¡Que cada cual sea su pontífice!

25 – 6   – 1911  – 61

Jesús guíe vuestros pasos, hermanos míos.

¿A quién mejor que a vosotros, que sois los instrumen­tos para llevara cabo la obra regeneradora, hemos de asistir con nuestras influencias, para que pueda brillar con clara luz. la que ha de conducir a buen camino a la presente y venidera ge­neración?

Sí, hermanos: Todos los que os regiréis por las perfectas le­yes de Dios establecidas aún antes que los tiempos, y tengáis fe y fuerza de voluntad, seréis sabios para lo venidero. ¡Ay de los que tales leyes han borrado! ¡Ay de los sabios hipócritas que las han ultrajado! ¡Qué despertar más triste para su espíritu!

Las leyes divinas habían sido casi anuladas por los que se creían con potestad para hacerlo, y la venida de Jesús reformó de nuevo la palabra de Dios a costa de grandes sacrificios que la hu­manidad retrógrada pronto despreció. Pero, ¡ay!, para el adelanto del espíritu, hermanos míos, no deben temerse los sacrificios, por­que el de Jesús fue sublime y enseñó a la humanidad lo que valen. Sin el sacrificio del Gólgota, las doctrinas del Evangelio no se hu­bieran desparramado; y aunque ya hoy tengan muchísimas sofisti­caciones, no dejan por ello de ser el modelo para todas las legisla­turas mundanas.

La misión de Jesús fue enseñar la ley del sacrificio, reformar las costumbres y redimir a los pecadores. La humanidad ingrata ha vuelto a sus antiguos andares, borrando las doctrinas salvado­ras para sustituirlas por las suyas; pero nosotros, los espíritus en­viados por el Padre celestial, venimos para hacerlas imperecede­ras, como son todos sus cosas. Plantaremos de nuevo el gran ár­bol de la vida, para que lo oculto quede descubierto por medio de la comunicación; y para que, teniendo el bienestar las familias, se convierta la tierra en lo que debe de ser: un pequeño paraíso.

¡Qué atrevimiento tienen y qué responsabilidad contraen, her­manos míos, los que se estiman sabios y se presentan como suce­sores de los Apóstoles al propagar sus dogmas en vez de propa­gar la Ley de Dios! Con miras exclusivas a su bienestar material; olvidando que, puesto que se erigían en directores de las gentes, tenían el deber de conducirlas al Padre celestial, han hecho de mi­sión tan sagrada un vergonzoso tráfico. Bien decía el elevado espíritu de Pablo que esos individuos que querían ser llamados após­toles, eran como un bosque frondoso y espeso para ocultar la ver­dad y las leyes establecidas por el Maestro. Lo repito: ¿cuánta responsabilidad la suya!

¿Quién ha dado y en méritos de qué se ha dado tanto poder como al Papado se reconoce? ¿Quién le ha dado la dignidad de que se dice está invertido? ¿Quién le ha elevado a tan alto grado, para titularse el único representante de Dios en la tierra? ¡Ay, her­manos! ¡Cuántas desgracias causa la ignorancia de la humanidad! ¿Por qué no lee ésta el Evangelio, que es donde puede compren­der la verdad? En el Evangelio hallará clara, explícita y terminantemente demostrado, que el Papado y todo lo que al Papado se atribuye, ha sido dispuesto por el orgullo y la ambición humanas, para dominar y explotar a las gentes, y lanzarlas unas contra otras en mengua de la humanidad y en escarnio de los preceptos divi­nos.

Ellos os dicen que son los sucesores del mismo Jesús y de los Apóstoles; que practican las enseñanzas evangélicas; que tienen por misión conducir a las almas mediante el consejo y con auxilio de la oración y del sacrificio ¡Cuánta hipocresía, cuánta mentira, cuánto sacrilegio hay en estas palabras! Si hubieran dirigido a las almas como dicen, no estarían las leyes y las costumbres en el de­plorable estado en que están, y no tendríamos que volver para re­formarlas.

Decía Jesús: No os fiéis de falsos profetas que con su hipo­cresía engañan a los hombres, porque dicen y no hacen; y estos que se sostienen en el error y se consideran con facultades para atar y desatar todo lo que Jesús concedía a los Apóstoles, caerán bajo el peso de su culpa, porque muy grande es la de preconizar que San Pedro fue el primer Papa, y que los demás y el clero to­do, siguen las leyes por él dadas desde la silla pontificia.

¡Desgraciados hermanos! ¡Cuán ofuscados están! Decidles vosotros que conocéis el Evangelio, y que en ninguna parte ha­béis hallado que Pedro estuviera en Roma, y menos como Papa, según pretenden hacer creer. Si Jesús dijo a él y a los demás.

Apóstoles que lo que ligasen en la tierra sería ligado en el cielo, fue porque les consideraba dotados de voluntad para ser fieles in­térpretes de su palabra. Los que hoy se dicen sus sucesores, no pueden en modo alguno alegar iguales méritos, porque están po­seídos de incalificable orgullo y sórdida avaricia. Jesús, no dio pri­vilegio a ninguno de sus discípulos, y en prueba de ello está el que dio a cada uno de ellos una tribu en la que ir a evangelizar, con la advertencia de que, el que quisiera ser el primero, fuera el siervo de todos. (Mateo, XX, 27).

