¡Guerra, desolación y exterminio!

1   – 10 – 1911  – 74

Jesús y María os iluminen, hermanos míos.

¡Miradles como vienen! ¡Contemplad ese hermoso, ese divino grupo que llega a vosotros con toda majestad! ¡Oh, Jesús y Virgen santa, cuán buenos sois! ¡Lástima que estos pobres hermanos no puedan distinguiros y ver la luz que derramáis sobre ellos! Dadles fuerza para perseverar, y así vendrá día que, con su mucha fe, podrán distinguiros.

Si pudieseis verlos, ¡qué felicidad sería la vuestra! Nuestra Madre está recostada sobre el hombro de su Hijo, llorando y pi­diendo la salvación de todos los hombres. ¡Cuán buena es! Siem­pre procura recoger a los extraviados, para conducirlos al rebaño de Jesús. ¡Bendita sois mil veces, Madre mía! Trabajáis sin des­canso y derramáis raudales de lágrimas por conseguir la redención de la humanidad; y ésta ¡ingrata! os lo paga con desdenes.

Está decretado en los designios del Padre la destrucción de todo lo que está llamado al progreso por un cambio brusco; y por esto vuestro Hijo os responde como cuando salisteis a su encuen­tro al ir a recibir ignominiosa muerte en el Calvario por salvar a sus hermanos. Vos, con el pesar de una madre afligida, le decíais que no fuese a Jerusalén porque sería crucificado, y El, con su amorosa palabra y su cariñoso acento, os contestó: ¡Ah, Madre mía! Vuestra petición no puede ser atendida, porque quebrantaría la Ley si tal hiciese. Está decretado mi sacrificio, y no cumpliría la promesa que hice al Padre al venir a la Tierra, si tratase de eludirlo.

Vos, Virgen santa, quedasteis desconsolada, como afligida quedáis ahora porque vuestro Hijo no puede atender vuestros rue­gos. Él sabe que está pronunciada la sentencia de la renovación del planeta, y os dice: «Dejad al Padre celestial y a vuestro Hijo, que, cuanto antes, cumplan lo anunciado por los Profetas, porque de este gran mal, ha de resultar inmenso beneficio para el progre­so espiritual del Universo»’.

Esto es lo que quería deciros antes que Jesús tomara la pala­bra, el que, por orden suya, os lo ha anunciado.

Un Espíritu de Luz.

La paz de Dios sea con vosotros.

Guerra, destrucción y exterminio: cosas son estas muy fuer­tes; pero la humanidad las quiere, y las tendrá. Las profecías de los enviados han de cumplirse, y dirigíos donde queráis, por todas partes oiréis estas horrísonas palabras, aún en los labios de los más inocentes. Como si estos hubiesen venido con la misión de luchar, hay constantemente en sus conversaciones las palabras guerra, desolación y exterminio. Las guerras dejan siempre por donde pasan desolación y tristes recuerdos, igual que las demás plagas que azotan a la humanidad en las proximidades de un gran cataclismo. Con esto va cumpliéndose lo que dije a los Apóstoles que sucedería cuando se aproximase el fin del mundo.

Dicen muchos que lo que enseño en las Sagradas Escrituras es muy viejo; que, durante veinte siglos, siempre ha sucedido lo mismo; y que lo vaticinado como señal precursora de la vigilia de la grande crisis, se ha repetido varias veces y debía haber dado lugar a hecatombes que no se han presentado. Los hombres dudan y desconfían de todo lo divino; más yo les digo que pasarán los cielos y la tierra, pero mis palabras no pasarán, y lo que predije, tal como lo predije, así tendrá cumplimiento. ¿Habéis leído voso­tros si estas cosas habían de suceder antes o después de veinte siglos? No, no lo habéis encontrado en parte alguna de las Sagra­das Escrituras. Pues, tenedlo bien presente: lo que no ha pasado, tiene que pasar tal como he dicho, porque mi palabra no puede mentir. ¿Qué importa el tiempo transcurrido, si para la eternidad es un segundo? Todo llegará cuando deba llegar, del mismo modo que llega la madurez a la fruta pendiente del árbol. Después de todo, podéis haber visto en los Evangelios que digo que antes de suceder lo profetizado, vendría el Espíritu de Verdad para aclarar los puntos de doctrina que los hombres vieran confusos.

