Dos fuerzas negativas y una positiva

3 – 9 – 1911  – 71

La paz de Dios sea entre vosotros, hermanos.

¿Cu será la madre de la tierra que al ver una noche­ que amenaza tormenta, no vaya en busca de sus hijos, para ponerlos a su cuidado? ¿Y cuál será la que, no hallando a sus hijos, se vuelva a casa tranquila y no se preo­cupe más de ellos?  Seguramente convendréis conmigo en que no se hallaría madre alguna que dejare de remover cielo y tierra, con tal de lograr poner a salvo a sus hijos.

Pues ahora son llegados los tiempos de tormenta y viene esa madre bondadosa a llamar a todos sus hijos para librarles de la gran tempestad que amenaza acabar con todo y ponerlos bajo su amparo. Sí, hermanos. Para abreviar tiempo y conseguir encami­nar a los extraviados, venimos todos los enviados de Dios. Es nuestro propósito buscar a toda oveja que se halle expuesta al lo­bo fuera del aprisco; es nuestro interés poner a todos bajo el am­paro de nuestra Madre y de salvos. Jesús crucificado, a fin de que sean salvos.

Esto es lo que debía deciros para prepararos a recibir a nues­tra Madre amantisima. Atended con fe y depositad toda vuestra esperanza en quien desea de todo corazón vuestra eterna ventura.

La Hermana de la Caridad.

Amados hijos. Diecinueve siglos hace que corren por la tierra dos fuerzas poderosas que azotan a la humanidad y son el entor­pecimiento del progreso espiritual.

Estas dos fuerzas han tomado tanto empuje y se han extendi­do tanto por la falta de fe de los hombres, que hoy es ya punto menos que imposible poder oponerles dique.

Una de estas fuerzas es la teocracia, el poder sacerdotal ejer­cido al amparo del dogma y del rito, pero que solo tiene que ver con el dogma y el rito lo que de ellos se vale para su emporio y para ofuscar y fanatizar a las masas.

Desde que sentenciaron y crucificaron a mi amado Hijo, ha venido desenfrenándose sobre los hombres la acción de esa clase, y a los que no han sabido emanciparse, los han fanatizado y es­clavizado; y a los que con sus estudios filosóficos han opuesto re­sistencia a sus ímpetus, les han recriminado y ridiculizado, cuando no han podido infligirles daños de más cuantía. ¡Ay, hermanos! Guardaos de sus artes, porque son sabios en el medio de engañar y tienen mucha táctica; pero no temáis, porque si estáis dispuestos y preparados a lo espiritual, pronto advertiréis que todo su artificio sólo es hojarasca y el relumbrón que sus incondicionales les propor­cionan Para éstos, negados al estudio, remisos a la fe, avaros de altruismo y de voluntad amilanada, claro es que la poca sabiduría que sus directores tengan, ha de ser cosa sorprendente; pero para quienes gusten de estudiar y de compartir con el prójimo los dones de la existencia, luego se desvanece el oropel y no queda sino la hipocresía.

La otra gran fuerza que equivocadamente empuja a la humani­dad, es la ciencia médica. Esta con sus grandes y constantes estu­dios, no ha logrado descubrir el secreto dé la vida, y se ha exten­dido por todo el mundo queriendo atacar al mal físico con drogas y medios materiales. Tales medios son ineficaces para muchos ma­les, para todos los males cuya lesión radique en el alma. Hasta pa­ra los que radican en el cuerpo no son siempre efectivos, porque no todo lo que come el hombre extingue su hambre, ni todo lo que bebe apaga su sed.

¿Cómo queréis, hijos míos, encontrar remedio a vuestro mal, si en vez de buscar con el pensamiento a Dios, que es el único que puede salvaros, os apresuráis a seguir los consejos de los hombres materiales, que os conducen muchas veces al estado más deplora­ble de vuestra dolencia? Si vuestra prueba acaba (cosa que igno­ráis por vuestra falta de fe y negligencia) y os operan y salís cura­dos de la enfermedad que sufrís, alabaréis al médico, y él adquiere fama y se enardece para practicar en otros la misma operación que en vosotros ha practicado; pero como no han sido ni su sabiduría ni su acierto los que os han curado a vosotros, sino la cancelación de una cuenta, y como esta cancelación sólo a vuestro haber es aplicable, resulta que a los pobres enfermos a quienes aplicó vues­tro mismo remedio por creerlo eficaz, les ha martirizado, pero no curado; y él queda perplejo y sin saber a qué atribuir que una mis­ma causa, no produzca siempre iguales efectos.

