Empezó la tormental

6 – 8 – 1911  – 67

Dios os ilumine, y Jesús guíe vuestros pasos por los sen­deros de perfección.

Muchas son las cosas que extrañan a los hombres y no hay motivo para ello, puesto que los. que han ele­gido como Maestros, nada de lo oculto les han enseñado; y a los hombres sencillos, pero llenos de fe y buen deseo, que han procu­rado empaparse del meollo del Evangelio y que tratan de divulgar lo que han aprendido, no quieren escucharles, porque dicen que no va a ser su sabiduría mayor que la de las lumbreras que están al frente de su iglesia, y cuando estas lumbreras nada les han ense­ñado, es prueba de que nada tienen que enseñarles.

¡Qué feliz para ellos el día en que puedan comprender la ley divina que rige y perfecciona la naturaleza! Para enseñar esta Ley, y para aprenderla, Dios no ha privilegiado a nadie: basta la bue­na voluntad de cada cual y un poco de esfuerzo, para ver en todo la mano del Creador.

Hermanos míos, estad muy alerta, porque ha empezado la tor­menta. Vosotros aún no habéis percibido sus efectos ni sus barrun­tos, pero ya están causando estado, y ¡ay del día que percibáis las señales, porque serán muy tristes para los que hayan despreciado las enseñanzas de Jesús! Veo muchos grupos de buenos espíritus, que, en beneficio de los hermanos de la tierra, trabajan por dete­ner el ímpetu de la corriente devastadora; pero casi considero inú­til su esfuerzo, porque los hombres siempre desprecian todo lo bue­no para revolcarse en lo material e inmundo, labrándose con su in­credulidad un porvenir desastroso. ¡Cuántos, aún de los mismos creyentes, no se imaginan lo que va a suceder en esta transforma­ción que se avecina! Yo os advierto que habrá guerra, pestes, ham­bres, incendios, ruinas de todas clases; que se derramará la san­gre como nunca se ha derramado; que llegará la crueldad a donde no ha llegado nunca.

Si los de la futura generación terrestre pudieran dirigirse a los de la generación actual, les dirían: ¿Por qué sois tan duros de co­razón que no os acogéis a lo que os dicen estos elevados espíri­tus? ¿Por qué no os esforzáis en labraros un porvenir venturoso para el espíritu? ¡Ah! Si que extrañarán, y mucho, que hayan si­do en tan gran número los impenitentes, habiéndose dado, para instrucción de todos, esta gran obra. Dios siempre ha enviado emi­sarios para mantener el fuego Sagrado de su doctrina. Pese al ne­cio empeño de los hombres en querer sofocar todo lo que con su salvación se relaciona, esta salvación es y será siempre posible, en cualquier momento que se intente. Así lo dijeron los profetas, así lo dije yo, así lo repitieron mis discípulos, y así lo proclama el Espiritismo por mí anunciado. No ha faltado nunca, nunca, la luz del cielo para guiar a las almas que la han buscado.

¿Cómo han de progresar estos contumaces espíritus, si des­pués de tantas existencias, todavía no se han dado cuenta de su propia grandeza? ¿Qué serán al dejar la materia que les recubre, y dónde irán por ley natural? Su destino ha de ser, por razón lógica, los planetas atrasados, hasta que se dispongan a recibir la chispa de luz evangélica que tanto han despreciado. ¡Ah, ingratitud de los hombres, a qué extremo conduces! Ya dijo el Creador, viendo lo venidero, que se arrepentía de haberlo creado. ¿No podéis com­prender en las palabras de Jesús, que hay un superior que es el autor y director de todo el Universo? Él decía: «El que me ama a mí, ama al Padre que me envió; el que cree en mí, cree en Eb (Marcos II, 87).

¡Triste porvenir el de los hombres!

Sois malos, y no queréis corregiros con la moral, fuente de vi­da, que Jesús aportó y que tras él han predicado otros moralistas y redentores; pero pagaréis esa contumaz negligencia, porque os vendrán castigos que torturarán vuestro corazón y os convertiréis en implacables jueces de vuestros mismos pecados. Cuando estéis cansados de sufrir y reconozcáis vuestros yerros, alzad la mirada para contemplar la hermosa naturaleza. En ella veréis la mano del Creador en todas sus cosas Las millonadas de estrellas que se presentarán a vuestra vista, son mundos que podréis visitar a me­dida que os perfeccionéis, porque Dios los ha puesto al alcance de todos los espíritus esas fierras de lo Infinito en las que pueden engrandecerse cada vez más en virtud, sabiduría y amor, usando de su irrefragable albedrío.

