La mayor fortaleza

22  – 10 – 1911  – 77

De Dios seáis benditos, hermanos, y la pureza de Jesús y María os proteja, os conduzca a la perfección y os dé fuerza para no sucumbir en las cosas terrenas. Mucha fuerza se necesita en los tiempos presen­tes para soportar las contrariedades de los hombres; pero si tenéis fe y recibís con resignación lo que Dios os envíe, alcanzaréis lo que hasta hoy. no habéis alcanzado.

Los hombres de relativa ilustración, vinieron a la tierra para perfeccionarse moral y materialmente. Esta perfección requiere cierto dominio sobre la materia, y ese dominio se obtuvo gracias a los prodigiosos inventos y descubrimientos, que amularon al hom­bre-máquina y establecieron la máquina-hombre. Muchas, muchí­simas víctimas han causado esos inventos y descubrimientos, que no hay Tabor que no tenga su Calvario ni hay victoria no alfom­brada por cadáveres; pero de un gran mal surge un gran bien y el sacrificio de los menos es el bienestar de los más. También las gran­des inteligencias trabajan, guiadas por los espíritus, para que los más hallen descanso y perfección en sus faenas. ¿Por qué esta obra de los invisibles, es interpretada tan mal? Porque no se acuerdan de las palabras del Padre, y en vez de mirar su obra y darle gracias, se encierran en el círculo de sus concupiscentes egoísmos, creyendo que su poder es absoluto y el único creador.

Estas equivocaciones son la causa de que muchos estén ape­gados a la tierra como el caracol a su concha. Tienen miedo a lo invisible, pero no cambian su proceder. Hasta que den suelta al pensamiento y vayan a instruirse al espacio, es lo más probable que no cambien. Entonces, ante la majestad de lo que contemplen, ante la infinitud de lo que presagien, sentirán la necesidad de creer en Dios, de buscarle; y si su inteligencia es superior, descubrirán cosas muy grandes, inconcebibles para el hombre de la Tierra, Pero ahora, faltándoos la creencia, ¿cómo queréis vivir feli­ces? Me diréis que vuestro mundo es de expiación, y es verdad; pero también es verdad que Jesús os dejó libres y puso a vuestro alcance los Sagrados Evangelios, para que en ellos tuvierais pun­to fijo y ruta trazada por donde encaminaros, y por si esto no fue­ra bastante, os prometió el Espíritu de Verdad, y éste se ha mani­festado en todos los puntos del planeta, recordándoos que la doc­trina del Maestro no prescribe ni puede olvidarse nunca.

Causa mucho mal el error en que vivís, porque os ciega y no acertáis con el camino que os conducirá a salvación. No veis los muchos obstáculos y peligros de embarrancar que tiene el que se­guís, y la línea recta y segura para llegar a Dios que ofrece el que dejáis. A tal extremo llega vuestra ceguera y contumelia en este punto, que os hacéis inferiores a los animales irracionales.

¡Cuántas veces se ha dicho que los animales están dotados de facultades religiosas, y es cierto! Muchos de ellos las usan con más precisión que el hombre. El orgullo de éste, al verse superior, es muy grande, y confiado en su saber, o en su poder, lo desafía todo, y se encuentra, por su imprudencia, fracasado. El animal que consideráis inferior, en cambio, ve el peligro intuitivamente, y se resiste a todo aquello que le es nocivo Si lo dejáis a su discre­ción, busca y halla lo que le conviene. No es así el hombre, que, testarudo y orgulloso, quiere pasar por encima de todo, sin adver­tir que la mayor parte de las veces sucumbe por imprudencia.

Siento mucho haberos hecho el parangón anterior, pero es una gran verdad. En todos los hombres veréis escrito en su frente el instinto que les domina, pero en todos también notaréis que aun­que su instinto sea perverso, quieren pasar por buenos y sabios. ¡Oh, sabiduría mundana! Con tu mal entendida supremacía, obce­cas a los hombres y les haces ignorantes de la positiva sabiduría, de la vida espiritual.

