Los Sagrados Textos

2 – 4 – 1911  – 49

Venerables hermanos: La paz de Dios sea entre vosotros.

Vengo para demostraros la paridad de los Sagra­dos Textos antiguos y modernos, ya que en los tiem­pos remotos se regían los Profetas por la Ley antigua, adaptada a las necesidades de los tiempos.

Desde Adán a Noé, los espíritus estaban preparados para comprender y practicar las doctrinas del patriarcado. En la segun­da Era, desde Noé a Jesucristo, los hombres habían adquirido más inteligencia, y en vez de crecerles a la par de ella la fe y la virtud, se hicieron incrédulos. Los judíos espirituales quedaron reducidos a un pequeño número, y se impuso la venida del Redentor para purificar las leyes, darle a la moral una fórmula en armonía con el adelanto de la época y cumplir y esclarecer lo que los Profetas ha­bían anunciado. En la época cristiana que está a punto de termi­nar, los creyentes, también, han ido disminuyendo a medida que los progresos materiales se han ido multiplicando; y como el dese­quilibrio extremo entre la cabeza y el corazón da por resultado el emporio de las pasiones, y por lo mismo, la corrupción de las so­ciedades y de los individuos, por eso se hace necesario que finali­ce aquí la era cristiana para dar comienzo a la era del Consolador prometido, que es el que ha de restaurar todas las cosas a su ver­dadero ser, según predijo Jesús.

Al pasar de la época precristiana a la cristiana, el testimonio más fehaciente y majestuoso que se dio, fue el del gran impulso que alcanzaron los descubrimientos, después de verse realizadas las primordiales verdades de las doctrinas de Jesús. Esto es fácil de comprender. Los judíos espirituales encontraban en el Antiguo Testamento base suficiente para la doctrina que profesaban y acla­ración perfecta a las revelaciones que recibían del Altísimo por medio de los Profetas; y como esto les era suficiente a sus necesi­dades morales, no se preocupaban de la adaptación de la Escritu­ra, y dejaban que la inmovilidad la distanciase cada día más de las orientaciones de las masas. Llegó el momento de la renovación, que había de elevar y concordar la moral práctica con la concien­cia social; y los judíos religiosos, los judíos adoradores de Dios y seguidores de los Profetas, se hicieron inmediatamente Apóstoles, discípulos y creyentes; y los que no tenían ese grado de religiosi­dad, pero tampoco habían llegado a un grado de corrupción moral muy grande, quedaron es espectación. Los únicos que se resintie­ron a sus verdades, fueron los que se creían sabios intérpretes de la Ley. Estos las rechazaron con todas sus energías y reprobaron el proceder de Jesús, pretextando que aquellas eran imposturas y sus obras sediciones a la rebelión popular y ultrajes a la Ley escri­ta, puesto que curaba el día del sábado, atraía a su lado a las ra­meras y buscaba sus compañeros entre la hez de. la sociedad. Las consecuencias de esto, fueron las ya previstas y anunciadas por los Profetas.

¡Felices hermanos, felices los que comprendieron y se asocia­ron al instante a la obra de Jesús! Aunque a la vista del mundo fuesen los más ignorantes y los de las últimas capas sociales, su espíritu estaba iluminado por aquella luz emanada del mismo Jesús y gozaban de la fe y confianza del Justo.                                        ,

En verdad fueron muchas, pero no todas las enseñanzas de Jesús, las que tales bienaventurados comprendieron; y aún muchas de las que comprendieron, las interpretaron no más en su concepto material. La doctrina del Justo tiene esa doble ventaja: la de ser­vir de código social adaptable a todo tiempo, y la de ser Ley mo­ral inalterable en la eternidad misma Para descifrar la parte no comprendida entonces ni comprendida tampoco ahora, venimos los evangelistas, seguidos de los Apóstoles, y mandados por Jesús. Si hubiese sido nuestra inteligencia superior, lo hubiéramos com­prendido íntegramente y no hubiéramos necesitado de posteriores aclaraciones; pero como la sabiduría del Maestro era tanta y nues­tra insuficiencia también tanta, bien sabía El que muchas de sus parábolas no podrían ser interpretadas sino a posteriori.

Si Jesús hubiese dicho claro lo que nosotros comunicamos, estoy seguro de que no le hubiéramos seguido como Apóstoles; porque de día en día van declarándose más y más sus grandes se­cretos, y nosotros, como los demás materiales, hubiéramos sucum­bido a las solicitaciones de la materia, que es la más antagónica a los intereses del espíritu. Pero, ¡gracias, Dios mío!, nos fue presentada la doctrina con los velos apropiados para que su es­plendor no nos ofuscase; fuimos poco a poco penetrando en su fondo de maravillas, y cuando, ya apurado el cáliz de amargura que nos correspondía, volvimos al espacio, nos hallamos con la compañía de nuestro Maestro como premio. Él nos esperaba con la impaciencia que un padre espera a su hijo, y nos dijo: «Venid, Apóstoles míos; quiero enseñaros más, mucho más de lo que ha­béis visto. Abrid los ojos; contemplad estos espacios celestes. A ver si interpretáis las grandezas del Padre».

