Las dávidas divinas

4 – 12 – 1910  – 31

HONOR a María!

Ella es vuestra protectora y la de todos los es­píritus angelicales;

Viene acompañada de su Hijo;

En ella están todas las virtudes.

¡Qué hermosa es, con su diadema de estrellas!

¡Si tuvierais la dicha de verla como yo…!

En sus ojos brilla la luz radiante de los soles;

De sus labios fluyen a raudales consuelos y esperanzas;

Su regazo es refugio de todos los desvalidos.

¡Dichoso el que se acoge a su piedad!

¡Salve, María, Salve!

Podéis entrar, Madre mía; ya he anunciado vuestra llegada… 

Un Espíritu de Luz.

Hijos míos, en nombre de Dios, os saludo.

No podéis figuraros el cariño que os tengo y cuánto os amo. Os quiero como a mi Hijo que vino a sacrificar su vida por la sal­vación de todos los humanos.

Vosotros ya sabéis, hermanos míos, para qué ha venido el hombre a la tierra; pero, para los que lo ignoran, les digo: la estancia en ella, es una expiación, porque hay que satisfacer las deu­das contraídas en existencias pasadas, o es. una misión, porque deben cumplirse y ayudar a cumplir los preceptos de la Ley.

Si pregunto a los hombres si cumplen como es debido, la casi totalidad me dirá que sí; pero mirando atentamente sus pasadas existencias, veo que no han cumplido casi en nada, y digo: ¿A qué os atenéis para afirmar que habéis cumplido lo que prometis­teis al tomar materia? ¿No veis que en todos los momentos estáis ultrajando los divinos preceptos, estos preceptos que tantos y tan sazonados y sabrosos frutos os darían en la tierra y en el espacio si bien los cumplieseis?               

Cuantos dicen: «Sí, Madre; yo soy buen católico; voy a la Iglesia; confieso y comulgo; escucho la palabra de los sucesores de los Apóstoles; no hago mal a nadie; toda mi vida la dedico al trabajo para ganar el sustento de mi familia; creo que bien puedo decir que cumplo como Dios manda».

¡Ay, infelices hermanos! ¡Cuán equivocados estáis en vues­tras apreciaciones! ¡Cuán descuidados vivís, confiando a los de­más lo que es sólo de vuestra cuenta! A ver: ¿qué sacrificios os imponéis por seguir las doctrinas de Jesús? Ninguno. Por no mo­lestaros en buscar el meollo de la doctrina ensenada por mi hijo, atendéis a los que la confunden y nada enseñan de la verdad evan­gélica. No hacéis daño, pero tampoco hacéis bien alguno. Sois como el agua mansa que discurre por un arroyo, que no insistía tras sí terrenos de cultivo, pero tampoco apaga la sed de las plan­tas. Pertenecéis a la categoría de aquellos de quienes dijo Jesús: «Con la boca me honran; pero su espíritu está lejos de mí». (Ma­teo, XV, 8 y 9).

¿Creéis vosotros que obrando así os acercáis a Dios? no, lu­jos míos; no es eso lo que Él os pide. Lo que Dios quiere es que cumpláis con exactitud sus mandamientos; que dediquéis a las co­sas de la materia los seis días de trabajo, y se los dediquéis con honestidad, sin avaricia, siendo piadosos y justos y teniendo fija la mirada en el fin para el que todas las cosas fueron hechas, que es el bien, la felicidad de todos; más al llegar el día del descanso, que se lo dediquéis a Él, al Señor, porque en parte alguna halla­réis mayor ni más apropiado descanso que en su regazo dulce y piadosísimo, y porque ya fue dicho: «El séptimo día descansarás y a Dios alabarás». (Éxodo XX, 10).

Hijos míos: capacitaos de lo que dice Jesús, y veréis que no hay necesidad de ir a las sinagogas para adorar a Dios. Los servi­dores de todas las Iglesias han olvidado el precepto de dar de gra­cia lo que de gracia reciben, y trabajan en ellas en su provecho. ¿Creéis que, a pesar de su mentido apostolado, se mortificarían lo más mínimo, si el tiempo que están allí, no les reportase pingües beneficios materiales? Os equivocáis. Trabajan en su provecho y no en el vuestro, y desgraciado del que confía en el bien que los tales pueden proporcionarle. Sois vosotros, y solo vosotros, los que habéis de trabajar en vuestro perfeccionamiento, y cuando ya estéis en el ‘camino, ayudar a los demás con vuestra influencia y vuestro ejemplo. Recordad que os fue dicho que, cuando orarais, entrarais en vuestro cuarto, y allí, en secreto, le pidierais a vues­tro Padre aquello de que tuvierais necesidad; porque el que ora en secreto, se le recompensa en público. (Mateo, VI, 6),

