Los tiempos se acercan

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HERMANOS míos: Vuestro Padre y mi Padre celestial, nos bendice a todos, e irradia sobre nosotros los efluvios de su bondad, de su sabiduría y de su poder infinitos. Prestad un poco de atención, y acoged y escudriñad mis palabras. Legiones de espíritus hay  aquí, ansiosos de oírme y de venerarme. ¡Si pudierais, hermanos míos, contemplar las maravillas que os rodean! … Mas no os impacientéis: día llegará en que, limpios de corazón y esclarecidos de inteligencia, podréis ver sin obstáculos lo que hoy se escapa aun a vuestra exuberante fantasía.

Todos los espíritus aquí presentes, que  son una multitud, están identificados con vuestros sentimientos y han de  cooperar con vosotros a la erección del Templo anunciado. A unos y a otros digo: ¡Id con cuidado! ¡Vigilad y orad!  Ya sabéis que os tengo dicho que seáis humildes de corazón, sumisos y compasivos ante todos vuestros hermanos; no os deis importancia por vuestro saber, porque ya os dije que «el que se ensalzase será humillado, y el humillado será ensalzado. (Mateo, XXIll, 12).

Si un día, hermanos, el orgullo se apoderase de alguno de vosotros, elevad vuestro pensamiento a Dios y rogad a los buenos espíritus que os presten su bienhechor concurso para despojaros de pasión tan perniciosa, unas de las que más daños viene causando a cada espíritu de por sí y a la humanidad en conjunto. Acordaos que ya dije a mis discípulos, que el que quisiera ser el primero fuera el postrero (Marcos,  X,  31), y de ese modo andaréis siempre en una armonía angelical. Vosotros no debéis nunca tener orgullo, primeramente, por vuestro propio bien, por vuestra paz, por vuestra tranquilidad de conciencia, que es lo que produce un goce espiritual inefable, y luego,   porque habéis sido llamados, junto con estas legiones de espíritus, para ser obreros en las tareas de la regeneración, lo que quiere decir que como tales obreros habéis de trabajar con sencillez y fervorosamente por el bien y perfeccionamiento de los demás.

Nada debe importaros que os calumnien; nada la murmuración de la gente pecadora que os ridiculiza por vuestras ideas; nada las miradas llenas de odio y de cólera de los  que se empeñan  en ser vuestros enemigos, mientras vosotros debéis empeñeros en ser sus hermanos, y si viene a tiempo, sus siervos: ya sabéis que os fue dicho:

¡Bienaventurados los que padecen persecución por causa mía! ¡Bienaventurados todos aquellos que no niegan mi nombre delante de las multitudes, aunque hayan de ser escarnecidos, porque de ellos será el reino de los cielos. (Mateo,  V.  3 – 12).

Aunque la gente se mofe de vosotros, no desmayéis, hermanos. Duro será el castigo  para ellos. Hoy ríen y mañana llorarán. Los que podríais reír, sois vosotros; porque ha beis comprendido las sagradas doctrinas predicadas por vuestro Maestro, y con el poder de la fe, tenéis que sobrepujar a todos los que de vosotros se burlen. Pero no riais, no: tened compasión de todo el que ande extraviado. Son pobres espíritus que están ayunos de comprensión para las cosas espirituales, y que apenas, con el entendimiento que poseen, pueden descifrar una parte de las cosas materiales.

Así también se burlaron en los antiguos tiempos, de los guardadores de la Ley, moviendo al Eterno Padre a llamar a Noé y decirle:

«Noé, estoy cansado de toda carne; toda esa generación ha cumplido muy mal y no debe existir en ese planeta».

Corno Noé era un hombre sumiso y obediente, se arrodilló para escuchar aquella voz de la visión que había tenido, y dijo: «¿Qué queréis, Padre mío?», «Quiero contestó la voz – que hagas un edificio, el cual se llamará Arca de salvación» ; – y le dio todos los detalles acerca del modo como había de construirse; y Noé cumplió exactamente lo que la visión le dijo.

Preguntó Noé a la visión para qué serviría el Arca, y la voz del cielo le contestó: «Quiero concluir con toda carne,   porque el orgullo de los hombres ha llegado hasta las cosas celestiales; así que, dentro de esa arca, pondrás una pareja de cada especie, y cuando esté concluida, os meteréis en ella tu, tu esposa y tus hijos. Entonces verás lo que sucede».

El sumiso y creyente a la visión, se puso a trabajar con toda energía en la construcción del Arca, que debía ser toda de madera. Al cabo de mucho tiempo, cuando la tuvo concluida, volvió a  aparecérsele la misma visión, y le dijo: «Enciérrate dentro, con todo lo que te tengo dicho.

