La  Voz  de  Dios

26 – 3 – 1911  – 48

Hermanos míos: En nombre de Dios os saludo.

Vengo por orden de Jesús a fortificar vuestros es­píritus, porque sois los apóstoles modernos, y en los tiempos que atravesáis, se necesita mucha fuerza mo­ral para entablar y sostener combate y vencer en él. Vosotros ven­ceréis, porque nosotros estamos a vuestro lado y nuestro apoyo nunca ha de faltaros.

Los enviados de pasados tiempos eran llamados profetas, por­que preparaban el porvenir. Desde la venida de Jesús, siempre han quedado en la tierra apóstoles para desparramar la buena se­milla y redentores para impulsar a la humanidad, Pero, hermanos, ya habéis visto que la estupidez de los hombres ha sido tanta, que hasta en la época presente se les persigue y martiriza, no faltando tampoco quien reciba muerte ignominiosa por propagar y defender la doctrina evangélica. No debe extrañaros desde el momento que Jesús, el más elevado de los espíritus, todo bondad y dulcedum­bre, fue ejecutado de la manera más indigna por redimir y enseñar a redimirse a los hombres. Quedó simiente de la raza deícida, y ha venido reproduciéndose para exterminar a cuantos han imitado a Cristo.

Ahora los tiempos son otros, ya porque se acaba el plazo anunciado, ya, también, porque los que han destruido la Ley de Dios y los profetas, han perdido su prestigio y fuerza: sus malos sentimientos los han conducido a naufragar, y remarán y se deses­perarán en balde por conseguir la orilla, mientras no adopten un sistema de remar inverso al que emplean,

Los apóstoles modernos tenéis mucha ventaja. Con la fe, la ayuda de Dios y la fuerza que os prestamos los invisibles, podéis levantar la voz y predicar el Evangelio sin temor a las torturas ni a las hogueras. Hace tres siglos que vosotros ya estabais escogi­dos para el trabajo de sembrar de nuevo la palabra de Jesús, cu­yos frutos han de ‘dar vida a la nueva generación. Sin embargo, hasta la encarnación presente no os habéis decidido a emprender­lo ¿Por qué habéis tardado tanto? ¡Ay! Ha sido por ese miserable vestido carnal que os cubre, que, lleno de flaquezas; os ha arras­trado a todo lo que podía perturbar a vuestro espíritu y detener vuestro progreso.

No, hermanos; no dejéis que os dominen las flaquezas de la carne. Ahora que el espíritu ha vencido en esas grandes tormentas y ha decidido seguir la inspiración de sus guías, perseverad en ello con fe y entusiasmo. Ahora ha de ser cuando habéis de alcan­zar el triunfo definitivo.

Los que, con sufrimientos crueles, han de dominarse de im­pulsos malsanos y vergonzosos, es porque abusan de las solicita­ciones de la carne y conservan todavía lastre de pasadas existen­cias. Sólo disfrutan en la corrupción, como el dado a la bebida só­lo saborea los néctares en lo que le dañan. Olvidan que aquellas horas de alegría han de producirles tristezas muy grandes, y olvi­dan también, cegados por ese deleite efímero, las promesas de redención que hicieron ante los mensajeros de Dios.

Ya lo véis, hermanos. Después de haber sido puestos en el mundo a semejanza del Creador el hombre ha abusado tanto de su libertad, que hay momentos en que se convierte en la fiera más indomable. ¿Qué se necesita para domar a una fiera? Un verdugo, que al propio tiempo que la domine, la instruya y conduzca a su guisa. Así sucederá con los hombres. Si no quieren dominarse por las palabras divinas, tendrán que hacerlo a fuerza de sufrimientos. Hasta entonces no se darán cuenta de su deplorable pasado, y si se cansan de estar en tinieblas y desean la luz, darán nueva direc­ción a sus impulsos, atenderán los consejos de sus guías y em­prenderán paso a paso la ascensión a su Tabor.

