Eficacia de la oración

7 – 8 – 1910 – 13.

¡Oh! ¡Qué  hermoso y magestático acompañamiento trae consigo!

LA paz de Dios sea entre vosotros, hermanos míos. Os saludo con las mismas palabras que saludé a  los Apóstoles en otro tiempo. Me he hecho cargo desde mis primeras comunicaciones de que seréis buenos discípulos, y cada día voy viendo más que vuestro deseo es seguir mis pasos. Así me gusta: que vayáis cumpliendo los preceptos de vuestro Padre celestial. De ese modo podré confiaros el apostolado. En aquellos tiempos, hermanos, solo tuve doce, y entre ellos, uno que me entregó. Había de ser así, designado por nuestro Padre. En los tiempos venideros serán muchos los que querrán ser apóstoles y discípulos míos; en verdad lo serán muchos; pero no habrá un solo traidor, sino que cuando llame a mí a los que hayan hecho promesa de fe para que evangelicen a las gentes, desertarán a centenares, pretextando, unos, falta de salud, y otros, obligaciones ineludibles.

Nada importa, hermanos. Aunque queden pocos, saldremos de todos los obstáculos, porque en verdad de verdad os digo, que yo solo soy suficiente para realizar la obra que hay que llevar a cabo. Lo que hay es que, aunque yo solo me baste, ni debo ni quiero realizarla solo. Por ello invito a mis hermanos. Precisa poner a prueba hasta donde llega y lo que resiste la fe de los que se denominan cristianos, al objeto de darle su merecido.

Ya sé de quien valerme, y quienes serán fieles,  y quienes no pero el que yo lo sepa, no es motivo bastante para el fallo definitivo. Hace falta el hecho, para que produzca sus naturales consecuencias.

Por vuestra parte, ni os entusiasméis demasiado porque veáis al principio de la obra un ejército numeroso, ni perdáis el coraje porque al poco tiempo notéis que de ese ejército van quedando pocos. No os preocupéis  por nada. Mientras veáis a la cabeza el general (como vulgarmente suele decirse), seguid, seguid sin temor, porque tenéis la victoria asegurada. Si me veis andar por sobre las aguas, sin ningún reparo podéis seguirme, como me siguió Pedro; pero no dudéis, no vaciléis un segundo pensando en quien os sacaría en caso de hundiros; porque si esto os ocurre, pereceréis sin remedio.                                                              –

Pensad siempre bien, y siguiendo a vuestro Maestro, pasaréis por encima del agua como por encima de la tierra. Solo se necesita tener fe y confianza en mis palabras para producir prodigios. Pensad, además, en la eficacia de la oración: es ésta un poderoso talismán para el logro de cuanto se desea.

Oración y resignación, son dos palabras que se completan. Las alabanzas a Dios, dan fuerza para salir de todos los apuros. Estad seguros de que cuando oráis, estáis en comunicación directa con vuestro Padre celestial, el que escucha vuestros ruegos, y los aprecia y atiende según la finalidad que tengan y según el fervor con que hayáis orado Por eso la fórmula que di, compendio de las dos aspiraciones supremas que el hombre debe de tener, es, como sabéis, ésta:

«Padre nuestro que estás en los cielos: santificado sea el tu nombre. Venga el tu reino. Hágase tu voluntad, corno en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Más líbranos de mal. Amén». (Mateo, VI, 9 al 13).

«Cuando os dispongáis para la oración, no habéis de ser como los hipócritas que se ponen a orar en las sinagogas y en las calles para ser vistos de las gentes. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa». (Mateo, VI, 5).

«Mas vosotros, como creyentes míos, cuando hubiereis de orar, entrad en vuestro aposento, y cerrada la puerta, orad en secreto al Padre; y El que ve en lo secreto, os premiará en público». (Mateo, VI, 6).

«No hagáis como los que solo adoran  a los ídolos, a quienes el Padre no oirá,  dice uno de los salmos.  «Sus ídolos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen  boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven. Orejas tienen, mas no oirán; narices, mas no olerán. Manos tienen, más no golpearán; tienen pies, mas no andarán; no hablarán con su garganta. Como ellos son los que los hacen y cualquiera que en ellos confía». (Salmos, CXV, A. T.)

Vosotros, hermanos míos; que sabéis por donde andáis, creed siempre y con toda fe a vuestro hermano Jesús, que desea vuestra felicidad, y os encontraréis justos y arrestados, empuñando la cruz y venciendo con su poder y el de la oración todos los obstáculos.

Abrahán iba a sacrificar a su hijo resignadamente: pero su fervorosa oración fue escuchada, y no tuvo necesidad de ello. En el instante en que iba a consumarse el sacrificio, el Padre envió un espíritu mensajero de su voluntad, quien le dijo al  varón resignado: ¡Detente,  Abraham! Tu oración ha llegado a Dios».

Por la oración Moisés venció a los hombres de Faraón y calmó muchas veces la furia de los israelitas, alcanzando del Padre la inspiración de los Mandamientos de la Ley de Dios y de otras leyes de orden civil y económico con que gobernar a los pueblos. El profeta Daniel fue preservado de la voracidad de los leones por su ferviente oración.