Cuanto mayores y más fulgentes son los planetas, más evo­lucionados son los espíritus que los pueblan; de modo que vienen a resultar a la vez como mansiones compensadoras de los méritos contraídos y como crisoles en que seguir purificándose para con­traer nuevos merecimientos. Esta escala progresiva no se agota nunca, ¡nunca!, y vosotros todos habéis de ascender por ella sin omitir ni un peldaño. Los que se os ofrecen más dotados de inteli­gencia y de virtudes, no han sido mejor privilegiados por el Padre que vosotros: todos habéis tenido, todos hemos tenido un mismo origen y un mismo caudal de inteligencia, de sentimiento y de vo­luntad que ir invirtiendo; pero se ha dado el caso de que mientras unos han invertido su capital en cosas útiles y reproductivas, otros los han malgastado.

¡Qué felicidad experimentaréis cuando lleguéis a morar en pla­netas tan elevados como Júpiter, Saturno, Capella, Mercurio, Casiopea, Gloria, Sirio!.. De este planeta vine yo a la Tierra para cumplir en ella mi misión redentora. Cuando se llega a ellos se desconocen ya la casi totalidad de las pasiones egoístas y se goza de la inefable dicha de amar espiritualmente y ser correspondido del mismo modo.

En la tierra, relativamente, sucede igual; porque el egoísta, sin darse cuenta, pierde todo su bienestar y se acarrea sufrimien­tos, y el altruista, por el contrario, goza de bienandanzas aún en aquello mismo que el egoísta tortura. Tenedlo presente, herma­nos: el secreto de la felicidad, es matar el egoísmo Vuestras creen­cias os proporcionan elementos adecuados para desterrar de vues­tra alma tan horrenda plaga, y no es el menos oportuno escuchar y seguir los consejos de vuestros guías. Acordaos de los escritos de Kardec y de los Evangelios de Jesús para desembarazaros del las­tre que os impida remontar el vuelo. Si lo hacéis así y estáis bien preparados, os salvaréis de la catástrofe, y vuestro espíritu, rege­nerado por el fuego, ascenderá; si, por el contrario, no os distin­guís de los que se empeñan en seguir hozando en el cieno, en se­guir negando a Dios y desoyendo la voz de sus enviados, sucum­biréis entre las ruinas del cataclismo mundial.

¡Jesús mío! ¡Virgen Santísima! Vosotros que vinisteis a la tie­rra para sufrir tantos martirios al objeto de que por ellos la huma­nidad fuera salva, haced que puedan despertar de su soporífero sueño los muchísimos terrícolas que todavía no han visto brillar la aurora de la nueva fe, haced que vean que siguen sendas extra­viadas, que atienden voces engañosas, que no es el clarín el que les llama, sino que es el engaña pastor que trata de imitarle.

¡Despertad, hermanos! Mirad ese hermoso sol que brilla en el universo. Él es como el Evangelio de Jesús, que se extiende por todas partes. Todos lo podéis poseer, todos podéis gozar de su luz y de su calor vivificante, como podéis poseer y gozar de la luz y calor vivificantes de la Palabra divina que os dará a conocer la verdad y la justicia. Esta luz no hay quien pueda ocultarla, y si sa­béis responder a los que tratan de apoderarse de ella con las mis­mas palabras de Jesús, quedarán vencidos, y vosotros triunfantes.

¡Misericordia os pido para ellos, Jesús y María! Os la pido pa­ra todos los extraviados; ¡os la pido hasta para mis mayores ene­migos! ¡Que a nadie coja desprevenido la hora fatal!

Hermanos, la sentencia está pronunciada, y lo que ha de su­ceder, aunque sea espantoso, horrible, es conveniente para el pro­greso del planeta y de los espíritus que lo pueblan. Cuando todos comprendan que las evoluciones vienen de la justicia divina, em­pezarán su perfección y se unirán al coro de los que adoran a Dios y veneran a su Hijo.

Fe y esperanza en Dios; valor y serenidad en las pruebas: eso es lo que os desea vuestro hermano.

Kardec.