Los habitantes futuros de la Tierra

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La paz de Dios sea entre vosotros.

¡Ah, hermanos! ¡Con cuánta razón dijo Pilatos a su pueblo, que era un sigue siéndolo ahora, y lo ha sido a través de los siglos. No le ha ingrato al pedir que sentenciase a muerte a Jesús, el justo! Sí, ingrato fue entonces, y conmovido lo más mínimo el sin igual atropello cometido en la persona de Jesús, venida exprofeso a redimirle de todas sus faltas y a enseñarle el camino del progreso espiritual.

¡Oh! Vos, Jesús mío, que como manso cordero viniste para salvar a la humanidad; que con vuestros sacrificios enseñasteis el amor para con todos los seres, y que predicasteis la moral excelsa para que fuese la emancipadora del espíritu, ¡tened de nuevo mi­sericordia de ellos, porque van extraviados a causa de haber de­soído vuestra voz!

Vos sois el que, rebosando amor, hicisteis sanos a los enfer­mos del cuerpo y disteis consejos y ejemplos para que sanasen también sus almas; Vos que, con vuestra recta justicia, apagasteis la sed de los pecadores y sofocasteis la furia de aquellos insensatos que se consideraban con poder para aniquilar a los que seguían vuestros pasos. ¡Cuánto fue su regocijo al recibiros como el Me­sías prometido! Los cantos de alabanza, sus palmas y laureles pa­recía que nunca habían de acabarse; y en cambio, ¡cuánta fue su cólera contra Vos al predicarles la verdad y la destrucción de su templo! ¡Cuánto tiempo ha, Dios mío, que actúan de verdugos azotando a la humanidad, queriendo hacer prevalecer sus dog­mas! Pero ya se les acaba, porque en la segunda venida de Jesús, todo habrá de transformarse, y quedarán otros elegidos como bue­nos regeneradores.

Mirad, hermanos míos, a nuestro Redentor; miradle allá, en el Gólgota clavado en una cruz, exhalando el último suspiro y pi­diendo perdón para sus verdugos. ¡Pobre Jesús! ¡Vuestros sacrifi­cios son admirables! Aceptasteis, para redimir a vuestros herma­nos, una misión tan grande, tan sublime y una muerte tan afrento- tosa, que horripila solamente pensar en ello, aún a través de los siglos; y no contento con ello, habéis mediado con Dios, siempre a beneficio de la humanidad, para que perdone las muchas faltas de ésta. ¡Cuánto tienen que agradeceros los hombres! ¡Cuán poco os lo agradecen los muy ingratos!

¿Hasta cuándo, humanidad, no despertarán tus corazones em­pedernidos para dirigirte con los brazos abiertos a estrechar la bendita cruz del Salvador? ¡Ah, pueblo ingrato! Levanta tus mira­das al infinito, y descubrirás al Redentor, que siempre, amorosa­mente, te espera. Mira como ruega al Padre celestial, con lágrimas en los ojos, para que todos podáis convertiros, antes de llegar el momento fatídico! ¡Mira cómo te exhorta y te conforta a la remi­sión de tus culpas y al perdón de tus semejantes, para que a tu vez puedas ser perdonado!

¡Triste de’ tí, humanidad, que no sabes ver el mal que te ha­ces desoyendo a los enviados! Tristes han de ser para todos los momentos que se acercan; poique no es extraño que venga la des­trucción para arrasar el mal que habéis hecho con vuestras insa­nias. Lo que habéis descubierto, lo que habéis adelantado en cien­cias, artes e industria, hubiera sido progreso efectivo si hubiera ido saturado de adoración a Dios, amor al prójimo y fe en el por­venir; pero como le faltaba ese espíritu, se ha convertido en ins­trumento de iniquidad y con al habéis llevado la desolación a to­das partes.

¡Jesús mío! ¿Por qué, tantos sacrificios, si los hombres habían de despreciarlos? ¿Por qué derramar la sangre para su redención, si su maldad había de continuar hasta la consumación de los si­glos? ¡Ah! ¡Gracias que Dios, con su bondad infinita, deja al hom­bre espacio y tiempo para purificarse; y si de entre ellos hay alguno que, inspirado por los buenos espíritus, se dispone a seguir la buena senda, ese menos queda en la comunidad de los contuma­ces!

Los que sean elegidos para llevar a cabo la nueva regenera­ción, trabajarán con gusto y fe enseñando a los pequeños los ver­daderos preceptos de Dios; y éstos, dispuestos al adelanto, escu­charán ansiosos la palabra evangélica, para hacerse luego directo­res y regeneradores. Los espíritus que reencarnarán en el planeta serán perfectos, porque serán atraídos por seres buenos, para que unos y otros coadyuven al progreso espiritual de la humanidad venidera; y así desaparecerán las corrientes maléficas, superando las buenas, que harán desaparecer el egoísmo y el orgullo que ahora domina en las gentes.

