El Demonio

23 – 10 – 191 O – 24

La paz de Dios sea entre vosotros.

Mucha es la luz que difunden los Espíritus que vie­nen a visitaros a esta cabaña, y que desean que Dios aumente vuestra fe.

Hermanos míos, os dedicaré unas palabras para que podáis comprender hasta dónde llega el poder de los espíritus adelantados.

Dicen algunos de vuestros coterráneos que el Demonio es un ser dotado de poderes muy grandes, solo que los emplea para el mal; que el mal es obra suya; que, en el sentido de perjudicar a los hombres, hace lo que quiere.

Yo os digo que Satanás no tiene ese poder, pero se lo dan los falsos apóstoles que necesitan de su ayuda para su negocio. Si fuera verdad lo que de Luzbel dicen, sería tan poderoso como Dios, sería más poderoso que Dios, y por lo tanto, sería el verdadero Dios. ¡Un Dios del mal, del dolor, de la aflicción, de la muerte eterna! Ah, no, eso no puede ser; y tan no puede ser, que ni lo admiten los mismos que lo proclaman. Solo que, mientras los que admitimos a Dios y rechazamos al diablo, hacemos esto últi­mo porque presupone la negación de Dios, los que admiten a Dios y al diablo, niegan que este último pueda suplantar a Dios, por­que en la coexistencia de uno y otro estriba su negocio El hablar así, es blasfemar de la sabiduría infinita, es engañar a los que de buena fe creen en los poderes espirituales, es hacer ateos entre los que debieran florecer los creyentes. Dios es el úni­co de omnímodo poder, Dios es el único de sapiencia y prescien­cia Infinitas, Dios es el único que, si quisiera, podría tener a todos los espíritus, encarnados y desencarnados, elevados y retrógrados, y a todos los seres y cosas del Universo, sometidos a su voz, porque El y solo Él es el principio y fin de todas las cosas.

Esos hombres que se creen sabios, cumplen muy mal y no han interpretado como debían las Sagradas Escrituras; porque de haberlas comprendido, verían que todo está bajo el poder divino; pero, orgullosos de ser superiores a los demás hombres, han he­cho a Dios a su semejanza, rebajándolo al nivel del más inferior de los espíritus.

El diablo no existe, hermanos míos. En el mundo de los espí­ritus los hay tan atrasados y ofuscados, que solo se emplean en el mal, y si estos tales tuvieran poder ilimitado y fueran irredimibles, serían, en verdad, el tipo del demonio; pero ni su poder es muy grande, aunque sea algo más grande que el de muchos hombres, ni están condenados a ser siempre así: antes, al contrario, basta con que escuchen la voz de su conciencia y quieran cambiar de rumbo, para que instantáneamente hayan cambiado.

Estos pobres espíritus son los bautizados por los clericales con el nombre de demonios, y para mayor fascinación de las gentes, me representan a mí teniéndole debelado a mis pies. La gente sencilla cree de buena fe y no se preocupa en averiguar los gra­dos de verdad de aquello que le dicen que crea, y como el número de creyentes es tan grade, la afirmación del diablo se halla muy extendida.

La responsabilidad de esta superstición recae por entero so­bre los falsos apóstoles, y ellos son los que tienen que responder y responderán de ella.

¿Qué habrían de hacer para que la gente no creyera en el dia­blo? Inculcarles que los que sugieren pensamientos desordenados, son espíritus como los demás, que, por sus faltas, o por incumpli­miento de sus deberes para con Dios, háyanse en estado de per­turbación y miseria moral, del que pueden salir por sí mismos o ayudados por los demás, razón sobrada para que, en lugar de te­merles y de odiarles, se les quiera y por caridad se les socorra con sanos pensamientos y exhortaciones al bien.

Os aconsejo, hermanos, que hagáis todo lo posible por quitar la venda de los ojos de vuestros semejantes, por desvanecer sus errores, por sustituir sus pensamientos obcecados. De este modo, a la vez que coadyuvéis a la perfección ajena, lograréis perfeccio­naros. Vendrá día en que tengáis que combatir cara a cara con los falsos apóstoles que siguen las propias huellas de los escribas y fariseos del tiempo de Jesús: no os arredre, que no ha de faltaros nuestra ayuda. Los tiempos venideros serán muy críticos para ellos, y vosotros, cuánto más viejos os hagáis, más trabajo ha­bréis de hacer para esparcir el Evangelio. No olvidéis un momen­to mis palabras: tenéis que trabajar y fuerza no ha de faltaros; lo que puede faltaros, en todo caso, es voluntad y fe. ¡Ay de vo­sotros si así fuese! Ya sabéis que al que más se le da más se le exige; y vosotros, que habéis recibido mucho, mucho tenéis que dar. Sed intrépidos y despreocupados, y sed, sobre todo, firmes en la fe. Nada os importen las mofas de la gente incrédula.

Desgraciados los hombres que han de ver señales para creer, porque en los tiempos venideros serán tan grandes las señales que habrá que quedarán horrorizados cuantos no sean verdaderos cre­yentes. Se habrán cumplido los tiempos profetizados, y de nada servirán los clamores dirigidos a Dios, porque no serán por Este oídos. Ha de volver otro tiempo a restablecer las cosas.

Como Dios es tan bondadoso, les abrirá otras puertas para que por ellas penetren los espíritus que habrán dejado su envoltura sin creer en El. Tendrán la reencarnación corno puente que salve el abismo entre su iniquidad y la misericordia divina, y volviendo a empezar su carrera, purgando cuantos pecados tengan, irán as­cendiendo a su divino Tabor.          

Esto es lo que os enseño, para que, a vuestra vez, lo ense­ñéis a los demás, y de este modo establecer la solidaridad de las almas, que es la que conduce a Dios.

Vuestro hermano,

Miguel Arcángel