El nuevo Apostolado

6 – 11 – 1910  – 27

La paz de Dios sea entre vosotros. Gran majestad viene a este recinto para conforta­ros: yo le pido por la Misericordia divina, que os ilumi­ne y dé fuerza a vuestros buenos pensamientos, pa­ra que seáis fuertes, intrépidos y convincentes el día de la lucha.

¡Ay, hombres de la tierra! Si tuvierais noción del fin que os espera, enderezaríais vuestros pasos por otros caminos de los que seguís; procuraríais ser buenos, adoptando los ideales espirituales, de los que tanta burla hacéis, y tenderíais vuestra mano al desva­lido, que dejaría de serlo, porque todos procuraríais compartir con él vuestro pan y vuestro abrigo.

Cuando hayáis visto lo que sucederá en no lejano tiempo, se­rá cuando muchos de vosotros, os arrepentiréis de no haber creído y practicado las doctrinas de Jesús, porque entonces comprende­réis que os habéis labrado vuestro desastre. ¡Pobres ilusos! ¡Cuán­to os compadezco!

Hermanos míos: gozaos de tener entre vosotros a estos espí­ritus tan elevados; que yo también, aun siendo de relativa catego­ría, inclino la cabeza ante tan divina majestad.

Adiós.

Vuestra hermana que os quiere,

La Hermana de la Caridad

Hermanos en Jesús: Os deseo grandes felicidades y la intui­ción necesaria para percibir las inspiraciones del Justo y de los elevados espíritus de su cohorte.

Yo, como padre de Jesús (a la vista del mundo), vengo, para dar cumplimiento a la voluntad de Dios, a saturaros de buenas in­fluencias, para que seáis apóstoles del bien y guías de los infelices que vejetan en torno vuestro, los cuales, por apatía o falsa direc­ción, han desconocido los mandamientos de Dios y se han echa­do en brazos de la indiferencia, caminando de ese modo a su rui­na moral.

Como los tiempos son llegados, Jesús ha querido formar un nuevo Apostolado que ejemplarice a la humanidad en sus genera­ciones presente y venidera A este Apostolado le estará confiado difundir las sublimidades del Evangelio reveladas por el Paráclito, como al primero se le confió esparcir las doctrinas que recogieron de labios del Maestro. En realidad, uno y otro Apostolado serán el mismo en esencia; pero cada cual estará adaptado a su tiempo.

En aquel entonces, cuando Jesús predicó en Galilea, los Após­toles no estaban dotados de aquel grado de inteligencia que les capacitase para comprender todo el alcance de la doctrina de qui­se les hacía depositarios y mensajeros; pero eran buenos, querían y confiaban en el Maestro y tenían deseos de seguir fielmente el camino que les trazaba. Vosotros, hermanos, dotados por Dios de la inteligencia necesaria para escudriñar las Escrituras y para com­prender las revelaciones del Espíritu de Verdad, podéis interpretar aquellos pasajes que para los Apóstoles fueron indescifrables enig­mas, y con el fruto sabrosísimo que extraigáis de las parábolas, podéis mostrar y demostrar al mundo donde está el camino, la verdad y la vida eternas.

Cuando tomasteis materia en esta última existencia, ya os hi­cisteis el propósito de seguir a Jesús, porque estabais cansados de sufrir las consecuencias de vuestros extravíos; y al reconciliaros y manifestar vuestros deseos, se os impuso el deber de ser apósto­les y edificadores del nuevo Templo, quedando sujetos y confor­mados a pasar por todos los obstáculos que pudieran presentarse. Por haber sido de los elegidos, habéis sido de los probados, y lo seréis más aún, por la divina Providencia, para ver si las prome­sas que hicisteis en espíritu, podéis llevarlas a término con esa envoltura tan material.

Para ayudaros venimos los buenos espíritus; porque, al habe­ros escogido entre tantos incrédulos y fanáticos, sería fácil que os dominasen los enemigos de Dios, que quieren vuestra derrota; pe­ro no, hermanos: al lado de vuestros espíritus guías, que se com­placen en instruiros y protegeros, todo lo venceréis. No en vano os hemos dicho que tenéis una fuerza invisible superior a los ejércitos de la tierra.

Os pido, en nombre de Dios, que no retrocedáis un paso, que no vaciléis un momento; desechad las sugestiones que os puedan intuir los espíritus errantes e hipócritas, que quisieran veros des­viar del camino recto; tened fe y perseverancia en los preceptos de Dios. Si estáis atentos a mis consejos y a los consejos de los demás Espíritus de Dios, los pensamientos de los que tratan de perderos no hallarán cabida en vuestra mente y quedarán aislados, sin que causen efecto sus malas proposiciones. Tened presentes las palabras de San Agustín para fabricar el puente que ha de da­ros el bien y conduciros a la victoria de cuanto se os presente.

Esforzaos en cumplir, porque con mucha ansia espero veros delante de esa ingrata humanidad, defendiendo la bandera espiri­tual y practicando el ideal del espiritismo. Si, no retrocedáis. La verdad evangélica será el terror de los que se regordean en las de­licias del mundo, no teniendo otro pensamiento que el de enrique­cerse; la práctica del ideal espiritista será el espejo al que acudan a mirarse todos aquellos que despierten a la nueva vida. Os hablo por inspiración de Jesús y del Padre celestial: no desatendáis mis palabras.

¡Oh, Padre mío! ¡Tened compasión de todos esos desgracia­dos: haced que un rayo de luz llegue a sus adormecidos entendimientos, y que vean claro que un día han de ser despojados de ese cuerpo que tanto les seduce, y que su espíritu, siempre inmor­tal, tendrá que dar cuenta de sus actos, que si no son buenos, habrán de causarle gran pesar, porque la otra vida es más duradera que la presente y Vos tenéis sobrados lugares y medios para que purguen sus imperfecciones; hacedles entender que el bien debe practicarse siempre, siempre, incluso por egoísmo!

¡Oh, Jesús! ¡Abrid los ojos a esos desgraciados que tanto da­ño han hecho a la humanidad sofisticando vuestras doctrinas, y que, orgullosos de su poderío y cegados por su egoísmo y avari­cia, no quieren recordar que Vos vinisteis a salvar a todos los hombres con la sublimidad de vuestro amor!

Tú, María, que fuiste la elegida por el Padre para Madre del Redentor, te pido intercedas con el Supremo Ser, para que todos estos desgraciados que van por caminos de error y perdición, pue­dan recibir las inspiraciones de los buenos espíritus, y convirtién­dose en sinceros creyentes sumisos a la Ley de Dios, abracen el estandarte espiritual, que es lo único que puede salvarles en esta vida y protegerles en la otra.

¡Padre celestial! ¡Bendecid a vuestros hijos y perdonadles; que, si no es en esta encarnación, sea en la venidera cuando com­prendan vuestras enseñanzas y se ajusten estrictamente a ellas; que todos se regeneren, concurriendo a la regeneración del pla­neta!

Así os lo desea vuestro hermano.

José