Por el poder de la oración fueron salvados los más adictos a Dios de los judíos espirituales, cuando fueron perseguidos y atacados por los ejércitos de los judíos materiales hasta el reino de Babilonia.

Por la fe, la oración y la resignación fueron salvados aquellos tres gobernadores de Babilonia apellidados Sadrac, Mazac y Betnago, cuando fueron arrojados a un horno ardiendo, siete veces más candente que de costumbre.

Por el poder de la oración, el Apóstol  Santiago venció en todas las batallas.

Hermanos míos: podría citaros tantos casos de la eficacia de la oración, que se haría con ellos una lista interminable.

Con los Apóstoles sucedió igual. Para vencer y sobreponerse a todos los obstáculos, acudían a la oración; y antes de emprender una obra, acudían también a mí para que les inspirase lo que debían hacer. Su oración era esta: «Padre nuestro: dadnos fuerza y acierto para poder salir airosos de la tarea que vamos a emprender en gloria tuya y para bien de nuestros semejantes. ¡Que las palabras que pronunciemos, dictadas por Jesús, penetren en el corazón de los que están ofuscados por las cosas materiales y no han llegado a darse cuenta de las cosas espirituales! ¡Que podamos despertar a sus espíritus a vuestra divina doctrinal».

Así, de esta manera oraban; y con tal oración y su trabajo, pudieron hacer los Apóstoles millones de cristianos. No por eso dejaron de sufrir, pues fueron muchos sus sufrimientos y privaciones. Ya sabéis lo que os ha dicho el Apóstol Pablo esta mañana. Yo les dije que hasta tanto que no hubieran pasado el mismo cáliz de amargura que su Maestro, no heredarían el cielo.

¡Pobres hermanos míos! Todo lo cumplieron sin temor a nadie ni a nada. Ni aun a  la  muerte temieron. Predicaron los santos Evangelios con tanta fe, con tanto amor, que imponían en las gentes respeto y veneración para sus personas, pese a los muchísimos infelices, que siguiendo falsas interpretaciones de la Ley, les hacían cuanto daño podían. Los Apóstoles no ignoraban lo que les había de suceder; pero no pensaban o menospreciaban los contratiempos, pensando que con la ayuda de su Maestro saldrían de todo; y así era.

Así habéis de hacer vosotros, hermanos: Pensad y cultivad mis palabras, para que un día, cuando llegue el en que tengáis que hacer muchos cristianos, no vaciléis poco ni mucho en vuestra fe y tengáis expedito el órgano con que propagarla.

En cada tiempo ha tenido este órgano su adaptación especial. En la Ley antigua, fue la visión interna de los hechos futuros, su modo de expresión. En verdad no podía darse un modo que impresionase más a las multitudes, dado su grado de cultura. Para ellas no hubiera tenido valor ninguno una máxima moral, como no fuera acompañada de la correspondiente amenaza, y ésta, en relación con las cosas materiales; mas esta misma amenaza perdía su fuerza, si aquel que la pronunciaba carecía de autoridad para ejecutarla. Y ¿Qué mayor autoridad que la del profeta? Descubrir el porvenir, saber lo que ha de suceder en lo futuro, ha sido siempre el ansia de los mortales;  y cuando los magistrados y el pueblo no han contado con profetas positivos, se han echado en brazos de augures más o menos aventajados. Isaías, Ezequiel, Daniel, Jeremías, Esdras y tantos otros profetas gozaron de autoridad entre sus coetáneos, porque les descifraban sus ensueños y les predecían el porvenir con matemática   exactitud. Por ello es fe tan arraigada en el pueblo judío, la de que ha de venir su Mesías que les restituya a sus reinos. Lo profetizaron Isaías, Ezequiel y Jeremías, y sus palabras no pueden faltar. y no faltaron, sino que se cumplieron exactamente; sólo que los judíos más versados en letras, como los menos versados en ellas, no interpretaron bien de qué Mesías les hablaron, ni supieron discernir los reinos a que serían restituidos. ¿Qué? ¿Acaso no vine yo, Mesías de judíos y de levitas, de asirios y de macedónicos? ¿Acaso no restituí a cada cual a su reino? Pero ellos esperaban un Mesías seguido de muchas gentes de armas, que fuera conquistando reinos, como un caudillo; y por eso, al venir, no me conocieron, y por eso esperan todavía.

Mis Apóstoles tuvieron ya otra forma de expresión. Teniendo a su Maestro por verbo, director y guía, no  necesitaban predecir lo futuro para investirse de autoridad: les bastaba confiarse a mí y practicar mi doctrina, para dominar con el ejemplo a los mismos que intentaban destruirles. Y así fue, puesto que a pesar de las crueles y generales persecuciones de que los cristianos fueron víctimas, el cristianismo se extendió prodigiosamente.

