Arenga

26 – 6 – 910 – 7.

HOLA, ejército mío! ¡Que Dios os proteja! Ya sabéis que dice el Evangelio, que donde estén dos o más congregados en mi nombre, allí estaré yo. (Mateo, Cap. XVIII, v. 20); y como vosotros estáis reunidos con fe sincera, aquí vengo yo.

Vosotros; aunque pocos, sois el ejército formidable de esta población. ¿Creéis que no sois más que tos cuatro que os contáis? Pues no lo creáis. Cada uno de vosotros lleva en pos de sí un ejército formidable, al que nadie es capaz de debelar; porqué la espada que esgrime, es más afilada y de mejor tempie que la de  los guerreros. Con ella no se vierte sangre:  se vierte amor, esperanza, fe; con ella no se domina  por el terror: se domina por el respeto, por la admiración que imponen las buenas obras. ¡Ay de aquél que ha de hacer temblar para ser respetado! ¡Dichoso el que por su virtud ni aun necesite despegar los labios para que las multitudes se sometan a su obediencia! La degradación hoy dominante, ha de desaparecer por completo.

Es tanto lo que la inmoralidad abarca, que vosotros pensáis y discutís sobre la posibilidad de la transformación que os anuncio. Motivos hay para que la duda os asalte; pero no os impacientéis, que, sin tardar mucho, veréis el cambio. Por vuestra parte, ningún esfuerzo tenéis que hacer para destruir lo que haya de destruirse: eso queda a mi cargo. Vuestra misión es la de edificar, edificar siempre sobre los sillares de la fe, del amor, de la esperanza y la caridad.

Hermanos míos, ¿de  quién tengo que valerme, sino de los creyentes? Os estáis formando montañas con las  conjeturas de lo que sucederá en esta empresa. Yo os digo que sólo habéis de ser fuertes e intrépidos para levantar el estandarte espiritual que tenga por lemas Fe, AMOR, ESPERANZA, FRATERNIDAD para todos los seres. Ante tal lema, no habrá otra solución que la de, o adherirse a  él, o desaparecer y dejarle el paso franco.

Velad pues, hermanos míos; no dejéis de cumplir, que con la ayuda de los espíritus elevados que estamos y estaremos a vuestro lado, seréis fuertes y valientes. Llegado este caso, no penséis en los que desaparezcan, que esta desaparición también será un progreso para ellos a la par que para toda la humanidad.

¡Ah, hermanos míos! Si muchos oyeran este mi mensaje, dirían que soy el guerrero más infame del mundo, el destructor de la humanidad. ¿Por que lo dirían? Por su supina ignorancia, por desconocer el progreso del espíritu y las evoluciones del planeta. Vosotros, que sabéis son necesarias todas esas conmociones para el progreso, como es necesario el desgarro de las entrañas para el alumbramiento de todo nuevo vástago, vosotros estáis en el caso de proclamar que no soy el destructor, sino el regenerador del mundo. Si los déspotas clericales pudieran echar mano del  poder que en otro tiempo tuvieron,  ¡Cuánto daño  harían! Querrían  hacer prevalecer su imperio, y veríais que el día  que volviera a presentarme para la regeneración de la humanidad, no solamente harían conmigo lo que sus antepasados, sino que es dejarían tamañitos en crueldades.

Pero no les será dado ese poder, porqué su tiempo ha concluido. Se acercan sus últimos momentos, y todo lo que están haciendo para mantenerse y acrecentar su  poder, son como los estertores de su agonía. El tiempo está próximo; llega la hora de la regeneración, repito, y para hacerla como se debe, nuestro Padre tiene ya la mano levantada. ¡Animo siempre, amigos míos!  ¡Velad y no descuidéis un momento el cumplimiento de vuestra misión! Recordad las palabras que Jesús os dice; dejad  las cosas materiales y pensad en las espirituales. Que lo que poseéis se pierda, nada os importe, porque yo tengo mucho más para dar que lo que he dado, y en lo venidero, vida eterna. (Lucas,  XVIII,  30).

Por lo tanto, vuestra esperanza ha de ser grande. Estad preparados para la obra venidera; trabajad por el bien de todos los seres, vuestros hermanos, y más aun por aquellos que no han comprendido la verdad. ¡Cuánto me compadezco de ellos! Pero, no hay remedio: debe cumplirse la voluntad del Padre. Hermano de ellos como de vosotros, les mandaré mensajeros, y vosotros sois de ellos, para que les atraigan al rebaño evangélico. Si no atienden al llamamiento, peor para ellos. Vosotros, mis hermanos, mis discípulos, debéis tener para con ellos, de contínuo, palabras de consuelo, de cariño y de verdad; y así, acariciándoles con tierno amor, teniendo misericordia para con sus extravíos, un día se acordarán de vuestras benéficas palabras, y si en la presente existencia no quieren o no pueden comprender la ley de Dios, en existencia futura serán buenos creyentes y hasta mensajeros de la divina palabra.

Se despide vuestro  harmano.

Jesús.