Agape espiritual

19 – 2 – 1911 – 43

La paz de Dios sea entre vosotros, hermanos.

Soberana majestad llega hasta aquí. Así como con­templáis a la aurora todas las mañanas, y podéis apre­ciar sus maravillosas medias tintas anunciando al ar­diente y fecundante sol que alumbra y vivifica a distintos planetas, así en estas mis palabras, medias tintas de las sublimes que segu­ramente se os dedicarán, debéis también apreciar el heraldo, el mensajero de la realeza que viene tras mí.

¿Habéis imaginado alguna vez qué sucedería si el sol se apa­gase, si dejara de dar calor, y vida, y magnetismo, y fuerza cen­trípeta a los planetas de su sistema? Pues pensad que puede venir este día, de espanto sin igual para los hombres. Y ante prueba material tan sin ejemplo y concluyente, los incrédulos habrán de doblar la cerviz; y ante hecatombe tan inmensa, los más osados habrán de hincar la rodilla. Estad alerta, hermanos; porque cuando llegue ese día, los verdaderos creyentes asistirán al amanecer de otra Aurora y a la salida de otro Sol más radiante, más fecundo, más esplendoroso que el que corre a su ocaso, y los no creyentes, que serán muchos, esos quedarán en las tinieblas.

¡Oh, Luz divina…! He aquí el hermoso y fulgente Sol que ha­béis de esperar, el que supera a todos los soles, el que irradia más vida que todos los focos de vida juntos. Aquí está Jesús, que ha de redimir por segunda vez al género humano.

¡Oh, amantísimo Jesús! Os ruego y conmigo os ruegan todos los presentes, que nos deis fuerzas para cumplir como buenos en la encomienda que hemos aceptado. Queremos triunfar, no sólo porque nuestro triunfo equivale a nuestra salvación, sino porque con él rendiremos servicio a nuestros semejantes.

Así os lo pide la

Hermana de la Caridad.

El Padre celestial aumente vuestra fe. En su nombre os ben­digo.

Congregados para formar parte del Apostolado, deseo que seáis fervientes creyentes para seguir los pasos que acaba de indi­caros el espíritu que me ha precedido. Como Maestro y hermano, vengo a daros fuerza, a instruiros y a confortar vuestro espíritu para que os preparéis para la nueva era, ya que tenéis decidido ser de mi rebaño.

Con toda mi efusión y en nombre del Padre os encarezco que no desoigáis los consejos de los buenos espíritus. Vigilad y orad, para que no se mezclen en vuestros asuntos espíritus mentirosos e hipócritas que podrían desviaros del camino recto. Mirad siempre a Oriente, para que la luz del Sol de amor y caridad que no se po­ne nunca, os guíe en todo momento. Sed puros y castos en vues­tro corazón, en vuestra mente y en vuestras manos, para que todo lo que de vosotros provenga, salga purificado. «Sed perfectos, co­mo nuestro Padre es perfecto».

No pueden ser desmentidas las profecías. Prometí volver para que este planeta fuera transformado completamente, y se acercan los días de mi venida. ¿Qué será de los hombres reacios al cum­plimiento de su deber? Habrán sido desgraciados en vida, y se les llamará a juicio súbitamente. Tendrán que responder de todos sus actos: de sus pensamientos atrevidos, inmorales y malsanos; de sus falsedades, hipocresías e injurias; de sus odios, ambiciones y venganzas; de todo el mal que conscientemente hicieron; de todo el bien que conscientemente dejaron de hacer; del mal y el bien en que no tomaron parte de un modo directo, pero que fue conse­cuencia de sus torpezas y ambiciones; de la falta de fe, de la falta de esperanza y de la falta de caridad esparcidas por el mundo por su causa; de todo, en fin, lo que contrariaron a la Ley de Dios; y como este planeta dejará de ser mundo de expiación y prueba, ha­brán de emigrar a otro donde las condiciones de vida sean más duras que aquí y proporcionales a su estado de progreso.

Vosotros que habéis respondido con voz clara que queréis se­guir a Jesús, abrid los ojos y los oídos. Ha sonado la sexta trom­peta y el tiempo expira. ¡Ay de los que no respondan dentro de breve plazo! Quedarán de la parte de afuera. Y allí, sí, allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mateo, VIII, 12).

Lástima que, por tan corta existencia, por unos momentos de falaz distracción, de goces acibarados, pierdan la estancia en las moradas destinadas por el Padre para los justos. Si cumpliesen en la Tierra, tendrían feliz despertar en el espacio y podrían reencar­nar en planetas superiores; mientras que tal como se comportan, habrán de verse si no apostrofados, sí abandonados por los espíri­tus superiores y el Juez supremo les dirá: «Idos de mi presencia: me habéis desconocido, ultrajado y blasfemado; habéis menospre­ciado mis consejos; tenéis que emigrar a planetas inferiores para empezar vuestra regeneración, saldando antes las muchas deudas que tenéis contraídas».

