Malos pastores

12 = 6 = 910 = 5

Que la paz de Dios sea entre vosotros, purifique vuestros espíritus e ilumine vuestros entendimientos. 

Hermanos míos: ¿Qué pensáis de la marcha del mundo; que tanta admiración os causa? Con todo vuestro entendimiento no podéis descifrar lo que pasa en torno vuestro, y os parece imposible que siendo todos hijos de un mismo Padre y hermanos del Maestro, tengáis que habitar en el planeta al lado de ojos tan secos que no quieren ver la luz tantos años ha concentrada en el Evangelio y esparcida por los enviados.

Es verdad que parece imposible que sean tantos los empedernidos y ofuscados; pero se comprende por el dominio ejercido por los que indebidamente se llaman apóstoles de la Nueva Era, que ni han sabido dominar sus pasiones, ni encauzar y advertirán a las masas. Por eso resulta que no despiertan, ni aun eón todas las señales de guerras, pestes, hambres, tormentas y terremotos que ya dijo Jesús precederían al cataclismo y serían su prólogo de dolores. (Mateo,  Cap  XXIV.  w.  7 y 8).

Todo lo que va sucediendo es lo predicho por el Maestro, hace diecinueve siglos; y a pesar de los grandes trastornos de la naturaleza ocurridos en distintos puntos del planeta, no han despertado esos corazones que duermen tan fuerte y tan insensibles a todo, que nada les importa que vayan a la ruina dos o más poblaciones y que en ellas sucumban en la más triste desesperación millares de almas. Lo atribuyen a la casualidad, y contra la casualidad, claro, nada hay que hacer.

Es curioso el concepto que de los terremotos se tiene. Dicen unos que los produce el encuentro de gases emanados de la Tierra, con los emanados de los planetas A, B o C; dicen otros que son debidos a las malas influencias de los cornetas; los atribuyen los de aquí a la expansibilidad de los gases interiores, que tiene por inmediato efecto una sacudida violenta en la costra de la tierra, y opinan los de allá que son consecuencia de mil complicaciones tan extrañas entre los elementos todos del planeta, que no se puede discernir entre ellas.

Esto lo dicen hombres sabios; pero su sabiduría queda reducida a lo puramente material, y aun con incongruencias. Si fuera su saber en lo espiritual, comprenderían que la casualidad no existe, que no hay efecto sin causa, y que todo se relaciona con el poder del Infinito. Y así como ahora sólo buscan en causas materiales la explicación de los fenómenos sísmicos, buscarían entonces esa misma explicación en causas morales; y así como ahora creen que son las fuerzas interiores del planeta las que al explotar producen las hecatombes, creerían entonces que multitudes de espíritus, por mandato expreso de Dios, laboran en la evolución del planeta, y sus trastornos todos, por horripilantes que parezcan, redundan siempre en beneficio del orden material y del orden espiritual del globo.

Comprendo, hermanos, que os extrañe la ceguedad de esos sabios, y que os duela en el alma su pertinaz empeño en no querer ver. También esto está justificado. Por el uso que hicieron de su inteligencia, vienen ahora condenados a ser como astros errantes del mundo espiritual. Tienen luz, y algunos mucha luz propia; pero está  destocada. Cuando la enfoquen, y la enfocarán a su tiempo, porqué es ley divina que todo se perfeccione y progrese, será una gran misión la que cumplirán. Entonces obrarán corno Maestros; ahora obran como doctores de la ley, que ateniéndose a la letra y haciendo porqué ésta prevalezca, obligan a los amantes del espíritu a redoblar sus esfuerzos para que el espíritu centellee.

A vosotros, hermanos, Dios os ha dado otra misión, induciéndoos al estudio de su sublime doctrina y fortificándoos en su fe. De ese modo habéis empuñado el cetro que el propio Jesús empuñó en su pasión; cetro que no da reinos en la tierra ni consiente la expoliación entre los hombres; pero si da coronas que hacen sangrar las sienes, y burlas y desprecios que ponen a prueba la nobleza de alma.