Hoy el cristianismo hállase en decadencia por lo que se ha adulterado, porque no es cristianismo, y hace falta una nueva cruzada de depuración y de evangelización. Para ello estáis vosotros, y también contáis con apropiada adaptación del órgano  de  propaganda.  Decir a los materialistas y a los ateos de estos tiempos que crean en Dios y en el espíritu por las máximas evangélicas o por los preceptos del Decálogo, es perder el tiempo; pero decíroslo, y demostrarles la razón por medio del fenómeno, ya es otra cosa; y de aquí el que estéis dotados de facultades medianímicas, mediante las cuales yo mismo puedo tomar activa parte en él obra de la predicación. Espero que cumpliréis corno es debido, para que pueda contaros en el número de los elegidos. Alguno de vosotros goza de la facultad de ver a los espíritus; a otro le es dado curar enfermos en nombre de Dios: son pruebas fehacientes de vuestra misión y galardón de vuestra  encomienda. Cumplid corno es debido para que el Padre pueda recompensaros.

Con todo vuestro poder, hermanos, si me vierais en este instante, reconoceríais en vosotros tanta pequeñez, que bajaríais la cabeza y os arrodillaríais, besando mis pies y regándolos con vuestras lágrimas, como lo hizo Magdalena. Ya vendrá día en que me veáis, y esto no por gracia, sino por vuestro propio merecimiento. La fe, la   esperanza en Dios, y el ser buenos sembradores de la semilla que yo deposité en los Evangelios, serán los méritos que os han de dar la posesión de la visión anunciada.

Al eco de los creyentes predicando la práctica de las verdades evangélicas, se derrumbarán de su pedestal los que durante siglos las han venido ultrajando. ¡Ay de ellos! El tiempo se aproxima; perderán su apoyo y acabarán sus fuerzas, y aunque su falsa ciencia maquina ya medios  para sostenerse, en vano es cuanto hagan, porque su fin está decretado.

¡Oh, sabios ignorantes! A vosotros me dirijo, a vosotros ya que con vuestra actuación exterminaríais a la  humanidad, si no fuera porque todo se os rebelará y acabará vuestro poder. Vuestra sabiduría será nula. ¿Sabéis por qué? Porque habéis quedado sin fuerza moral; porque la indignación de los hombres que trabajan por contrarrestar vuestro poder, han logrado sobreponerse a vosotros por su espíritu de justicia y de altruismo. Antes de que llegue el día designado por Dios para el cataclismo, vendrán otros más poderosos que vosotros para destruir vuestro orgullo y desterrar vuestras malas doctrinas, que solo para el retroceso han servido.

¡Pobres hermanos! En verdad, les compadezco. Pero el hablar así, enérgicamente, es porque me acuerdo de que por ellos sufrí mi pasión, que no tuvo precedente en ningún otro hombre, y es porque veo que siguen en la misma conducta, comerciando con lo que llaman religión, haciendo de la Ley de Dios un vergonzoso objeto de compraventa, e imponiéndose para hacerse servir y respetar y reverenciar más como a Dioses que corno a señores. Esto es insoportable. ¡Con cuanta justicia se les puede aplicar de nuevo aquel apóstrofe que les apliqué al sacarles del templo a latigazos! «¡Salid! – les dije. – Mi casa, casa de oración será llamada; y vosotros la convertís en  guarida de ladrones!» (Mateo, XXI, 13).

¡Ay, hermanos! ¡Cuán sacrílegas son sus palabras al decir que tienen en sus manos al cuerpo de Jesús, y que al que lo toma le son perdonados todos los pecados y gana la vida eterna! ¡Cuánta es su responsabilidad por el engaño a que inducen a los demás, y cuánto su orgullo al pasear por las calles el crucifijo o la pasta sin levadura, para que los que confían en ellos les sigan con respeto y crean que verdaderamente son los privilegiados para guiar a las almas  a la gloria celestial!

Triste es la ceguedad de los hombres que no han sabido desprenderse del yugo que les imponen los que solo propagan el error; pero felices serán cuando abran los ojos y rompan el velo que les oculta la verdad, porque a partir de aquel momento podrán bien decir que han renacido a la verdadera vida.

A pesar de todo, hermanos míos, debemos perdonar, y compadecer y trabajar por la pronta redención de los que tan mal se vienen comportando.  Son sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne. Tienen un espíritu tan capaz de todas las sublimidades como el nuestro. No hacen nada que nosotros no hayamos hecho …  ¡Ea, seamos justos y seamos misericordiosos! ¡Pidamos al Padre que se apiade de ellos!  ¡Padre .. !Perdón  para ellos y perdón para todos!

A vosotros, hermanos, os recomiendo eficazmente que sigáis con fe interpretando y aplicando mis preceptos, para que podáis seguir, como los Reyes de Oriente que fueron a rendirme adoración al pesebre, a la estrella o espíritu guía que ha de conduciros, no desviándoos, al trono celestial, donde me daréis gracias por haberos guiado tan bien, y adoraréis y alabaréis al Padre por los siglos de los siglos.

Adiós.

JESÚS.