación se apoderará de sus almas, que no sabrán que camino emprender e irán desorientados por la tierra y errantes por el espacio.

¡Pobres hermanos! ¡Cuánto les compadezco! A todos aprecio como hijos, todos son hermanos de Jesús, y los más descarriados, esos son los más dignos de lástima. Mi deseo es abrazar a todos y mi Hijo no quiere que ninguno se pierda. Siento que no hayan podido comprender el sagrado Evangelio, verdadero camino de la salvación de todos. Pero el orgullo de ser sabios, el egoísmo de ser los únicos y la vanidad de imponerse a los demás, hacen que espi­ritualmente se pierdan. Toman las palabras de. mi hijo como esca­bel para su negocio, no como manantial de vida pura como ellas son; y así resulta que se proporcionan el bienestar y el ser consi­derados grandes en la tierra, aun cuando se laboren la pequeñez y la miseria para la vida futura. El traje talar que muchos visten, se­rá para ellos algo peor que la túnica de Nerón.

Sí; en verdad que esa gente disfruta mucho, porque el mayor número está dotada de bienes materiales y tienen conquistados secuaces que les siguen ciegamente, creyendo de buena fe que siguen a los Apóstoles de Jesús. Apartaos de sus enseñanzas y de su camino. Son ciegos y guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ya dijo Jesús que los dos ciegos han de caer en el ho­yo. (Mateo, XV, 14).

Yo les digo: «¡Desgraciados de vosotros! Cuando dejéis la envoltura terrestre, vuestro espíritu, libre de la carne por la que os dejáis arrastrar a todo lo mundano, se encontrará en el espacio errante y sin saber dónde ir; doquiera se os presentarán barranco tras barranco; todo serán tinieblas en torno vuestro, porque, como dijo Jesús, a ellas seréis echados y allí será el llorar y el crujir de dientes». (Mateo, VIII, 12).

Continuamente exclamaréis: «¿Dónde está el Dios, a quien nosotros adorábamos; dónde el Jesús, que decían haber redimido al género humano; dónde la misericordia divina; dónde el perdón para nuestras culpas? Nosotros, que en la tierra hicimos tantas ce­remonias en honor de Dios; nosotros, que acumulamos tantos sa­crificios, tantas oraciones y tantas fórmulas sacramentales para tenerle propicio y alcanzar la gloria, tenemos derecho a que se recompense nuestro trabajo. ¿Dónde está Dios, que ni nos juzga, ni nos premia ni nos castiga? ¡Ah! Todo es ilusión, todo farsa. Dios no existe».

Intervendrá su espíritu guía para librarles de su esceptismo pernicioso y de su obcecación merecida, y les dirá: «Hermanos míos: no era eso lo que Dios pedía de vosotros. Él os pedía que creyerais y comprendierais; porque al predicar Jesús, declaró la voluntad del Padre, que era que obrásemos en todo con amor, fe, caridad y resignación, y vosotros, para seguirle, debíais haberle imitado y enseñado a los demás hombres que en vosotros confia­ban, la moral de Cristo, que surge esplendorosa de los Evange­lios. Por lo tanto, si hubieseis estado despojados de todo egoísmo y ambición, si no hubieseis dado cabida en vosotros a los vicios con todas las orgías impropias de hombres que quieren seguir la senda de la virtud, vuestros semejantes habrían seguido vuestros pasos, vosotros hubierais conquistado un progreso muy grande y ahora no tendríais que preguntar dónde está Dios, sino que el ob­tener el galardón merecido os lo pondría de manifiesto».

A las palabras del espíritu guía opondrán su orgullo y se lle­narán nuevamente de cólera y rechazarán sus enseñanzas, diciéndote: «Vete; no eres de los nuestros». ¿Sabéis por qué, hermanos, no querrán escuchar al guía? Porque no Íes habrá llegado el día del arrepentimiento. Pero hasta que se hayan arrepentido y sigan la Ley, tendrán que sufrir mucho y serán arrastrados por otros es­píritus hipócritas, que les llamarán, atrayéndolos a su compañía, y les harán ver que no es verdad lo que su guía les dice.

Agrupados los de una misma categoría, volverán a la Tierra a disfrutar, no dándose cuenta de que no están en su cuerpo. Dis­frutarán por unos momentos, porque seguirán las sinagogas y los puntos en que celebraban sus orgías, y allí se engolfarán en la de­testable iniquidad. Pronto, empero, desaparecerá su ilusión, por­que careciendo del vehículo mediante el cual únicamente puede disfrutarse de los goces sensuales, su egoísmo les hará caer de nuevo en su hastío, y no se hallarán bien en parte alguna

Ciegos y desatinados irán en busca de su cuerpo, y aun cuan­do le vean yacente y roído por los gusanos, le dirán: «¡Levántate! No duermas más. Vente conmigo. ¿Por qué me has abandonado? ¿No somos los dos una misma cosa? Vente, porque voy errante. Sufro mucho. Me encuentro en el infierno con todos los sufrimien­tos por nosotros predicados»

Al ver que no les atiende ni puede levantarse, concluirán por decirle: «¡Maldito seas, mil veces maldito, ya que me arrastraste al pecado y ahora me abandonas en la expiación! Ni mis plegarias, ni la caridad que hice, ni los sacrificios que simulé, me han servido para nada. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde su misericordia? No… ¡Dios no existe, cuando no me aniquila!»

¡Pobres espíritus! Ese triste despertar es el del hipócrita. Aun podría deciros más; pues van rodando por el espacio siglos y si­glos, y cuando están cansados de padecer, piden una nueva en­carnación, que su espíritu guía les propone y presenta como me­dio de librarse de tanto tormento. Por desgracia suya muchos de los que encarnan olvidan sus propósitos, y dejándose dominar por los propios instintos de la existencia o existencias precedentes, en vez de avanzar, permanecen en el mismo estado.

¡Hijos míos! ¡Orad por ellos! ¡Orad también por todos los que desconocen la doctrina de Jesús, y trabajad con ahínco por divul­gar esta doctrina!

¡Dios de misericordia! Por el amor que mi Hijo tiene para to­dos sus hermanos; os pido que derraméis luz sobre todos los cere­bros que se hallen en tinieblas, y de una manera especial en los de vuestros adictos y estos hijos que aquí trabajan en vuestra obra regeneradora. Iluminad también, ¡Dios mío!, a todos los que andan en caminos de perdición, para que se arrepientan y enmienden su extravío, si no en la carne, cuando estén en espíritu, a fin de que se hagan dignos de la eterna bienandanza.

Y para todos desea un pronto progreso, vuestra Madre,

María.