Emancipaos, hermanos míos, de vuestros más terribles tiranos; contemplad lo que va sucediendo y veréis que el Evangelio os va narrando lo que ha de suceder y os va trazando el camino que os ha de conducir a puerto. Muchos son los que no creen en él, más el tiempo se encargará de hacerles entender la verdad, co­mo les ha sucedido a otros, que de negadores que eran, se han convertido en propagandistas de la causa santa. ¿Sabéis el porqué de estas conversiones? Porque son a millones los espíritus que ins­piran la buena doctrina, como son también a millones los espíritus perturbadores; y allí donde los primeros encuentran eco, allí florece el árbol cuyos sabrosos frutos son el amor, la paz y la caridad entre los hombres y la veneración a Dios; y allí donde preponde­ran los segundos, preponderan también el orgullo, la vanidad y la dureza de corazón, reflejados por los suntuosos palacios y las ceremoniosas fiestas y recepciones, pero sin otro espíritu que el de la etiqueta.

¡Qué equivocados están los que así proceden! ¿Fue eso lo que predicó Jesús? No, hermanos. Él amaba la pobreza y vivía en una humilde casa; iba a dar consuelo a los pobres en vez de espe­rar y recibir la visita de los proceres y de los reyes; curaba las im­perfecciones físicas y morales en vez de disimularlas con afeites e hipocresías, y se acompañaba de los pobres porque eran buenos y se alejaba de los ricos y de los sabios porque eran soberbios y no sentían la llama de la purificadora caridad. Las palabras de Jesús confundían a los hombres que pasaban por eminencias en el saber y no sabían responderle a ninguna objeción. Jesús, siempre cari­ñoso, les decía: Marchaos a vuestras sinagogas, porque allí sois los primeros, y los infelices que os siguen tienen los ojos cerrados: por esto os prestan admiración y vasallaje.

¡Ay de vosotros! Esperad lo que os merecéis, que pronto os vendrá. Ya se acaban los días de vuestro imperio; ya se acaba el que se os tenga por conquistadores. La venganza que os preparan ¡os mismos que os habían seguido, corresponde al inmenso daño que les habéis deparado. Os están levantando el cadalso; y como son la expresión de la ley natural, se cumplirán las palabras anun­ciadoras de que, quien a hierro mata, a hierro muere. ¡Tenéis que pagar la muerte del Justo! ¡Tenéis que pagar la muerte de los Profetas, y la de los Apóstoles, y la de los Confesores, persegui­dos y martirizados por vosotros!

¿Para qué os ha servido la presenté encarnación? Sólo para precipitaros al retroceso. Habéis dejado de cumplir lo que Dios manda, y os habéis enorgullecido hasta henchiros, defecto que di­fícilmente perderéis, pero vuestra será la culpa y cara pagaréis vuestra indiferencia para con las cosas de Dios.

Vosotros, hermanos míos, imitad a Jesús’, haced por ser feli­ces como El, que se sentía dichoso al hallarse entre los pobres, v así cumpliréis los deseos de los espíritus que vienen a revelaros el porvenir y quieren vuestro progreso. Si vencéis este paso, llega­réis a encontrar la fuente de vida que sacia, pero no hastía, como dijo el Maestro. El, que tan elevado es, os acogerá en su compa­ñía.

Ya veis, hermanos, que habéis sido designados y distinguidos por los espíritus más elevados del espacio, y hasta por Jesús, el más elevado del Universo, que tiene facultad para todo, delegada en El por el Padre. Jesús, el Redentor, se ha dignado venir, junto con nosotros, a ponerse en contacto con vosotros para inspiraros esta gran obra, a fin de que los hombres puedan creer en sus pa­labras cuando dice: «Todo lo que yo hago, lo hago de parte de mí Padre». (San Juan, V, 12).

¡Felices de vosotros, si siempre tenéis fe! Reunidos en nom­bre de Dios en esta cabaña, sin ningún lujo ni vanidad, hemos en­contrado hombres, de fe, sencillos y humildes, que van a Dios por el camino que trazó Jesús en su santo Evangelio; y les hemos con­fiado los infinitos tesoros del mundo moral, para que un día los de­más hermanos puedan ver en esta obra regeneradora la luz que ilu­mina y vivifica.

Si lo hacéis tal como deseamos, vendrá día que llegaréis a un grado tal de perfección, que ocuparéis el puesto que Dios tiene re­servado para los que cumplen su encomienda.

Así os lo augura vuestro hermano,

José.