El verdadero monumento
11 – 1 – 1910 – 32
Humanos míos: Dios guíe vuestros pasos e ilumine vuestros entendimientos.
Vengo a vosotros, porque vuestro modo de proceder es como el mío, ahora que estoy en el espacio. Cuando estaba en la materia no era así: precisamente pensaba como piensan muchos espiritistas; pero despojada de la envoltura material, he cambiado por completo.
Estaba deseosa de venir y ser protectora vuestra, para aportar una idea más a la obra universal que estáis haciendo. Así, eso es lo que debéis de hacer, para que en lo venidero puedan encontrar un guía seguro para su espiritualización, las generaciones que quieran seguir el camino de la verdad y la vida eterna.
¡Gracias, Dios mío, por haber escuchado mis ruegos! Me habéis concedido venir aquí para que queden registrados mis pensamientos, y voy a exponerlos sin nebulosidades, para que vean esos espiritistas que son tan ligeros, que el espíritu de Amalia es completamente diferente del alma de Amalia sometida a las condiciones de la materia. Acompañada de elevados espíritus, puedo cooperar al engrandecimiento de las verdaderas doctrinas de Jesús.
Yo, en la tierra, fui de las que cometieron el error de erigir obras exclusivamente materiales, y he tenido que cosechar lo sembrado. Cuando, advertida de mi yerro, he tratado de enmendarlo mediante numerosas comunicaciones, no he sido escuchada; y cuando he querido intuir mis nuevas ideas, no he hallado cerebros apropiados para darles plasticidad. En vosotros hallo elementos apropiados para manifestarme libremente, y digo: ¡Ay de los espiritistas que dan importancia a las cosas materiales! Recuerden lo que Jesús dijo a los hipócritas y procuren que no les cuadre el apostrofe. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, que sois semejantes a sepulcros blanqueados; que de fuera os mostráis hermosos y dentro estáis llenos de toda suciedad». (Mateo, XXIII, 27).
¿Para qué servirá ese monumento que queréis erigir en mi memoria? Para nada: para depositar un cuerpo que nunca más podrá volver a ser animado por el espíritu que lo abandonó, precisamente para que volviera al laboratorio universal. ¿Queréis mi provecho? Trabajad por mi espíritu, que bastante lo necesita, y si queréis inmortalizar mi nombre, hacedlo con las obras que os he dejado, con los consejos que os di, con los principios que me esforcé en vulgarizar. Llevad en vuestras mentes y en vuestro corazón tales enseñanzas, obrad en concordancia con ellas, y, os lo aseguro, ese será el mejor recuerdo que podréis tributarme y el más imperecedero monumento que podréis erigirme. Yo os lo agradeceré y la humanidad saldrá beneficiosa, porque teórica y prácticamente habréis sembrado fecundante y saneada semilla.
El dinero que os gastáis en el monumento, es una profanación, es un socorro que quitáis a los necesitados, es un pedazo de pan que quitáis a los huérfanos y a las viudas. Fijaos en ellos, y veréis que necesitan con más urgencia pan y vestidos, que no yo monumentos de piedra. Por lo tanto, dadles a ellos lo que es suyo; no se lo usurpéis; calmad su hambre y desterrad su frío y calmaréis su furia y desterraréis su odio. Deshaced tormentas en lo que podáis; conjurad los conflictos que estén en vosotros conjurarlos. Pensad en que, si llega la catástrofe, lo arrasará todo, todo; y entonces, ¿qué quedará del monumento que tratáis de erigirme? En cambio, si acalláis los alaridos de dolor y enjugáis dos lágrimas, quedará un corazón reconocido y quien sabe si un espíritu reconciliado con las leyes de la solidaridad y la armonía.
Vosotros pretendéis honrarme dedicándome un monumento, y yo quisiera que se borrasen las huellas de donde está sepultado mi cuerpo. La razón de la diferencia es bien notoria. Vosotros, con los mármoles y los bronces, queréis pregonar al mundo, no mi doctrina, sino mi nombre, al que tomáis de pretexto para satisfacer vuestra vanidad; yo, con el olvido, quisiera borrar todo lo que hubo en mí de defectuoso, para que la mariposa resurgente de aquel capullo ya abandonado y putrefacto, no tuviera tiznadas sus alas con la más leve sombra. A vosotros os atraen las cosas mundanales: a mí me fascinan las del espíritu. Os perdono y os compadezco. Dejadme, al menos, con mi fascinación, y no me hagáis aparecer como conculcando las doctrinas del Maestro. «El que quiera ser el primero, será el último»; oídlo bien.
¡Bienaventurados los humildes de corazón que sepan seguir las máximas evangélicas! No os acongojéis, porque seáis perseguidos y calumniados por causa de la verdad, no; haced lo que dice Jesús; gozaos y alegraos, porque vuestra merced es grande en el reino de los cielos. Así persiguieron a los Profetas que fueron antes que vosotros. (Mateo, V, 12).
No está muy lejano el día predicho por Jesús, en el que apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los corderos. (Mateo. XXV, 32).
Seguid el camino trazado; recordad los consejos de la Hermana de la Caridad. Vendrá día en que daréis gracias a Dios por los trabajos que habéis hecho, y os prometo que no sentiréis el haberos sacrificado renunciando a los placeres mundanos y a los intereses que el orín corroe por consagraros a interpretar y desparramar el Evangelio. Seguid con valor: no hagáis lo que los otros a quienes aludo antes. Os daremos fuerza para que alcancéis la victoria en la lucha que habéis emprendido. Somos muchos los espíritus que estaremos a vuestro lado. Venceréis. Seréis la admiración de los hombres.
¡Adelante, hermanos! Edificad monumentos que.no puedan ser destruidos; levantad baluartes inquebrantables. Sea vuestra fe y la caridad lo que sirva de ejemplo a las generaciones venideras; que en el presente y en lo futuro os constituyan en faro de los muchos náufragos de la vida.
¡Adelante, adelante! Perseverad con el mismo entusiasmo, con igual abnegación, para que no os falte fuerza para resistirlo todo. Al lado de vuestros protectores, la victoria es segura.
Estoy satisfecha por haber aportado a esta obra el óbolo de mi buena voluntad. Perdonad a todos vuestros enemigos; rogad por los que sufren, pidiendo a Dios les toque el corazón para que emprendan un nuevo camino y un día podamos abrazarnos en las altas esferas.
Así lo desea vuestra hermana,
Amalia.