Para llegar al Tabor, se ha de pasar por la cima del  Calvario. No creáis, hermanos, que se pueda llegar a esta cima de un modo fácil y con ligero paso. Es una cuesta muy penosa y hay que subirla poco a poco, con los pies sangrando, con los labios secos, con los ojos vertiendo lágrimas y con el pecho respirando fatigosamente; pero con una fuerza de voluntad superior a todo, porque es una prueba para el espíritu, y si sabe resistirla, compadeciendo a todos los hermanos que quedan por bajo, será, para él, un gran premio.

Así lo  hizo Jesús. Siendo, como era, un espíritu tan elevándonos enseñó a padecer con su pasión, y a sacrificarnos por nuestros semejantes con su glorioso suplicio. Así es como debemos reverenciarle: imitándole con toda resignación en las pruebas y adversidades de la vida, y yendo al sacrificio, si es preciso, con fé, con amor, con caridad ardiente, perdonando a todos, pero perdonando de un modo singular a los que más daño nos hayan hecho. Si lo hacéis así, iréis ascendiendo cada día más; y practicando las doctrinas de Jesús, y teniendo sus máximas por pan de vida del espíritu, sentiréis las nostalgias que El sentía, y llenos de misericordia para con los infelices descarriados, clamaréis como El clamaba. «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen. (Lucas.  Cap. XXIII, v. 34).

No extrañéis, hermanos, que esos malos pastores sean tan retrógrados; porque  si calculáis  los que  pueden  ser, comprenderéis que los  que hoy se opongan a la divulgación y progreso de las doctrinas de Jesús, deben de ser los que ya se opusieron a su predicación y acabaron  por crucificarle. Y así es, en efecto. Aun habiendo tenido muchas existencias en este planeta, no han logrado despertar, ni recordar que fueron los que crucificaron a Jesús. Su espíritu es tan rebelde, que en ninguna de sus desencarnaciones han querido tornarse la molestia de arrodillarse delante de Jesús para pedirle perdón por las ofensas que le han hecho y guía para no incurrir en sus extravíos; antes por el contrario, es tal el orgullo que les ciega, que al oír a los espíritus mensajeros que les exhortan al arrepentimiento, se alejan encolerizados y piden otra encarnación, sea como sea, para volver a la Tierra y en ella continuar destrozando a Jesús o su doctrina, cuando no les es posible con las obras, con el pensamiento y el deseo por lo menos.

¡Ay, hermanos míos! Si no fuera porque la Infinita Misericordia va aplazando el día para que se vaya convirtiendo alguno más ni un segundo pasaría antes de que quedase destruido ese planeta; porque los hombres, orgullosos y soberbios corno el mismo Satanás alegórico, han dado motivos de sobra para que Dios esté visitado a lo sumo, ya que la  infamia y mal proceder de esas gentes, han rebasado sobre las montañas más altas. Pero Dios sabe esperar, y sabe, también, dar en cada tiempo lo que más conviene; y el día que convenga barrer por completo de la Tierra ese orgullo, esa soberbia, esa tiranía, esa negación de Dios con las obras aunque se le ensalce con las  palabras, enviará legiones de espíritus para asistir a los creyentes y defensores de la Ley, y para derribar a cuantos le hayan ofendido y no hayan querido reconciliarse.

La obra está ya preparada. No os diré el año ni la hora, porque no tenemos facultad para esto, y sólo nuestro Padre sabe el momento en que tiene que llegar el fin. (Mateo, XXIV, v. 36).

Preparaos, hermanos, para la nueva venida; conservad las doctrinas evangélicas, porque han de ser las de la regeneración de los siglos. Nada más os diré de esta transformación: sólo, sí, quiero advertiros, que prestáis atención a mis  palabras, que las guardéis con reserva, y que esperéis el día en que crea llegada la oportunidad de hablaros más clara y más extensamente sobre ese particular de tan sin igual trascendencia.

Por hoy, os desea mucho progreso vuestro hermano.

JUAN  EVANGELISTA.