¡Cuantas fueron las burlas que Noé tuvo que soportar, hermanos míos, de aquella gente, y más aún, de los sabios de su época, que viéndole que trabajaba con tanta energía y actividad y lleno de fe y confianza, le decían: «¿Te has vuelto loco, Noé? ¿Quién te ha mandado construir esa casa? Parece extraño que seas tan tonto, que no sepas  lo que haces, haciendo ese edificio». Muchas fueron las mofas y las risas que el proceder de Noé inspiró a sus coetáneos, y mucha la fortaleza que aquél tuvo, pues de nadie hizo caso y prosiguió su obra, bien persuadido de que cumplía una inspiración del mismo Dios.

Ya dentro del Arca todos los que Dios había mandado, empezó a llover por espacio de cuarenta días con sus noches; y con tanta lluvia, los ríos se salieron de madre, los mares se desbordaron y todos los graneles valles se llenaron de agua. Las gentes salían horrorizadas de sus casas clamando misericordia, y se dirigían a los montes, pensando quedar allí a salvo. ¡Engañadora esperanza! Había sonado la hora y no había salvación para  ellas.

«¡Señor, Dios nuestro! ¡Ten misericordia de nosotros, que estamos a punto de perecer!» clamaban  millares de millares de  personas; otras se acercaban al Arca,  procurando tener cabida en ella.

¡Ay, hermanos! ¡Qué terribles momentos aquellos! … Viendo que su salvación no era posible, porque el agua iba subiendo, subiendo, subiendo siempre, los padres colocaban a sus hijos sobre sus hombros y sobre su cabeza, lanzaban ayes desgarradores pidiendo misericordia, y a Noé, al escarnecido Noé, le decían: «¡Noé, Noé! ¡Apiádate de nosotros! ¡Tu te elevas sobre las aguas y nosotros perecemos ahogados en ellas! ¡Ten compasión! ¡Danos refugio en tu arca!».

¡Hermanos míos, todo fue inútil! Aquellos lamentos eran para arrancar lágrimas a las piedras, y, en otros tiempos, hubieran movido a compasión al menos sensible; pero entonces era ya demasiado tarde y no era hora de que Dios oyese sus súplicas y consolase su  desconsuelo: Se habían cerrado las puertas del Arca de salvación, y nadie más podía salvarse.

Pensad que estáis en semejantes circunstancias. Ha llegado el tiempo en que Dios ha llamado a sus operarios para construir una nueva Arca, que también ha de ser de salvación; y como vosotros sois los obreros  constructores de ella, debéis pensar, corno Noé, que nada importa que las gentes se rían de vuestro trabajo, y sí importa, y mucho, llevar éste a cabo con la mayor diligencia y perfección posibles.

¡Ah! Si supieran el porvenir que les espera, no se reirían de los que trabajan por el porvenir, sino que, abrazándose a sus hijos, empezarían a clamar misericordia y exhortarían a los suyos a que la impetraran desde el fondo de su alma. Pero el orgullo les domina, y como creen que nadie es tan sabio, tan prudente ni tan poderoso como ellos,  no quieren atender a nadie que les hable del progreso espiritual, y sienten tener que abdicar a sus costumbres. ¡Insensatos! Caro pagarán el hacerse los sordos a quienes les advierten que tienen la lluvia encima; esto es; que el plazo para el arrepentimiento, va expirando ya.

Vosotros, siguiendo mis palabras, podéis llegar bien al punto a que se os destina;  pero debéis compadecer a  los demás y envolver con vuestra mirada de misericordia a cuantos tienen cerrados los ojos y los oídos para las verdades del Evangelio.

Todo eso, y algo peor, me sucedió a mí cuando mi predicación, porque había infinidad de hombres que no daban crédito a mis palabras y se burlaban de mis obras; pero, ¡hay de ellos! … Todavía lloran sus extravíos!  

Aquellas pobres mujeres  de Jerusalén, al verme subir al Calvario con aquella pesada cruz, agotadas mis fuerzas y fatigado mi espíritu, lloraban amargamente, al pensar que iban a dar muerte al redentor del mundo. Yo les dije: «Hijas de Jerusalén, no me lloréis a mi; mas llorad por vosotras y por vuestros híjos.»  (Lucas, XXVII, Sí, hermanos. Yo lloraba, porque sabía el porvenir que les esperaba.

De igual suerte vosotros, parodiando mis palabras, podéis decir: «Llorad por vosotros; no os riais, no os moféis de cuantos siguen a Jesús, que el porvenir vuestro será desastroso» Y con toda sinceridad, pedid misericordia para  todos vuestros hermanos que siguen extraviados.

Animo pues; no desmayéis. Esforzaos. en seguir con toda la energía posible, el camino emprendido, y así llegareis un día a mi lado, para edificar la Iglesia venidera. Vuestro Maestro,

JESÚS.

Nota  bene. – En esta sesión nos fue dado por Jesús el título de la presente obra, que es el  mismo que lleva, o   sea LA NUEVA REVELACIÓN o EL PORVENIR DEL GENERO HUMANO.