¡Ay, hermanos! ¡Cuánto pesar para el Padre, tener que obrar como Juez, aunque sólo sea condenando a penas temporales! Po­déis colegirlo por vosotros mismos. ¿Qué os sucedería si os vie­rais en la necesidad de echar de vuestro lado a un hijo vuestro, precisamente en punción de los agravios que hubieseis recibido de él? Vuestro corazón destilaría sangre hasta tanto que os hubierais reconciliado, ¿no es así? Pues pensad que Dios es un padre sin comparación entre los padres. Pero así como ninguno de vosotros podría tolerar que un hijo rebelde dejase de purgar con algo su pecado, no por venganza y satisfacción vuestra, sino en justifi­cación y enseñanza suya, así Dios no puede tampoco consentir confusión y mezcla en torno suyo de los espíritus puros con los espíritus atrasados; y para que estos últimos se purguen y se ha­gan dignos de convivir con los primeros en el seno de la miseri­cordia infinita, les da por vía de penitencia la reencarnación: Jor­dán sagrado que lava todas las manchas; puente de misericordia tendido entre la sentina de todas las ingratitudes y el manantial de todos los perdones.

Fijaos en mi vida; para que con resignación podáis pasar la existencia. Considerad que, así como yo vine a derramar mi san­gre por la salvación del género humano, así vosotros habéis veni­do a sacrificaros por vuestra propia redención y para dar ejemplo a los demás: que no en vano os habéis afiliado en las huestes de los-apóstoles de mi causa.

El vivir del materialista, hasta cierto punto, es lógico. No teniendo que pensar en el mañana del espíritu, el ideal a realizar es pasar la vida lo más cómoda posible. ¿A qué afanarse por ninguna otra cosa, si muerto el perro se acaba la rabia? Vivir sin fatiga; gozar del mayor número de comodidades; tener los menores que­brantos que quepa por los demás, es el desiderátum del ideal ma­terialista, y es lógico, repito, si se descuenta una sola equivoca­ción: la de que el perro no acaba con la rabia; la de que el espíritu no muere con el cuerpo; sino que persiste siempre. Y habiendo es­ta equivocación, que es básica, ha de rectificarse todo el racioci­nio. Si el espíritu es inmortal, ha de decirse, lo que importa es cui­dar del porvenir armonizando con él el presente, no hacer del pre­sente un sucedáneo del pasado, con todos sus errores, vicios y concupiscencias. Ya llegará el día en que todos pensarán así. En­tre tanto, vosotros, no podéis en modo alguno seguir, ni a los ma­terialistas que no admiten el espíritu, ni a los espiritualistas que confunden las especies y son más materialistas y ateos prácticos que los otros. No os preocupe el día de mañana por lo que en él habréis de comer o de beber: vuestro Padre, que alimenta a las aves del campo, sabe lo que habéis de menester y no dejará de procurároslo. Pensad en adquirir virtudes, pensad en extender vuestra benéfica influencia, que esas son letras de cambio que se descuentan al contado en la eternidad sin límites.

Extended vuestra benéfica influencia; sed piadosos; id en so­corro de los materialistas y ateos, que son vuestros hermanos que luchan a brazo partido consigo mismos y están a punto de sucum­bir. No creáis que en todos los casos sea su negación el fiel reflejo de su conciencia. Dudan: temen. ¿Y si fuera verdad que existe otra vida?, se preguntan. ¿Qué sería de nosotros, si efectivamente superviviera el espíritu a la materia? Acudid en su socorro; tended­les un cable de salvación, Mostradles los preceptos de mi doctrina y decidles: este es el camino, la verdad y la vida; quien se adapte a él, se salvará, quien no se adapte, está irremisiblemente perdido.

¡Ay, hermanos! Cuando la nueva regeneración dé su fruto, los materialistas, aterrorizados, detestarán de su incredulidad y se harán capaces de la magnitud de su yerro. Habrán perdido lasti­mosamente un tiempo que hubieren podido aprovechar en hacerse dignos de morar en ese mismo planeta, ya regenerado. No podéis imaginaros las delicias de que disfrutarán los espíritus que enton­ces le habiten. Os aconsejo y recomiendo que os portéis bien pa­ra haceros acreedores a ser de ellos. Tendréis la inefable dicha de vivir unidos a vuestros padres, a vuestros hijos, a vuestros hermanos, a vuestros deudos, a todos aquellos a quienes hayáis querido bien, en completa armonía y sin ninguna clase de agravio ni padecimiento físico.

Ved si vale la pena de un sacrificio pasajero, la seguridad de una perpetuidad de dichas semejantes.

Jesús