La tercera revelación

13  – 8 – 1911  – 68

Sumados hermanos: Dios os dé fuerza para seguir la luz ^ del Redentor, porque ella es la que os ha de conducir a la completa perfección, para desarrollar vuestro enten­dimiento en beneficio de la humanidad. Debéis ensenar a todos las sublimes doctrinas del Espiritismo, porque son las úni­cas predicadas por Jesús y sus Apóstoles, y ellos son los guarda­dores de la Ley del Padre.

El progreso de vuestro planeta ha de efectuarse como el de los demás para llegar a ser perfecto; y así también ha de efectuarse la evolución de los espíritus, para llegar al infinito y disfrutar de las elevadas moradas del Padre celestial. Así lo prometió cuando dijo: «Todos vendréis a Mí cuando os hagáis perfeccionado; y en esta condición ocuparéis el sitio que desde siempre os reservo».

Han llegado los tiempos predichos, y el Espíritu de Verdad ha venido a ratificar las afirmaciones de los enviados, para que to­dos puedan seguir el camino recto del Espiritismo, que es el que trazado está para vuestro progreso. ¡Ánimos, hermanos, para que la transformación que va a operarse, os coja prevenidos y dispues­tos a luchar por las doctrinas de Jesús! No os espantéis por las muchísimas victimas que habrá, porque es necesario que así suce­da. El paso que dará vuestro planeta en su evolución, será muy grande; y con él y a la par, evolucionarán también los seres que lo pueblan.

Cuantos dirían que Dios es injusto, si supieran el porvenir que les espera; pero estos hombres desconocen la justicia y la Ley di­vinas. Otros de los que se tienen por sabios y directores de las conciencias, dirían a sus devotos que no es posible que la destruc­ción sea dispuesta por Dios, porque esto seria ir contra Sí mismo; frases con las que demostrarían su ignorancia de las cosas espiri­tuales y de los designios del Altísimo. No han sabido distinguir la Ley de Dios, y en su ignorancia, quieren supeditar al supremo Po­der a su potencia torpe y menguada; extendiendo además su atre­vimiento a querer privar de la comprensión a los que se hallan en condiciones para tenerla.

Todos, absolutamente todos los mundos, caminan a su progre­so. Sus rotaciones y traslaciones son matemáticas, como las leyes que las rigen, y cuando a uno le llega su hora, tiene que cumplir­se lo predeterminado por el Padre. Si, hombres de la tierra. ¿Que­réis comprender la marcha evolutiva de los seres y de los plane­tas? Estudiad las doctrinas espirituales; atended a las comunicacio­nes de los elevados espíritus que desde el espacio vienen a prestaros apoyo en vuestro adelanto y a descorreros el velo que sobre vosotros han tendido los oscurantistas. Con estos apoyos, no lo dudéis, podéis remontaros al conocimiento de las verdades más sublimes, ya expuestas por Jesús en los Evangelios, pero no des­cifradas por vuestra torpeza.

Vosotros, que pretendéis haberos apoderado de la Ley, y sólo os habéis apoderado de la fuerza que a pretexto de Ley oprime, ¿sabéis como podríais progresar y hacer progresar a vuestros her­manos? Enseñándoles lo que Jesús y sus Apóstoles predicaron. No ignoráis que el Maestro dijo que vendría el Espíritu de Verdad pa­ra descubrir lo que quedaba oculto, y ese Espíritu ha venido con el ‘Espiritismo: de modo que, si les enseñaseis las doctrinas del Na­zareno a la luz del Espiritismo, no os haríais responsables de sus extravíos, como ahora os estáis haciendo, y seríais retribuidos con alta recompensa, por haberles enseñado con vuestras palabras y vuestros actos, el amor, la caridad, y, sobre todo, la moral evan­gélica.

