¿Qué hicísteis de mis dones?

29 – 1 – 1911 – 40

Dios fortifique vuestros espíritus, hermanos.

Muy triste es vivir en vuestro planeta, comparán­dolo con otros más elevados; pero en verdad os digo que todo esculpa vuestra, porque si hubierais cumpli­do lo que prometisteis al reencarnar en varias existencias, no per­teneceríais a este mundo en el actual momento; de modo que de­béis dar gracias a Dios de encontraros aquí, porque os ha propor­cionado un remedio eficaz para reparar vuestras faltas pasadas y el mal uso que hicisteis de vuestro albedrío. Con estas evolucio­nes podéis alcanzar un día la perfección y el desarrollo de vuestro espíritu, ya que durante tantas existencias no habéis dado remate a la obra empezada.

El hombre que lo merece, viene adornado con algunas virtu­des y potencias; pero como no recuerda que ha sido, quebranta fá­cilmente los preceptos de la Ley divina, se deja arrastrar por bas­tardas pasiones y cae en el abismo, olvidando y traicionando sus promesas.

Vosotros, hermanos, que habéis comprendido el hermoso ideal del Espiritismo, si dejáis de cumplir vuestros deberes, seréis muy responsables ante Dios y ante vuestra conciencia. En varios mensajes se os ha dado la moral de Jesús, y se cumplirá en voso­tros su advertencia de que, «al qué más tiene, más se le pedirá». Ya que sois de los llamados, debéis ser de los que anden con más rectitud, sopeña de haceros doblemente responsables.

Para empezar una nueva era y trazar la ruta a Jos demás, Dios os ha dado la luz, que no debéis llevar escondida sino al frente y sin vergüenza, porque ella es la que ha de alumbrar el ca­mino que han de seguir todos los que quieran la Verdad y el Bien.

Si esa luz que Jesús os ha confiado la lleváis apagada, ¿qué será de vosotros y quién podrá seguiros? Los más incrédulos y los mis­mos ignorantes os dirán: ¿Dónde está aquella luz que decíais era la que debía guiarnos al verdadero fin, advirtiéndonos de todos los peligros? No vemos nada. Debéis ser iguales a los demás. ¡Ay, hermanos! ¿Cómo atraeréis a vuestros semejantes, si vuestras obras no son dignas de admiración?

Ya sabéis lo que en la tierra sucede: el que hace cara a todos los partidos políticos o religiosos, llega a ser la burla y el despre­cio de toda la sociedad. Así sucederá entre vosotros. Ya que ha­béis sido de los elegidos para trazar el camino, os lo repito de nuevo, caminad en rectitud y no apaguéis la luz a mitad de la jor­nada, dejando de nuevo que las tinieblas se extiendan. Os pido por el amor del divino Maestro, que no caigáis en tal renuncio. Se­ría fatal para muchos, pero fatalismo para vosotros. Aprovechad mi consejo. Recordad que la sangre derramada por Jesús, fue por vida eterna de toda la humanidad.

Concentraos unos instantes durante el día, y meditad sobre lo mucho que sufrió Jesús en su pasión. No tenía necesidad ninguna de padecer tanto para disfrutar de la gloria: se la tenía ya ganada. Pero su bondad, el ingente amor que sentía por todos sus herma­nos, hizo que quisiera salvarles, y para ello, aceptó con gusto to­das las befas, todos los escarnios, todas las ignominias, el ser cru­cificado y lanceado, el morir en cruz entre dos ladrones. ¿Qué debemos hacer nosotros? Procurar con toda resignación imitarle, cargando con nuestra cruz redentora y sirviendo de Cirineos para nuestros prójimos. Así y solo así aliviaremos sus sufrimientos morales.

¡Oh, Jesús mío! Grande fue vuestra bondad. Cumplisteis los deseos y mandatos del Padre celestial, tantas veces suplicados por Vos; y El, que es tan bondadoso, ¡que había de hacer sino complaceros en todo a Vos, que sois modelo de bondad y de al­truismo! Nada os importó la muerte, mientras los hombres supieran imitaros en la virtud que les iniciasteis.