Si alguna vez no es escuchada vuestra petición, no desma­yéis ni desesperéis de la misericordia divina: Dios sabe lo que ha­béis de menester. Tenéis en vosotros una perfecta semejanza. Mu­chas veces vuestros hijos os piden cosas, que, de concedérselas, sería perjudicarles por muchos conceptos; y vosotros, como veis lo que ellos no alcanzan a ver, se las negáis. ¿Es que por eso les queréis menos o no los queréis? Muy al revés. Así mismo Dios, co­mo ve vuestras necesidades y sabe el grado de inteligencia que tenéis desarrollado, os otorga o deniega vuestras peticiones, y tan­to si os las otorga como si os las deniega, tiende siempre a vuestro bien. Por lo tanto, no debéis desesperar ni sentiros orgullosos: Dios tiene mucho más que dar que lo que ha dado, y tanto lo que ha dado como lo que reserva no tiene sino una finalidad: la salva­ción de los hombres. Por eso les prueba de muchas maneras: con riquezas, con escaseces, con miserias, con enfermedades, con sa­lud, con honores, con vanidades, con talentos, con persecuciones, con muertes… porque de todo esto y mucho más se ha de salir inmaculado para ser bueno; y cuando se es bueno, se obtiene siem­pre la recompensa. Vosotros lo extrañaréis si os digo que el mar­tirio mismo es un goce inefable para el espíritu purificado; y sin embargo, nada es más cierto que la felicidad del sufrimiento, nada más refinado que el deleite del dolor… Preguntádselo a todos los mártires

Supongo, hermanos, que vosotros sabréis cumplir como es debido, y que no os dejaréis seducir como la inmensa mayoría por los placeres vánales y groseros de un momento. ¿Cómo puede Dios darles a éstos lo que le piden, si sus deseos no levantan un dedo del suelo, si van manchados por el lodo de todas las, concu­piscencias? Bien dice el Evangelio: «No podéis servir a dos seño­res; no podéis amar a Dios y a las riquezas». (Lucas, XVI, 13).

Hermanos: empeñaos en que vuestra decisión sea grande pa­ra seguir a Dios, y si os perfeccionáis, veréis brillar la luz que os conducirá en vía recta al puerto de salvación, donde, por vuestra fe y perseverancia, hallaréis la felicidad que Dios tiene dispuesta para todos sus hijos. No hay ningún privilegiado ni ningún pros­cripto: todos los seres disfrutan de las mismas prerrogativas, y si diferencias se notan, entre los hombres, es por los esfuerzos que cada cual ha hecho por adaptarse más o menos a la Ley, y, por consecuencia, por conquistar su progreso.

A los que tienen por norma de conducta la idea de que el día de fiesta debe emplearse en diversiones, porque bastante se tra­baja en los días de labor, les compadezco^ en el fondo de mi alma, y les digo: «Tendríais razón si realmente emplearais el día festivo en divertiros; pero, ¿es en la diversión en lo que lo invertís? ¡No, no lo es! Diversión significa expansión, goce del espíritu, y repo­so del músculo; y vosotros os divertís regodeándoos en las senti­nas de los vicios sin acordaros de vuestras esposas ni de vuestros hijos y sin daros cuenta de vuestros actos. ¡Bonita manera de ex­pansionaros y de procurar la armonía del hogar! Obrando así, im­posible vislumbrar la paz y la felicidad de las familias, base y fun­damento de la paz y felicidad de los pueblos. Reportaos en vues­tros vicios; amad, respetad a la familia; considerad al patriarcado del hogar como la más veneranda de las humanas instituciones; y siendo vosotros buenos, haréis que sean buenos cuantos respiren vuestro ambiente, porque nada hay tan moralizador ni tan desmoralizador como el ejemplo».

¡Hombres incrédulos, hombres disipados, hombres minados por los vicios! ¿Cómo queréis que vuestros hijos os amen, os res­peten y os presten apoyo en vuestra vejez, si no les habéis ense­ñado a cultivar las delicadas flores del sentimiento, sino los abro­jos de la ingratitud, los espinos de la inclemencia? Van ellos camino de ser vuestros verdugos, y vosotros tendréis la culpa, y vos­’ otros purgaréis las consecuencias.