Después de haber recorrido aquellas esferas celestes y de haber examinado nuestra pasada existencia, comprendimos real­mente que muchas de las palabras de Jesús habían pasado sin comprenderlas; y otra vez nos dijo: «¿Comprendéis ahora que es­táis libres de la materia, lo que no podíais comprender cuando estabais en ella?» Sí, Jesús, ahora sí, contestamos. ¡Cuánta diferen­cia! ¡En qué error estábamos sumidos! Guiadnos, decidnos que es lo que debemos hacer para reparar todas las faltas y todas las equivocaciones que sufrimos. Con el más grande amor, nos dijo: «Volveréis a la Tierra, os pondréis en relación con un médium concentrado y descifraréis bien los cuatro Evangelios, para bien y progreso de toda la humanidad. Más tarde haréis otra gran obra, que será el faro luminoso en que fijarán sus miradas las generacio­nes venideras. Como ha de indicarlo su título, sus páginas han de servir para proporcionar la salvación al espíritu»,

Si vosotros supierais apreciar el mérito de ellas, os postraríais de rodillas y no os cansaríais de dar gracias a Dios, al Maestro y a cuantos espíritus han aportado y aportan su concurso a la forma­ción de monumento tan inapreciable. Es ésta la revelación más clara y más completa; la más clara, para que esté al alcance de to­das las inteligencias, a fin de que nadie, por ignorancia, deje de saber los designios de Dios, y la más completa, porque comprende cuanto le es dado saber al hombre. Por el Espíritu de Verdad, el Espiritismo ha venido a rasgar los velos del misterio y a sintetizar la Doctrina de todas las Edades. En él se comprende el Mesianismo de Jesús, la iluminación de los Profetas, la intuición del pa­triarcado y la verdad simplicísima de los aborígenes de la humani­dad terrestre.

Todo ha venido a su tiempo; todo ha llegado en el momento y en la proporción que los hombres lo han necesitado. Como aho­ra hay hombres más espirituales, y por lo mismo, más inteligentes en las cosas del orden moral, así los ha habido siempre, siendo los precursores, los Profetas; y como ahora hay quien, de origen humilde y humilde posición, puede, empero, ponerse al habla con Jesús y sus enviados, convirtiéndose en intérprete suyo, así en los pasados tiempos hubo parias, hubo ilotas y hubo esclavos que con­versaban con los espíritus del Señor y predecían lo futuro.

Los que dicen que el Antiguo Testamento es una aberración, y que hay en él páginas inmorales y sodomíticas, dan prueba de su poca comprensión por un lado y de su poca fe por otro. Esos mismos suelen ser los que tampoco hallan bien el Nuevo Testa­mento, ni las revelaciones posteriores. Es que su egolatría, su amor a la materia no les deja penetrar en el meollo del fruto, y se quedan con la cáscara, para ellos de sabor bien amargo. Ya les llegará el momento en que separen la corteza de la almendra. En­tre tanto la voz de Dios, predicada cada día más claramente y en mayor número de lugares, ha ido conquistando más corazones, y se ha hecho posible la fundación de la nueva Jerusalén, para cuyo Apostolado habéis sido elegidos.

Por virtud de la misión que os ha sido encomendada, Jesús os ha facultado para que deis a luz estas comunicaciones, mediante las cuales a nadie le quedará el recurso de alegar ignorancia. Cier­tamente se han cumplido con exactitud las palabras del Maestro, cuando afirmó: «Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Cuando venga el Espíritu de Verdad, él os guiará a toda verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que ha­blará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de ve­nir». (S. Juan, XVI, 12 y 13).

Os recomiendo, hermanos, que, como creyentes, nunca di­gáis que las Escrituras del Antiguo Testamento, son absurdas; muy al revés: debéis defenderlas siempre, porque ya sabéis que todo está adaptado a las necesidades que ha de satisfacer. Jesús atestigua este aserto cuando dice: «No penséis que he venido pa­ra abrogar la Ley, no; he venido para cumplirla y modificarla». (Mateo, V, 7).

¿Qué significa esto, hermanos? Que es igual el Antiguo que el Nuevo Testamento; que lo pasado, lo presente y lo futuro, en cuanto o lo moral, está regido por una misma Ley. No es ésta, por lo tanto, la que cambia: no ha cambiado ni cambiará nunca. Lo que cambia con los tiempos, es el modo de interpretarla y adap­tarla. Por lo tanto, para ser buen creyente, hay que ser buen de­fensor de la Escritura en todas sus fases: en la fase antigua, como fundamento del cristianismo, y en la fase nueva o cristiana, como base del Espíritu Consolador.                                                                          ‘

Los que, refiriéndose al Antiguo o Nuevo Testamento, no se identifiquen con la Ley moral predicada por Jesús, no pueden pe­netrar en las regiones espirituales, y pueden fácilmente ser enga­ñados por los espíritus ligeros. Los que cultivan las palabras del Maestro y procuran seguirlas estrictamente, no hay temor de que se pierdan, porque tendrán siempre a su lado buenos espíritus que les guíen e intuyan para seguir el camino de la virtud.

Procurad, hermanos, ser conducidos por los buenos espíritus al lado de los Apóstoles que os guían y que desean reuniros a ellos en las esferas de la luz.

Marcos, evangelista.