¡Velad y orad, hermanos!

14 – 5 – 1911  – 55

La paz de Dios sea entre vosotros.

Velad y orad, decía Jesús a sus Apóstoles, para que no caigáis en la tentación. (Mateo, XXVI, 41).

Igual debéis hacer vosotros, porque estáis rodea­dos de un mundo de tinieblas; pero si practicáis el consejo de esta parábola, aunque con mucho trabajo, podréis compenetrar los es­pesos velos del infinito que son causa del estacionamiento. La po­ca fe atrae a espíritus errantes que obstruyen el paso de la luz, porque ellos gozan en las tinieblas. Vosotros, hermanos, rogad por ellos, y velad para libraros del inminente peligro que os ame­naza.

¡Ay de los que, conociendo las sublimes doctrinas del Maes­tro, no tengan la fuerza necesaria para rechazar al espíritu que quiera perturbarles en las cosas del mundo, enseñándoles a tener­las en más de lo que realmente se merecen! Tened todos muchísi­mo cuidado, porque entre los espíritus de error los hay que tienen un fondo muy terrible por su astuta sagacidad, y el que se deja seducir, encuentra luego sus funestas consecuencias. Hay que fijar la atención en todas las parábolas de Jesús, y unas de las que más hay que tener presente, es aquella que nos anuncia que vendrán falsos Cristos y darán señales de astucia prodigiosa para engañar si es posible a los elegidos. (Mateo, XXIV, 24).

Este aserto de­béis tenerlo siempre muy presente, porque los falsos Cristos a quienes se alude se introducen en todas las religiones y tienen por empeño hacerlas fracasar.

¡Ay hermanos! A las palabras de Jesús, no pueden superar las de los hombres; y bien sabía lo que sucedería cuando dijo que co­nocía los más recónditos secretos del corazón humano de su tiem­po y de los tiempos venideros. Por eso advertía frecuentemente que se velase y se orase; por eso nos aconsejó ser cándidos como palomas, pero astutos como serpientes. Hay que estar ojo avizor como el atalaya en puesto avanzado; porque los falsos Cristos, ayudados de los espíritus de su linaje, trabajan con mansedumbre y apariencias de piedad, pero obstinadamente, para sustituir la verdad con el error.

Estad preparados para responder al primer grito de alerta; porque, ¡ay de vosotros si esperáis al tercero! Al remiso que tal hace, suélese enviarle una descarga; al remiso en responder a la voz de Dios, ¿qué puede sucederle, cuando el Padre de misericor­dias llama a sus hijos para que no les coja la noche de tormenta que el huracán de sus pasiones ha desencadenado con furia?

Amorosamente os pido, hermanos, por la sangre que derramó nuestro Redentor, que los consejos que os demos los elevados es­píritus, sean bien recibidos y guardados, para serviros de ellos a su tiempo. Atended a vuestros guías, que colaboran en vuestro progreso, tanto intelectual como moral. Si así lo hacéis, podréis presentaros sin miedo ante esos supuestos sabios, y combatir la inmoralidad ambiente que les es debida con las armas de la fe, de la moral, de la cultura y del amor sin límites que vuestros directo­res espirituales os habrán inculcado. ¡Infatuados necios! ¿Cómo quieren ver lo venidero, cómo conocer la vida del espíritu, si no saben por qué venimos al mundo, porqué gozamos, porqué sufri­mos? ¿Cómo han de compenetrar ese misterioso velo si su incre­dulidad es tanta? ¡Ay hermanos! A vosotros os toca trabajar para que puedan ver la verdad, esa gran verdad de la reencarnación, y así distinguirán todas las causas de lo presente y podrán colegir las de lo futuro.

Tampoco los sabios antiguos habían penetrado este gran mis­terio de la vida; tampoco se dieron cuenta de que se renacía mu­chas veces, no obstante constar en distintos pasajes de los Libros Santos. Pero la ignorancia de los antiguos es disculpable, dado el medio en que se movían. La que no es disculpable es la ignorancia de estos tiempos, después de haberlo proclamado claramente Jesús; y si alguno hay que no lo sepa por sus vicios o por estar ofuscado por los destructores de la Ley, ese tal vivirá siempre a obscuras. «El que no renaciere de nuevo, no verá el reino de los cielos», dijo Jesús a Nicodemo. (Juan, III, 3).

Sabido y aceptado esto, hermanos, se tiene abierta la puerta del porvenir; y con la antorcha de Jesús por guía, guía más es­plendente que la estrella que señaló a los Magos el camino de Be­lén, ¿cómo es posible perderse, ni cómo es posible dejar de apre­ciar las verdades espirituales?