¿Queréis encontrar al verdadero médico, sin salir de vuestra casa? Elevad el pensamiento a Dios y pedid misericordia por cuan­to os aflija. Entonces Jesús y los demás enviados por el Padre os saturarán de salutíferas influencias y os llegará el remedio espiri­tual. En este arrobamiento del espíritu vendrá a vuestra mente la intuición de que en la tierra hay hombres espirituales que están obrando con fe, y que, con la oración fervorosa al Padre, alcanzan la curación de las enfermedades que afligen a la humanidad. Dirigíos a ellos; pero dirigíos con fe, con esperanza firme de que Dios os aliviará del sufrimiento, si vuestra misión es pasar por él, y os curará, si es una de las dolencias curables.

No sois todavía lo suficientemente espirituales para apreciar toda la verdad de lo que os digo, y lo siento. Muchas lágrimas he derramado por vosotros, y no he logrado con ellas ni, enternecei vuestra dureza de alma, ni lavar vuestra inteligencia de moho. Con vuestra contumacia dais lugar a que caiga sobre vosotros la mano del Altísimo, dispuesta a seleccionar los malos de los buenos y a barrer a los primeros de la faz de la tierra, para que los segundos puedan implantar en ella el reinado de la justicia y del amor.

Poderosos de la tierra, preparaos: pronto terminará vuestro po­derío Vendrá el cataclismo, y seréis sepultados entre sus ruinas. Habéis vivido muy bien durante algunas existencias, a costa de los ignorantes y de los seducidos con vuestras palabras; más yo os di­go, por mi palabra, que están expirando los tiempos de vuestra fe­licidad Caro, muy caro pagaréis vuestras fallas; porque no sólo vosotros habéis perdido la herencia del bienestar del espíritu, sino que habéis sido la causa de que infinidad de almas que habrían en­trado por la puerta estrecha, no hayan podido entrar, porque se la habéis cerrado, inclinándolas además a vuestro ancho camino, lle­no de tolerancias para que fuera más seductor.

¡Desgraciados de vosotros! Si a los que creen en vuestras pa­labras y confían en vuestras promesas, les dijeseis que después de ese estrecho camino se encuentra el que se ensancha por todo el universo; que el camino estrecho es la vida del cuerpo, y que si és­te no se desvía, se llega a la del espíritu en moradas de luz, de ar­monía, de bienestar indescifrable, porque no hay palabras en el len­guaje humano para ponderarla; si esto les dijerais a vuestros cate­cúmenos, ¡cuántos serían los que se separarían de vuestro lado, prefiriendo esta puerta estrecha, con sus espinas y todo, a vuestro ancho portalón con sus engañadores perdones, que tienen por fon­do, al fin y al cabo, las rigideces de una tumba! El espíritu enseña­do por vosotros, engañado por vosotros, anda a tientas entre tinie­blas, de precipicio en precipicio, buscando en vano lo que le ofre­cisteis; el espíritu educado en el Evangelio, va siempre precedido de tan potente luz, y no tropieza en parte alguna.

Ya tenéis trazado el paralelo: escoged ahora, que para ello os dotó Dios del imponderable don del albedrío.

¡Padre de Misericordia! Extendedla generosamente, pródiga­mente, hacia esta humanidad extraviada. Atended mis ruegos y los ruegos de todos vuestros hijos; tened piedad de los muchos que han faltado por desconocimiento de vuestra Ley.

¡Hijo mío! Por la sangre que derramaste en el Gólgota, procu­ra que estos hermanos vean tu luz Pídele también al Padre que de­tenga su amenazadora mano: Haz que se salven los creyentes y los que por ignorancia han faltado. Los demás, que sea la encarnación venidera la que les proporcione la comprensión y el deseo de prac­ticar tu doctrina, ya que no han sabido o no han podido conseguir­lo en la presente existencia.

Así lo desea vuestra Madre,

María.