¿Ha venido el Espíritu de Verdad? Sí; hace medio siglo que ha empezado su obra; pero, ¿qué es este tiempo comparado con el pasado? Un instante inapreciable; tan instante, que no ha bas­tado para darse a conocer de todos aquellos a quienes tiene que catequizar. Para arraigar las ideas espirituales, como cualquiera otra cosa, necesitan su tiempo, y una vez echadas raíces, se ha­cen inconmovibles y rinden los frutos de salvación que hay que esperar de ellas.

Los hombres, con el afán que sienten por lo terrenal, y lo efí­mera que resulta toda existencia, se creen que en el Universo hay que reglarlo todo con la propia medida. Es un grave error. Las cosas materiales tienen tiempos y medidas diferentes que las cosas espirituales, y aún unas y otras no están regidas por el mismo tiempo en todas las mansiones sidéricas. Limitándonos a vuestro mundo, tampoco es el tiempo uniforme para todas las cosas; y por lo que se refiere a las espirituales, son de tanta trascendencia, que es una colosal conquista la de agrupar a todos los extraviados a la sombra del árbol de la cruz.     

Ya llegará, hermanos míos, lo que tan problemático os parece; ya lo tenéis encima, y no tardaréis en quejaros por sus efectos. Hace un siglo que viene preparándose lo que os lleva a dudar; pe­ro no os fijáis en que de día en día se acentúa más, y es ya inmi­nente el momento en que la guerra, la destrucción y el exterminio acaben con el planeta Tierra. Se habrán cumplido los deseos de muchos hombres, que, en vez de predicar amor y moderación, pre­dican odio y avaricia. Quienes así obran, ¿pueden ser llamados Apóstoles míos? No, no y siempre no. Después de tener en sus manos mis Evangelios, se han perdido, y han embarrancado a to­dos los que con confianza les seguían. ¿Qué provecho han dado y qué uso han hecho de la superioridad que les ha sido reconocida? ¡Ah! Con el pretexto de holocausto han hecho muchísimas vícti­mas, y nada más.

No puedo dejar de acusarles de tremendo pecado, del pecado de infamia. ¿Es el que ellos siguen el camino que tracé en la tierra? ¿Son sus enseñanzas las que divulgaron los Apóstoles? ¡Ah! Estos sí que tenían fe y corrían al martirio en defensa de la moral de su Maestro. Sus enseñanzas fueron vivas, porque iban acompañadas del ejemplo. Se reflejaba en todos sus actos la bondad de sus espíritus. ¿Y vosotros? ¿Qué habéis hecho vosotros? Todo lo contra­rio de lo por mí proclamado y aún de lo por vosotros preceptuado. Lleváis a los demás al sacrificio, pero os quedáis en vuestro pues­to disfrutando de los goces que le son inherentes. ¿Con qué valor os presentaréis ante el Padre, siendo tantas vuestras culpas? ¡Ah! Por siglos de siglos habrá de vagar errante vuestro espíritu y en muchas existencias habréis de purgar la deuda contraída.

Por el incumplimiento de las leyes hemos tenido que venir los elevados espíritus a reformar los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, aclarando las verdades allí expuestas y vigorizando a quienes quieren ser leales y propagar y defender mi doctrina. Este nuestro trabajo queda depositado en la serie de comunicacio­nes, autorizadas por el Padre, que han de constituir el nuevo Evan­gelio de la regeneración humana, para que puedan, los extravia­dos que quieran, reconciliarse con Dios antes de la destrucción, y para que las generaciones futuras, tengan en él una guía irrepro­chable.

Como creyentes, ya comprenderéis el fin a que esto se enca­mina. Mis palabras están saturadas del mejor deseo porque todos asciendan al Padre celestial. A El pido que hallen eco en los cora­zones de los extraviados, para que, desprendiéndose de la venda que cubre sus ojos, se abracen a lo espiritual y progresivo.

Esto os desea a todos vuestro Maestro,         

Jesús.