¡Oh, pueblo ingrato! No has querido escuchar al que había de conducirte al progreso; a este Jesús que se humilló ante todos los hombres, enseñando con el ejemplo como se practica el sublime y verdadero amor, la caridad, la fe, la fraternidad y el perdón a to­dos los enemigos. Al contrario: la inmensa mayoría te has afiliado en los banderines de esos sedicentes directores espirituales que fueron la causa de la crucifixión de este modelo de virtud, sin ver que un día los mismos que impulsaron al populacho a tan infame obra, le impulsaron luego a la hoguera y al tormento acusado de herejía, y le impulsarán al cadalso cuantas veces puedan y crean que ello es necesario para mantener su dominio e imponer su fe.

Vuestro mal proceder, que no otra cosa, es el que ha dado el emporio y el poder a esa gente corrupta y destructora: tenéis, por lo tanto, una parte de responsabilidad en su soberbia.

El trabajo de los fariseos siempre ha sido estéril para el bien de la humanidad. No creáis en sus promesas, porque sólo acuden a vosotros cuando se ven en peligro. Este, y no la verdad de su afecto, es el que les hace balbucir palabras de cariño, dulces como las mieles; pero son hipócritas, y cuando han logrado su objeto, toda la miel se convierte en hiel. Uno de los recursos que más ex­plotan, es el terror: la experiencia les ha demostrado que atemori­zando a las gentes con las penas del infierno, y más aún con las del purgatorio, se llenan sus gavetas y la sumisión es más in­condicional. Y no han reparado en hacer de un Dios de amor, de piedad y de misericordia infinita, un Dios vengativo y cruel, con venganzas y crueldades también infinitas y eternas.

¡Oh, hipócritas! Bien sabéis vosotros que blasfemáis al pre­sentar a Dios de ese modo; bien sabéis también que ultrajáis a Je­sús, del que usurpáis el título de sucesores, y no se os oculta que vuestro proceder clama justicia y que esta justicia no puede ser otra que la de haber de purgar la falta cometida, que es inmensa. ¿Porqué, sabiendo todo esto, persistís en ese camino de iniquidad? ¿Por qué no acudís a la penitencia, como decís vosotros, sabiendo que de la penitencia no podéis escaparos? ¿Por seguir dominando? ¿Por seguir satisfaciendo vuestra crápula?

No, no ha de seros posible pasar adelante en tales designios. El tiempo de vuestra acción se acaba y va a dar principio el de la nueva era. No vais a encontrar sitio donde esconderos. En todas partes la recta justicia de Dios pronunciará su fallo y concluirá con los equívocos procedimientos, las equívocas intenciones, las equí­vocas doctrinas. No habrá solución para el problema que habréis planteado con vuestra conducta. Vuestras exhortaciones y discur­sos habrán perdido su fuerza persuasiva hasta para aquellos que siempre os fueron fieles y sumisos; y éstos, cansados y convenci­dos del engaño de que han sido víctima, serán los primeros en abandonaros, cuando no en perseguiros. Ha de cumplirse la sen­tencia de que, el que con hierro mata, con hierro muere. (Mateo, XVI, 5).

Si Dios no hubiese tenido compasión de todos sus hijos, ¡cuántos se habrían perdido en la erraticidad Dicen los falsos ministros de Dios que es al infierno a donde van a parar las almas de los réprobos. Pero se olvidan decirnos quienes son los réprobos. Yo sé que todos somos hijos de un. mismo Padre, y que este Padre no quiere que ninguno de sus hijos se pierda. Por esto tiene establecido un medio seguro de rehabilitación: la pluralidad de existencias en la pluralidad de mundos. Mediante este sublime puente, todos hemos de pasar, de la ciénaga de las pasiones a la pradera de las virtudes. De Dios salimos y a Dios hemos de vol­ver: esto es lo inconcuso.

