Efluvios de amor

(El mismo día) – 33.

Grupo apostólico. ¡Dios te proteja!

Vengo, como estos otros espíritus que presentes se hallan, a daros fuerzas, a confortaros con mi hálito. Luchad sin temor a los incrédulos, sin temor a las calumnias, sin temor a las persecuciones, sin temor a los ultrajes; luchad contra todo lo que sobreveniros pueda; luchando con fe, con perseverancia, con denuedo; luchad con heroísmo; que la victoria es del que lucha y en la victoria está el triunfo. ¿Como demostra­réis, si no lucháis, que vuestro espíritu está pronto para la misión que se le encomienda?

¡Ah! Bien veo que estáis dispuestos. Así me gusta, No des­mayéis.

Una sombra obscurece vuestra frente. Sé que tenéis momen­tos de duda, de desfallecimiento; momentos en que cruzan por vuestra mente ideas pesimistas y en que os sentís inclinados a abandonar la obra. Desechad estos pensamientos, que os son su­geridos por espíritus ligeros, que quieren interponerse al avance de vuestro progreso. Seguid los consejos que os damos todos los espíritus que queremos vuestro bien. No importa que se os pre­senten obstáculos: con nuestra ayuda, saldréis victoriosos; y de nuestra ayuda no debéis dudar, no podéis dudar ni un segundo. ¿Acaso sabéis de ningún general, que antes de empeñar la ba­talla proclame su victoria? ¿Acaso conocéis ningún piloto, que an­tes de consultar la brújula asegure el rumbo que lleve la nave? Pues esto que no pueden hacer ni el piloto ni el general, porque le faltan elementos de control, podéis hacerlo vosotros, porque no contáis con vuestras fuerzas solamente, que podrían desfallecer y fracasar, sino que contáis con la de los espíritus elevados, que no están sujetas a intermitencias.

Iréis a la batalla y venceréis; venceréis, porque os conducirá al combate la fe y el amor. Nováis a destruir: vais a edificar. Vais a reparar las grietas y a solidificar los muros del Templo de la Verdad, construido en falso por los pseudo profetas, pseudo misio- ñeros y pseudo discípulos del Hijo del Hombre. Vuestra labor ha de ser la del oculista que extirpa cataratas y la del maestro que despierta inteligencias. Tenéis que hacer comprender a las masas el estacionamiento a que las ha reducido el seguir a ciegas a los que tomaron por sus guías espirituales. Por esa senda nunca lle­garán al progreso del espíritu, porque sus ininterrumpidas sinuosi­dades son laberintos y falsos mirajes. En cambio, siguiendo con fe las doctrinas por vosotros expuestas, llegarán a la Jerusalén re­dimida, porque seguirán la verdadera enseñanza apostólica. No vais a destruir la Ley, sino a modificarla y darle cumplimiento. (Mateo, V, 17 y 18).

Levantad, hermanos míos, levantad la bandera espiritual, tan­tos años ha pisoteada por los hombres; haced frente a los que pre­tenden destruir lo que Dios edificó, siguiendo los preceptos de los falsarios de la Ley. Es esa, obra de inmensa caridad. ¿No estáis viendo los huracanes que azotan al mundo? Siguiendo las ense­ñanzas de los falsos apóstoles, los vicios se enseñorean de los ho­gares, la avaricia, el orgullo y la vanidad hacen presa en los corazones, la corrupción en las costumbres envenena la atmósfera, na­die piensa en lo que ha de sacrificarse por el bien común, sino en lo que ha de sacrificar al bien común para favorecer el bien propio. Cómo veía Jesús el porvenir de los hombres cuando decía: «Es­crito está: mi casa, casa de oración es llamada, más vosotros la hacéis cueva de ladrones.» (Mateo, XXI, 13).

Seguid, pues, hermanos míos, las palabras de Jesús; no de­jéis de estudiar sus Evangelios, porque en ellos encontraréis la ba­se fundamental de la cristiandad. Vosotros, si perseveráis con pu­ra fe, seréis las columnas sobre que se erguirá el Templo de Dios, para admiración y reproche de los incrédulos.

¡Oh, Jesús mío! Os pido que perdonéis a vuestros enemigos. Tenedles compasión. Mostraos ante ellos como ante mí, cuando perdía por unos momentos la fe; pero Vos tan misericordioso, nunca me abandonasteis.

¡Ah! ¡Gracias, Dios mío! Después de tantos siglos, pude lle­gar al arrepentimiento y ser una ferviente propagadora de vues­tras doctrinas. ¡Gracias, Jesús mío! Os pido con fervor, que, co­mo yo, puedan hacer estos vuestros hermanos. Guiadles y guiad­nos y dadles fuerza y dádnosla a los espíritus para que podamos dirigirlos sin tropiezo a vuestro rebaño, después de haber cumpli­do su misión sagrada. De este modo, antes que resuene la última trompeta, podrán reconciliarse y venir a Vos, para disfrutar de la eterna bienaventuranza reservada a los justos.

Así lo desea vuestra hermana,

Teresa