Tesoros  morales

19  – 6 – 1910  – 6.

¡Os bendigo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo!

¡Cuán bien hacéis vosotros, siguiendo la ruta que os habéis trazado! Si todos pensasen de la misma manera, ¡que gusto daría vivir entre tan benéficas influencias! Es una lástima que en ese planeta, la mayoría de las gentes, sólo piense en las cosas materiales. Es que no han llegado a  comprenderme. Si me hubieran comprendido, como vosotros, no se dejarían seducir por vanas apariencias, y buscarían el fondo, que es luz, y vida, y alegría para el alma.

¿No es cierto que vosotros, mis amados, os encontráis con el corazón alegre, tranquilo, rebosando  felicidad,  cuando salís  de la sesión y habéis obtenido en ella saludables enseñanzas?

Sí; os sentís con un arrobamiento de espíritu, que no lo cambiaríais por ningún tesoro de la tierra. No sentís hambre, ni sed, ni ninguna de las molestias que proporciona el cuerpo; y en cambio, sentís el hambre y la sed del alma; esas hambre y sed que producen los apostolados y los martirologios y que dan la inefable  dicha de vivir en lo eterno.  ¡Ah!  ¡Si pudierais dar cumplimiento a los impulsos de vuestra alma!. .. Con la fe, con la vocación de Pablo, daríais la vuelta al mundo exhortando a las gentes al arrepentimiento y a la conversión a vuestras ideas. ¿Verdad que haríais esto?

Pues esta  fe, esta vocación, este fuego santo del evangelizante, aunque no podáis consumirlo convirtiendo a los judíos de todos los tiempos y de todos los pueblos, no deja de surtir sus efectos y causar las necesarias consecuencias. En vuestras casas reina la mayor tranquilidad. ¿Sabéis porqué? Porque la habéis adquirido en vuestro corazón con medios bien sencillos; porque habéis bebido del agua cristalina que brota de aquella fuente inagotable a que aludí cuando dije a la Samaritana: «Quien beba de esa agua, nunca más padecerá de sed» (Juan, Cap.  IV,  v.  14). Es por eso, hermanos, que os encontráis tan tranquilos, tan satisfechos, tan gozosos en vuestro fuero interno. Si tenéis la fuerza necesaria para perseverar hasta el fin, habréis merecido muy preciado galardón. Antes de llegar a la meta, os falta, todavía, bastante que sufrir; pero no os importe, que por mucho que sufráis,  no llegará a lo que sufrió vuestro Maestro.

En vuestra época, ya no impera la teocrácia. Los gobiernos, aunque no crean en mi doctrina, tampoco permiten que nadie les arrebate el poder. Son materialistas, y por serlo, no consienten que a nombre de un espiritualismo en el que no creen, se abrogue nadie poderes que por fuerza habrían de resultar en merma y desprestigio del suyo. Esto es un bien y un mal. Es un bien, porque ya no seréis perseguidos, ni ultrajados, ni coronados de espinas por mi causa; y es un mal, porqué todavía queda el materialismo grosero al que hay que vencer.  

¡Qué diferencia, hermanos, entre vuestros tiempos y los míos! No tenéis que habéroslas con gente tan ignorante, tan hipócrita, tan libertina, tan iracunda ni tan ingrata; no tenéis que temer a la delación, al ultraje ni a la afrenta; no abofetearán vuestro rostro, ni azotarán vuestro cuerpo, ni clavarán agudas espinas en vuestras sienes; no os pasearán en ludibrio ni os supliciarán en cruz… Pero todo esto tenía que suceder, para que se cumpliese lo que estaba escrito: Debía ser entregado, escarnecido y crucificado, para redención del género humano. (Mateo, Cap.  XXVI,  v.  2).

Vosotros os halláis en época de mayor adelanto; gozáis de una libertad proclamada y sostenida por esos mismos que no creen en mi doctrina, y gracias a ella, podéis recompensarles el beneficio que os otorgan, enseñándoles a ser verdaderamente libres, porque ellos no lo son, ni lo será nadie, como no se amolde al Evangelio. Pagadles, pues, el favor, divulgando mi doctrina; y no desmayéis, que si bien es verdad que yo tuve a mi Padre celestial que me dio fuerza suficiente para resistir y contrarrestar todo lo que conmigo hicieron para bien de los demás, vosotros tenéis a El, que también es vuestro Padre, y a mí, que nunca os abandono, y a  legiones de espíritus, que están siempre dispuestos a cooperar a la obra regeneradora; de modo que aunque os veáis pocos, debéis estar muy animados y confortados, porque vuestro ejército es muy grande, muy poderoso, muy invencible, desde el momento que legiones y más legiones de espíritus están preparando vuestra defensa.

Trabajad, trabajad con ahínco en la viña del Señor;  id a la conquista de la corona de laurel, como yo fui a la conquista de la corona de espinas; y si esta corona me valió el ser proclamado Rey de Reyes, la vuestra os valdrá,  no lo dudéis ni un momento, el apropiado galardón. Tened fe en mí y en nuestro Padre, y os reuniréis conmigo.

Vuestro hermano y maestro.

JESÚS.