¡Qué magnífica morada para los seres privilegiados por su buen comportamiento! ¡Qué fluidos más benéficos se esparcirán por todas partes! ¡Qué aromas más suaves desprenderán las flores y qué trinos más armónicos gorgearán las aves, para encanto de los humanos! Será tan feliz el que habitará en el planeta, que nun­ca sentirá el aguijón de los goces materiales, ni la ambición por poseer, ni la envidia, ni los celos… Tampoco tendrán de trabajar para comer, pues la mano protectora de ese amantísimo Jesús se extenderá sobre ellos, esparciéndoles fluido consolador, conserva­dor y vivificador que les saciará todo apetito. Será tan poca la co­mida que tengan que engurgitar para mantener su cuerpo, que os parecería imposible si os lo dijese. Su envoltura material será tan sutil, que podrán dejarla o tomarla fácilmente, y así recorrer otras moradas tanto o más elevadas, para su continuo perfeccionamiento.

Si Dios os destina a la misión de regenerar, ¡cuán felices se­réis! Si perseveráis hasta el fin de vuestra existencia, os digo, de parte de Jesús, que disfrutaréis de goces inefables; pero si no se­guís sus consejos, tendréis que ir a planetas más atrasados para enseñar el Evangelio a los que en ellos moren; seres atrasados que en su ignorancia y falta de moral, probablemente os arrastrarán, os apedrearán u os harán sufrir otro martirio semejante por el solo pecado de querer redimirlos: enteramente igual que en este plane­ta han hecho las multitudes con todos los redentores.

Tened misericordia, hermanos, de los que viven extraviados; sus deudas serán escrupulosamente pagadas y habrán de cumplir en sus venideras existencias todo lo que en la presente y las pasa­das dejaran en descubierto. Al verse libres de su envoltura, reco­nocerán sus errores, y lo que habían mirado con indiferencia esti­mulará su pena y pedirán nuevas reencarnaciones para cumplir su deber. ¡Lástima grande que, con tantas señales de pestes, guerras, terremotos e inundaciones, no les haya despertado interés ningu­no el querer saber lo que decía Jesús para prepararse y unificar sus pensamientos, para contener lo más posible el golpe!

Escuchad esta comparación, para ver lo que os habéis me­recido.

Este mundo es semejante a una casa no muy sólida. De esta casa, hoy se derrumba un trozo y mañana otro, y el dueño de ella como no posee capital, sólo recompone lo más indispensable de los desperfectos. Estos, empero, son tan continuados y tan impor­tantes, que acaban por cuartear la casa y declararla en ruina. En­tonces el dueño llama a sus hijos y les dice: La casa se nos desploma; vayámonos a otra, y cuando podamos, reedificaremos es­ta. ¿Cuándo podremos reedificarla? Cuando todos trabajemos a una con fe y desinterés; cuando nos una un verdadero amor, una inalterable armonía; cuando el mal o el bien de cada uno, sea el mal o el bien de todos. ¿Queréis llegar a este fin? Pues empezad a poner en práctica los consejos que os he dado. Y entre tanto, salgamos de aquí, porque el que no salga, quedará aplastado por las ruinas.

Así, hermanos míos, se ha comportado nuestro Padre. Nos envió a Jesús para la salvación de todos, y Jesús, hasta ahora, ha ido dispensando las faltas de los hombres, cargando ante Dios con la responsabilidad de las culpas de todos ellos. Ha procurado lim­piar de imperfecciones a todos sus hermanos, para que no llegase el momento de haber de dejarles cuando sean inminentes las rui­nas; pero tanta ha sido la poca fe y el mal uso que se ha hecho de sus consejos, que ha de dejar que la voluntad del Padre se cum­pla. Una vez destruido el planeta vendrán nuevos edificadores que trabajarán con fe, armonizando con los deseos del Padre, y su tra­bajo será sólido. ¿Por qué? Porque la fe reinará en ellos; porque tendrán arraigados el amor y la caridad; porque en su conjunto y en sus partes, el mundo será una verdadera fraternidad humana. Esta será, hermanos, la característica de la generación venidera.

¡Adelante, hermanos! Seguid el camino que tenéis trazado, que yo, como guía y protectora vuestra, acompañada de otros es­píritus elevados, trabajaremos en vuestro perfeccionamiento; y después de esa existencia, podréis hallar un bienestar imperece­dero.

Trabajemos, trabajemos todos con ahínco por la regeneración del género humano.

Vuestra Hermana de la Caridad.