No comparéis nunca lo que podéis hacer y ver, con cosas ma­teriales, porque esta comparación necesariamente ha de ser deficientísima y podéis encontraros, sin daros cuenta de ello, envuel­tos en vuestras propias redes de tinieblas. Si estáis convencidos y tenéis la vista fija en la claridad que os manda el divino Redentor, os preservaréis de toda clase de contrariedades y os haréis fuertes para vencer cuantos obstáculos os salgan al paso.

Si comparáis la luz espiritual con la material, guardaos de caer en el más profundo abismo; porque, como puede proporcio­naros mejores tiempos la espiritual, os pueda traer fatales consecuencias la material. Se os presentará como dos caminos: podéis escoger. Considerad al espiritual muy largo, muy penoso y muy lleno de espinas, pero, al fin, embriagador de felicidades para el que ha logrado atravesar la puerta estrecha; y considerad al otro corto, florido, brindando goces, pero ocultando entre tanta seduc­tora apariencia las mallas de espesa red que agarrotan y hacen purgar los deleites a quienes apresan.

¿Habrá quien prefiera este camino al otro?

Pues sí, hay quien lo prefiere; hay quien dice que en la jorna­da terrestre, lo mejor de lo mejor, es comer bien, vestir con ele­gancia, arrastrar lujoso tren, adormecerse en las auras de una pa­sión carnal satisfecha y tener en perspectiva continuamente un nuevo programa de goces que disfrutar. El corto tiempo que se vi­ve, no vale la pena de tomarlo en serio. ¿A qué la virtud, la auste­ridad, la penitencia? ¡No, no! ¡Gozar, gozar más, gozar siempre en los fugaces instantes de esta vida! Esto es lo que debemos pro­curar. Y esto es lo que procuran los desdichados que así piensan.

Y tienen razón en querer gozar de la vida, cuando tan corla se les ofrece. Para ellos, el vivir queda encerrado entre el vagido de la cuna y el estertor del lecho funerario. ¡Si supieran que se vive siempre ¡siempre!, y que ese su corto vivir de desenfreno, se pur­ga con siglos y siglos de esfuerzos por librarse de la red que agarrota!

¿De qué proviene esta nefasta ignorancia? De no haber creí­do en la reencarnación; de no pensar en que lo que se deja de ha­cer hoy, tiene que hacerse mañana; de no discurrir que hasta tan­to que se cumpla rectamente, moralmente, no hay derecho a gozar de las cosas rectas, de las cosas morales, que son las indestructi­bles, las eternas.

Vosotros, hermanos míos, debéis estar muy alerta y no deja­ros seducir por esas funestas apariencias. Hay espíritus desencar­nados y hay espíritus encarnados que os acechan para tenderos el lazo: sed, con ellos, sencillos como palomas y astutos como ser­pientes; fascinadles con vuestro amoroso arrullo y deslizaos por entre sus arteras mañas con la suavidad de los reptiles. Que no logren lo que se proponen, que es la destrucción del rebaño de los elegidos. En nombre de Dios os pido que establezcáis el contacto de codos para que no os dejéis sorprender.

¡Cuánto os compadezco, espíritus empeñados en entenebre­cer los senderos de la virtud! ¿No os habéis dado cuenta todavía de que vuestra sombra, si basta para que un infeliz hermano vues­tro tropiece y caiga y se descalabre, no basta para privar de luz ni a una oruga? Y en cambio de estos éxitos tan menguados, ¿qué descalabros no son los que sufrís?

Vosotros, hermanos que habéis conseguido algún vislumbre, cultivadlo, ensanchadlo tanto como os sea posible, y que él os sir­va para manteneros en el terreno en que toda buena semilla pren­de. De ese modo llegaréis, como los Magos, a los pies del Maes­tro, y le adoraréis; de ese modo, al volver a reencarnar, vuestro espíritu, doblemente aleccionado por la existencia precedente y por la vida extramundial, será fuerte para presentarse como apóstol del bien, y trabajará por la regeneración de la humanidad, en­señando y practicando toda la doctrina del Mesías.

Desearía que mis consejos fueran a todos provechosos; no os descuidéis, porque la ruina se acerca, y si estáis bien preparados, puede que no sucumbáis en ella. Rogad por los extraviados y por los que sufren; tener amor, caridad y humildad para todos, como os desea vuestra hermana que se esfuerza por vuestro bien,

La Hermana de la Caridad.