El Escudo de la Fe

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HERMANOS  míos: os saludo en nombre del Padre celestial.

Llego a vosotros para explicaros, como ejemplo, mi vida en la tierra, cargado con la pesada cruz de la humanidad; y quiero que también vosotros participéis de esa cruz divina, de esa cruz que yo abrazo siempre, porque es la cruz de la redención, de la que todos los Apóstoles han hecho uso, y con la que han salido victoriosos en todos los tiempos.

Hermanos míos, tomadla también con la mayor satisfacción; con aquel amor, con aquella alegría, con aquel deleite inefable con que la tomó vuestro hermano al serle enviada por el Eterno Padre. ¡Ay, hermanos míos! ¿Qué hubiera sido de vosotros, si yo no hubiese aceptado la cruz de la redención? ¡Ah! ¡Cuánto era mi deseo de salvaros! Si no hubiera sentido tan grande amor por vosotros, no tenía necesidad de venir a este miserable mundo a padecer tantos martirios, que sólo por salvaros podía aceptar.

Aquella gente inhumana se complacía en todo lo que más podía hacerme sufrir; pero con la fuerza que recibía del Padre podía resistirlo todo con paciencia, y sólo pedía, levantados los ojos al cielo, que el Padre perdonase a mis verdugos.

Abrazado a la cruz que me envió, me fui al paraíso. Y no la he dejado nunca, porque es tantas veces bendita, que jamás me separaré de ella. ¿Por quien sufrí toda mi pasión? ¿Por quien derramé toda mi sangre?  No fue por mí, no, porque ya  os he dicho que no tenía necesidad de venir al mundo Tierra; fue por vosotros, por salvar a la humanidad, por lo que acepté tan grande sacrificio.

Al ver la torcida senda por la que caminaba la humanidad, me sentí movido a compasión, y en alas del sublime amor que sentía y siento por mis hermanos, resolví venir, para con mis enseñanzas y mis ejemplos, sacarles de la inercia espiritual y hacerles ver los esplendores de radiante luz que por ni mediación les enviaba el Padre, como antes se la envió por profetas y mensajeros. Y quise llegar y llegué hasta el martirio, para ensenar y demostrar a  los que quieran ser mis discípulos, que deben ellos llevar con satisfacción y resignación todas las contrariedades que se les presenten, demostrando de ese modo que comprendieron, amaron y practicaron mis enseñanzas.

¿Acaso habéis de ser las distinguidos que vuestro Maestro, delante del Padre? No puede ser, hermanos. Debéis imitarme; y siendo yo el primero que padecí por vosotros, los toca a vosotros corresponderme en tan grande sacrificio, no padeciendo por mí, sino padeciendo por la humanidad extraviada. Yo os prometo que si seguís mis enseñanzas, si no os separáis del camino, no padeceréis tanto como yo.

Gozaos en seguir las huellas de Jesucristo, y atended: ¿Sería digno el hijo que viera a su padre en peligro inminente, y no corriera a salvarle, aun a costa de su vida? El tal hijo, ¿amaría al padre? Pues yo os digo que se han dado pocos casos en que el amor filial haya rayado a la altura heroica del sacrificio por su padre; y en cambio de ello, son sin cuento aquellos que revelan que un padre es capaz de perder, no una vida, sino mil, por salvar a un hijo de un peligro. Pues bien: yo vine como padre vuestro. ¿Seréis vosotros tan ingratos como la generalidad de los hijos? ¿No os esforzaréis por figurar al lado de las honrosas excepciones?           ·

No os exijo la vida, no; estando todo más adelantado que en mi época, no hay ninguna necesidad del sacrificio de ella. Solo os pido con todas las ansias de mi amor, que sigáis mis doctrinas, que deis recta interpretación y adaptación a los evangelios, si queréis ser de mis apóstoles y obreros de la nueva Jerusalén que os anuncio.

¡Ay hermanos! Si por desdicha vuestra os hallarais en los tiempos en que dominaba la Inquisición, ¡cuántos Pedros tendríais que contar entre los vuestros! ¡Cuántos me negarían y se ocultarían bajo la capa de la falacia, para no decir que eran de Jesús .. ! ¡Ay de los tales hermanos! ¡Más les valiera no haber conocido mis doctrinas! Ya sabéis que digo en el Evangelio que no todos los que dirán: «Señor, Señor, también somos de Vos», entrarán en el reino de los cielos; sino aquellos que harán la voluntad de mi Padre. (Mateo, VII, 21).