Se dice que quien niega al infierno, niega a Dios. Eso es una petulancia sofística. Se quiere, por metáfora, que el infierno sim­bolice a la Justicia suprema; y en este sentido, claro está, negar la Justicia suprema es lo mismo que negar a Dios. Pero el infierno no es ni puede ser el símbolo de la Justicia, y mucho menos de la Suprema. No es el símbolo de la Justicia, porque no hay en él nin­guna pena redimible; y menos puede serlo de la Suprema, cuando la falta finita es castigada con pena infinita. Se arguye a esto que el pecado no se mide por el ofensor, sino por el ofendido, y que siendo el ofendido Absoluto, la ofensa ha de ser absoluta. ¡Puro sofisma! Hay un niño en una plazuela jugueteando con un pote de pintura. Pasa por su lado una mujer, y recibe de él un par de bro­chazos; pasa un niño, y le da cuatro brochazos; y pasa la persona más influyente del pueblo, y piensa embadurnarle, pero se contie­ne. Vosotros diréis que el pecado mayor cometido por el chicuelo, es el de haber embadurnado al otro niño. Realmente eso resulta por la cantidad de los brochazos y la extensión de la mancha; pe­ro los lógicos teológicos os hacen decir que el pecado mayor fue el que cometió con sólo el pensamiento al ocurrírsele pintarra­jear a la persona más influyente del pueblo, y esto, no por la can­tidad de la pintura, ni por el sitio en que hubiera podido caer, ni por el mucho o poco conocimiento del niño pecador, sino por ha­ber sido la persona más influyente del pueblo aquella en la que el rapazuelo pensó cometer el pecado. Vosotros diréis que el juicio es absurdo, y lo es; pero así se viene sosteniendo desde hace die­cinueve siglos.

¿Queréis encontrar la verdadera Ley de Justicia, la verdadera Ley de Igualdad, la verdadera Ley de Libertad? ¿Queréis sa­ber por qué sois pobres o ricos, porqué sois sabios o ignorantes? Acogeos a las doctrinas de Jesús; abrazad con toda fe el Espiritis­mo; penetraos de la doctrina de la reencarnación y se os descorre­rán los velos.    .

Oigo a los que se preguntan: ¿Comprenderemos esto en la presente etapa? Yo os contesto: Según y como. Los cegados por el fanatismo, los corroídos por la ingratitud, los abotargados por los vicios, los hinchados por el orgullo, los hidrópicos por el egoís­mo, los escépticos, los materialistas, esos no lo comprenderán; esos necesitarán volver otra y otras veces para hacerse capaces de verdades tan evidentes y sencillas; los libres de prejuicios, los agradecidos, los virtuosos, los humildes, los poseídos de fe, espe­ranza y caridad, los verdaderos cristianos, en una palabra, esos sí que lo comprenderán, esos sí que lo están comprendiendo.

Cuantos no han sabido o no han querido ver en los terremo­tos, inundaciones, guerras o pestes el preludio de la gran catástro­fe, se hallarán en ella sin darse cuenta, y entonces será el pedir apoyo a los demás para salir del atolladero. Esta lección ha de serles muy provechosa. Por ella comprenderán el alcance de su in­diferencia cuando había en torno suyo quienes perecían y clama­ban auxilio, y ellos no se lo daban; por ella se capacitarán también de la angustia a que condenaban a los que condenaban a su propio abandono. Perecerán entre crueles angustias, y cuando se presen­ten ante Dios, Este les dirá: «Idos; no sois dignos de ocupar el si­tio que os tenía preparado. Habéis sido incrédulos, prevaricado­res, blasfemos; os perdono, eso sí, pero no podéis estar a mi lado, no podéis ocupar mansión alguna de pureza. Habéis de purificaros primero, y para ello, no os queda otro recurso que acudir al Jor­dán de la reencarnación. Reencarnad y atended a vuestros guías, que así volveréis a Mí limpios de pecado».

¡Terribles momentos serán éstos, hermanos míos! Tened com­pasión por ellos, e implorad la misericordia divina para que dulci­fique la Justicia suprema. Decid conmigo: «¡Dios mío, tened com­pasión! Todos hemos infringido vuestras leyes, todos hemos sido pecadores. ¡Perdonadles y perdonadnos, Padre mío! Os lo pedi­mos por los méritos de vuestro Hijo, y con igual fervor que Él lo hizo en los postreros instantes de su vida material».

Hermanos míos, por las llagas que sufrió nuestro Maestro, os pido que vuestro proceder sea bueno; que en los supremos instan­tes de la vida, os olvidéis de los agravios de vuestros enemigos, y que con vuestra benéfica influencia apaguéis la sed devoradora que sienten esos desgraciados que aspiran a aniquilar a los cristia­nos. Cultivad con esmero vuestra benéfica influencia, para que el día del retorno a la vida del espíritu, tengáis un despertar tranqui­lo y un puesto venturoso al lado de los Apóstoles y Misioneros.

Os lo desea vuestro hermano,

Lucas, apóstol y evangelista.