Vosotros, hermanos, daos por satisfechos en seguirle; no ten­gáis el menor remordimiento de lo que habéis hecho en favor de vuestros padres; debéis hacer por ellos más que nunca. Jamás el hijo puede recompensar a su padre los sacrificios que le cuesta; esta convicción sólo la adquiere cuando él, a su vez, es padre y saborea los frutos que la paternidad lleva consigo. Dios me confió un hijo. Por ley natural tenía que cuidar de su cuerpo y de su es­píritu hasta que tuviera la edad para gobernarse por sí sólo. No me costó trabajo corporal ninguno, porque fue enviado de Dios, y estuvo confiado a mi amada esposa, virgen de toda mácula. No tenía necesidad de nuestra inteligencia para educarle y guiarle, porque en su frente tenía la luz del mundo: era la inteligencia personificada: nosotros éramos los que estábamos necesitados de sus enseñanzas. Así debía de ser, destinado del Padre celestial, en cumplimiento de todo lo anunciado.

Si otra vez viniese Jesús, o un enviado, y predicase su Ley, aunque fuese apoyado por sus padres y creyentes, procurarían las gentes su exterminio, porque no conviene a muchos hombres que se sepa la verdad. En la desunión de los hijos, muchos son los que se gozan; y hoy sucede, por desgracia, que después que los padres se sacrifican por dar a sus hijos la instrucción y educación necesarias a su brillante porvenir, ellos se dejan arrastrar por ma­las compañías y por seducciones falaces, confiados en que una buena confesión todo lo salva, y puestos en la pendiente del vicio, corren a la sentina con vertiginosa locura. ¡Cuánta es la responsa­bilidad en que incurren, y cuánta también la de aquellos que les han desviado del cumplimiento del deber! Es una cadena que no se rompe hasta perdonarse uno a otro, y este perdón suele ser tardío. Vosotros, los que os veis en la ignorancia espiritual por causa de vuestros directores, perdonadles y escuchad a vuestros padres, que os quieren a su lado y procuran vuestro bien. Tened fe y practicad el amor con todos vuestros semejantes; ayudad, con paciencia, a llevar la cruz a vuestras familias, abrazad el estandar­te del Espiritismo, que es áncora de salvación y nave segura para conduciros al lado de los espíritus protectores a gozar de la frater­nidad verdadera.                                                                                                    

Si reparáis los días de vuestra vida, veréis que solo habéis venido para resarcir faltas pasadas. Procurad saldarlas todas, para poder levantar los brazos a Dios e implorarle perdón de nuestros extravíos, limpios por completo de la pasada roña y dispuestos a trabajar en beneficio de vuestros semejantes que se encuentran aún más atrasados que vosotros; haced que progresen estos infeli­ces, para que todo progrese al unísono; ¡ojalá que lograrais llevar­los con vosotros a la felicidad eterna!

En esta cabaña, no podéis imaginaros a quien tenéis. Estoy segurísimo de que, si vierais su majestad divina, vuestro deseo se­ría dejar la materia para seguirnos a gozar de la vida espiritual y extasiaros con las grandezas del infinito. No, hermanos, aún no pue­de ser; no estáis perfeccionados para alcanzar tan excelso don; nuestros consejos y estímulos pueden serviros mucho para el pre­sente y para el porvenir, y os haremos partícipes de muchos se­cretos ignorados del mayor número, para que con ellos os engran­dezcáis. Ya que a vosotros se os han confiado, os pido, por Dios, que no despreciéis estas revelaciones que os hacen los espíritus elevados, para así preparar la nueva venida de Jesús.

Hermanos míos, estad alerta. Vosotros aún no lo creéis y es tal como os lo digo. Los tiempos se concluyen y queremos vuestro bien, para que vosotros también procuréis el bien de otros. No vi. vais descuidados ni desconfiados; estad atentos al enemigo como el centinela; nuestros argumentos no son más que aguas cristali­nas emanadas de la fuente pura del divino Jesús, que apagan la sed de los que de ellas beben.

Purificados vuestros espíritus y acompañados de vuestros guías, podréis llegar a los pies del Rey de los reyes, para pedirle perdón y misericordia, junto con vuestro hermano,

José.