A vosotras, madres, que con tan vehemente cuanto descono­cido cariño esperáis el momento de dar la plenitud de ser al fruto que lleváis en vuestro seno, y luego, cuando ya le tenéis en vues­tros brazos, y le alimentáis a vuestros pechos, y le dais calor a fuerza de besos, os consideráis dichosas sacrificándoos por él; a vosotras, ante el comportamiento incorrecto de vuestros maridos, os tiendo mi mirada piadosa y os digo: «Tened resignación y per­severancia, que si cumplís con las obligaciones que os impone vuestra condición de madre, florida será vuestra corona. Con vuestros maridos, que llevan, desgraciadamente, una vida harto descarriada, debéis proceder con metódica táctica; nada de exabruptos ni de frases duras; nada de desapego ni de malas caías. Cariño, ¡sólo cariño! No olvidéis que el amor es el talismán sin igual para los hechizos. De este modo les subyugaréis, les domi­naréis, les haréis vuestros esclavos. Nada, tampoco, de orgullo; nada, tampoco, de soberbia, cuando ya seáis las reinas del hogar, entended que las humillaciones sólo las sufren los santos, y aún estos, con frecuentes y tenaces protestas. Y después, ¿por qué hu­millar al que jurasteis aceptar por compañero, por igual vuestro? ¿Por qué maldecir de él ni de vuestro estado, si voluntariamente le aceptasteis y fuisteis a él, y si puede ser una misión o una expia­ción vuestra? Lo mejor es sacar de las cosas el partido más sanea­do que se pueda; y para esto, y para tener serenidad de juicio y fortaleza de alma, pedid a Dios misericordia y luz para vuestros esposos, y que su espíritu protector les aparte del derrotero de perdición que siguen, para reintegrarlos a las delicias del hogar. Y a vuestros hijos, apreciadlos siempre, porque son carne de vues­tra propia carne, y habéis de sufrir el destino que os trazasteis y aceptasteis al venir a la tierra».

De esta manera lo debéis hacer, y así seréis buenas. Os lo desea vuestra Madre que tantas lágrimas derrama pidiendo a Dios que os dé la tranquilidad y seáis matrimonios ejemplares, para que le seáis agradables, y agradables también a los hombres. Los que no obran así son merecedores de lo que les sucede, porque solo apetecen ver a sus hijos rodeados de todas las follonerías del fausto social, y cuando lo han conseguido, notan que se han equivocado, porque aquello solo es-oropel para el cuerpo y corrupción para el alma.

Si no fuera la misericordia de nuestro Padre, todo estaría per­dido. ¿Por qué vais a la Iglesia a escuchar1 los consejos de los que tenéis por vuestros guías, si no cumplís sus exhortaciones de que no vayáis allí donde la moralidad peligra? ¿Por qué prometéis en­mendaros y no volver a pecar, si apenas salís de allí donde habéis hecho la promesa, la traicionáis sin el menor escrúpulo? ¡Ah! Fá­cil es saber el motivo. Vais allí, pecadores, a descargaros y des­cansar en hombres como vosotros; hombres que dicen seguir el camino de Dios y lo que hacen es poner trabas para que nadie lo siga. Son materiales, y, como a vosotros, les domina lo material. Por eso sus palabras no obtienen dominio en vuestro corazón: ca­recen de la virtualidad del ejemplo. Veis que ellos no cumplen, y no cumplís vosotros. Esta es mala cuenta, porque día vendrá en que seréis llamados a juicio, y cada cual habrá de responder de sus actos.

¡Hijos míos! Dejaos de todo lo material y elevad vuestros ojos y vuestro corazón a Dios; que al contemplar la hermosa Na­turaleza os sentiréis atraídos por los buenos espíritus que os llaman al progreso. No pidáis intereses, no pidáis honores ni distin­ciones materiales, porque éstos engendran orgullo, egoísmo, vani­dad astuta, y entorpecen el ejercicio del amor, del sacrificio, de la humildad. Cambiad de camino: id por el que conduce a la puerta estrecha, pero tras la cual, se encuentran los vergeles del infinito.

Esto es lo que deseaba deciros. Seguid en el trabajo; sed fuertes y perseverantes en la doctrina, reforzaos en la virtud; con­fiad en vuestros guías, y preparaos para cuando Jesús os llame a la defensa de su doctrina con la palabra y el ejemplo.

No temáis: la protección nunca se agota para los que son de Dios y creen en Dios.

Vuestra Madre que os protege,

María.