Vendrá el día en que se separarán los buenos de los malos, y entonces, se verá el poder de los verdaderos seres espirituales, Hasta ahora, ningún sacrificio se os ha impuesto por la religión de Dios; pero tiempo vendrá en que habrán de hacerse muchos. Hermanos míos, saturaos bien de mis  doctrinas, porque el que perseverará hasta el fin con fe y justicia propagando de palabra y obra la verdad evangélica, ese será salvo y heredará el reino de los cielos.

En otros tiempos hubo momentos que fue necesario arrebatar la máscara para ver quienes eran los verdaderos cristianos; y habiendo tanta multitud de los que se llamaban judíos espirituales, cuando llegó el momento de la lucha, el de la prueba, quedaron pocos que no se negaran a seguir las inspiraciones de Dios. ¿Consecuencias para los apóstatas y perjuros? Que fueron acometidos por sus contrarios, que tuvieron que escapar a la persecución y que perecieron muchos antes de que pudieran refugiarse en Babilonia.

Así sucederá, hermanos míos, el día que yo haga el llamamiento, porque en la lucha prefiero pocos y buenos a muchos y desleales. Ya lo sabéis: cuando mi pasión, no tuve más que doce apóstoles, y entre ellos hubo un traidor. Los once que quedaron, como estaban firmes en su fe y sentían gran vocación por su Maestro, bastaron para exponer sus enseñanzas a millares, y para convertir a ellas también a millares. ¿Porqué pudieron hacer tantos cristianos? Porque mis máximas son dulces, benévolas, llenas de unción y amor para toda la humanidad; y ellos, saturados de su espíritu, pudieron hacer milagros que dejaron perplejos a todas las gentes.

Recordad lo que ocurrió al Apóstol Santiago, cuando luchaba por sacar a los sarracenos de España. Estaba muy desanimado porque tenía un ejército muy pequeño, y se creía vencido; pero al momento de empezar una batalla, pidió a Dios que le diese fuerza para vencer a aquellos enemigos, que no por esto dejaban de ser sus hermanos, a quienes de corazón amaba, y estando en oración, apareció una voz interna, que le dijo: «Toda la gente que llevas contigo, tiene mucha sed; déjala beber, y con una prueba que te daré conocerás los que necesitas para vencer». Reparó bien en ellos, y observó que unos bebían de un modo y otros de otro. «Coge esos que beben con la mano: con ellos tienes suficiente para vencer al enemigo» oyó que le decía la voz interna. Quedó aterrorizado, considerándolo imposible, pues apenas le habla quedado una parte de su ejército; pero, absorto en estas consideraciones, oyó en su corazón la voz de la gracia que le decía: «¡Adelante! ¡No temas! Empuña la Cruz, y no necesitas de ninguna otra arma». Y con efecto, con aquella cruz redentora ganó la batalla, asombrando a sus enemigos que cayeron abatidos bajo el escudo de la fe.

Por eso os dije que empuñarais el cetro y la  cruz, y no tendríais necesidad de armas para vencer. ¡Bendita Cruz la que mi Padre me envió, porque ha sido el espanto de todos los que no tenían fe, y con ella también será vencida  la hipocresía y la maldad! ¡Oh Cruz bendita, que viniste a mí para redimir a la humanidad, triunfando de sus iniquidades! Con esa Cruz quedarán vencidos todos los enemigos del Espiritismo, que tanto se empeñan en desnaturalizarlo y anatematizarlo.

Vosotros, hermanos míos, no podéis quejaros, hasta ahora, de la cruz que lleváis. Si el domingo pasadc, al comunicaros mis Leyes (que vosotros ya sabíais), os molesté, contrariándoos, por indicaros que debíais hacerlas prevalecer en vuestras casas, en vuestro arbitrio está cumplirlas o no. Ya sabéis que lo que no hagáis hoy, tenéis que hacerlo mañana. Tomadlo con paciencia, porque no ignoráis que el buen discípulo tiene que seguir a su Maestro. Ya sabía lo que os había de suceder. Contad con toda mi protección, porque amo a todos los que practican mis doctrinas y bendicen al Padre.

A todos os envuelvo con mi benéfica  influencia, para que podáis ser fuertes y proseguir en el camino que se os ha trazado. Olvidaos de lo que puedan decir los demás hombres, y tened siempre presente mi promesa: «El que viene conmigo y tiene fe, nunca se pierde». ¡Adelante! El trabajo para preparar la Nueva Era nos está esperando. Acudamos presurosos a cumplirlo.                 

Jesús.