¡Parece imposible que tantos de vosotros invirtáis cuantiosas sumas en lo superfluo, y no ayudéis en lo necesario a los herma­nos pobres que os rodean! Malgastáis en placeres y orgías que han de redundar en vuestro perjuicio moral y físico, lo que tanto podría beneficiar a otros y a vosotros mismos cubriendo verdade­ras necesidades; hacéis derroche de impudencia malgastando lo que Dios puso en vuestras manos para que lo administraseis con celo, y dejáis que perezcan de hambre los que os acumulan esa misma riqueza. ¿Qué cuenta podréis dar de vuestra administración? Millares son los que viven en la ignorancia por falta de escuelas, los que vagan por las calles mostrando lacerías por falta de asilos, los que mendigan o amenazan por falta de trabajo, los que roban y acometen por incultura psíquica… Pues de todo esto se os pe­dirá estrecha cuenta, porque vosotros, con vuestro dinero, podíais haberlo evitado y podíais haber conseguido que muchos espíritus que se están debatiendo en la ignorancia y en la miseria moral y material, gozaran de la radiante luz de la sabiduría y de la inefable satisfacción de una medianía honrada. ¿Por qué no lo habéis he­cho? ¿Por qué no lo hacéis? ¿Por qué tanta apatía e indiferencia por el ajeno sufrimiento? ¿Por qué no evitar que ellos se pierdan, si de su pérdida habréis de haceros responsables? ¡Por Dios, infeli­ces! ¡Haced que se sequen las lágrimas, que se rasguen los velos y que florezcan las inteligencias y los corazones del mayor núme­ro que os sea posible, y su adelanto repercutirá en vosotros, y go­zaréis en la tierra de la incomparable satisfacción de ser útiles, y gozaréis luego en el espacio de la gloria del deber cumplido!

¡Cuántos que se llaman espiritistas, y son ricos, se olvidan también de las enseñanzas de caridad y amor del Maestro! Mirad al modelo de los hombres de vuestros días, y veréis un destello de la bondad de Jesús; fijaos atentamente en ese gran apóstol del bien, en Miguel Vives, el padre de los pobres, y le veréis rodeado de ellos. Contemplad sus obras, imitadlas, para poder llamaros es­piritistas y continuadores de Jesús.

¡Los que en su memoria asistís a la fiesta conmemorativa, ha­cedlo con fe y con ganas de fortalecer a los pobres que asisten, para ser socorridos, porque a estos pobres, además de faltarles lo necesario para el sustento del cuerpo, les falta también lo que re­quiere la nutrición de! espíritu, y, sobre todo, mucho consuelo. No hagáis nunca estos actos con el fin de recrearos, pues es trabajo bien distinto el uno del otro. Todos los actos de caridad son agra­dables al Padre, siempre que vayan acompañados de la sencillez de corazón de los que los ejecutan. Así es como deseamos que obréis para atraeros a los demás, y estos harán justos elogios de vosotros delante de la multitud, porque les habréis socorrido, pe­ro no humillado.

Siempre que os sea posible, exponed los principios filosófi­cos de Kardec y los Evangelios de Jesús a todos sin distinción; que, ya que han sido ocultados o disfrazados por la parte interesa­da, justo es que vosotros desinteresadamente los deis a conocer en su prístina pureza. Predicad como los Apóstoles, con fe, sin afectación y sin arrogancias, pero resuelta y convencidamente, las verdades establecidas por el Padre, para que las muchedumbres puedan penetrarse de ellas.

Y vosotros, sabios materialistas, directores de esta caduca y obcecada humanidad: ¿por qué no hacéis los posibles por dirigirla a buen camino? ¿Por qué no predicáis la doctrina del Maestro? ¡Ah! ¡Con qué tristeza contemplaréis vuestras equivocaciones el día que vuestro espíritu, llamado a cuentas, se aperciba de ellas! Disponeos a cultivar la palabra del Redentor, predicad como El para convertir a tantos millones como viven entre tinieblas, pro­curad que vuestra voz halle eco en sus corazones y que la semilla que esparzáis produzca sazonado fruto. ¿Sabéis dónde Jesús hacía sus mejores pláticas? AI campo libre: allí acudían centenares de personas ansiosas de escucharle, y como su voz era tan dulce y armoniosa; penetraba hasta el fondo de los corazones y no había nadie que no se sintiera seducido.

Estad muy atentos, hermanos creyentes, porque ha llegado la hora de la que dijo Jesús que aun muchos de los escogidos sucum­birían; y esto lo dijo porque veía que no tendrían bien arraigada la fe y que se dejarían dominar por espíritus malévolos que les in­ducirían a frivolidades y vicios. Tened fuerza vosotros para resis­tir a la tentación; no malgastéis el tiempo en cosas fútiles; prepa­rad el sendero que ha de recorrer el espíritu.

Los que hagan mal uso de los consejos y advertencias de los enviados, tendrán que pasar por una expiación muy penosa, y en la erraticidad, se darán cuenta del mal que han hecho en el curso de sus existencias y pedirán volver a repararlas. Procurad vosotros no ser de los de este número.

Platón.