Los Apóstoles tenían facultad dada por el propio Jesús, y su fe nunca les consintió quebrantar las leyes; mientras que los hom­bres han elevado con su orgullo a tan alto poder al Papa, que, si Jesús volviera a la tierra o si Dios se hiciera hombre, tendrían que ir a besarle los pies. ¿Por qué el Papa se permite facultar el matrimonio entre parientes, siendo así que Dios lo prohibió? ¿Por qué el Papa se permite beatificar y santificar, cuando en el Evangelio se lee que uno sólo es el santo? ¿Por qué el Papa se permite perdonar toda clase de pecados y dispensar de ciertos deberes, cuan­do está escrito que con la medida que se haya medido a los demás ha de ser uno medido?                                                                                          .

Pues se permite el Papa estas usurpaciones y estas infraccio­nes a la Ley divina por dos razones: la primera, para tener con que retribuir a los que le han investido del poder pontifical; la se­gunda, por completar con ello el caudal de la sofisticación, hacien­do que las masas no adviertan el fraude sacrílego que se está co­metiendo.

¿Dio nunca Jesús, por dinero, facultad para cosa alguna? ¿Perdonó, por dinero, pecados? ¿Regeneró, por dinero, a la adúltera…? No, no; Jesús dio de gracia lo merecido por gracia; y no podrá nunca, en justicia, presentarse como discípulo suyo, el que venda o alquile lo sagrado.

¿No sois testigos de centenares, de miles de matrimonios, que por haber hecho de los intereses y conveniencias la coyunda vi­ven desastrosamente, infernalmente? ¿Y qué extraño, si donde no impera la fe, donde no gobierna el amor y donde el Evangelio es letra muerta, no hay unión verdadera? El lazo de oro que une a los cuerpos, los apetitos carnales que en ocasiones los aglutinan, y las miras especulativas que conciertan el mayor número de los matrimonios, son dogales, son pesadas cadenas, son insoportables grilletes: no son la dulce coyunda de que habla San Pablo y que solo con el Evangelio se concibe.

¿Queréis ser felices? ¿Queréis gozar de lo que Dios otorga? ¿Queréis ser cooperantes en la creación? Elegid la compañera a quien espiritualmente os prometisteis, y ella será el ángel de vues­tro hogar, y ella dará la felicidad a vuestra casa, porque entre ella y vosotros no habrá intereses sino desinterés; no habrá cálculo ni artería sino amor sincero; no habrá concupiscencia repugnante si­no castidad conyugal; y empezaréis una nueva vida, y seréis una familia regenerada. Si vuestros deseos son nobles y generosos en el momento de la emancipación, atraeréis a vosotros espíritus ade­cuados, porque el Padre verá vuestro deseo’ de progresar; y os enviará, para constituir vuestra familia, seres buenos y cariñosos que atenderán vuestros consejos y serán el orgullo y ornamento de vuestra vida.

Apartad siempre las malas influencias que podrían interponer­se entre vosotros, para que no entre la discordia; y así, entrelaza­dos por la comunidad del pensamiento en lo alto, en lo divino, y por la aspiración siempre creciente a lo espiritual, lograréis el bie­nestar en la tierra al lado de vuestra esposa y de vuestros hijos y os prepararéis el bienestar mayor de lo futuro.

Tened la mirada fija en la verdad, en los Evangelios, que son la expresión fiel de la doctrina de Jesús, ese Espíritu de Verdad que enseña el camino de la salud y la vida para la salvación de todos.

¡Oh, bendito Espiritismo, que revelas a los hombres la comu­nicación de unos espíritus con otros! ¡Cuánto tiempo te han obs­curecido, para que no triunfaras! ¡Cuánta ha sido la ingratitud de los hombres! La maldad ambiente ha sido estorbo insuperable pa­ra muchos que hubieran seguido el camino de perfección por ti tra­zado pero que no han tenido la suficiente entereza para acomodar su acción con su pensamiento, y han seguido siendo los eternos rutinarios y también los eternos hipócritas. Mas no todos son débi­les de voluntad ni acomodaticios con la ficción, y un núcleo no despreciable ha dado un paso al frente y ha enarbolado el lábaro santo de su fe. ¡Gracias, Jesús mío! ¡Hijo mío, gracias! Tu doctri­na ha hecho germinar la fe en un núcleo de hombres de buena vo­luntad, ya que se han emancipado del yugo del error y del cepo de la tiranía; estos hombres, con su ejemplo, inducirán a otros a imitarles; y así, sirviendo unos de propulsores de otros, llegará día, y no lejano, en que los verdaderos adoradores se habrán ex­tendido por toda la superficie de la tierra.

Comparad, hermanos, la luz que os dan los espíritus con sus revelaciones, con la que os dan los modernos fariseos con sus ri­tos y ceremonias. Los espíritus rasgan los velos del misterio para que contempléis faz a faz la realidad de la Naturaleza; los fa­riseos no se contentan con mantenerlos, sino que les decuplican con el lenguaje exótico y muerto que os hablan para que no los entendáis, y con las nubes de incienso con que los rodean. Los espíritus os hablan de la eternidad de la vida, siempre ascendente y siempre gloriosa; los fariseos os presentan una posible, una casi segura muerte, por una eternidad de eternidades. La revelación de los espíritus elevados os trae luz radiante como la del sol que os visita todos los días; la revelación de los fariseos os ofrece sim­ples fosforescencias, como las de las luciérnagas en la noche. Si pudierais verme y si pudierais ver a otros espíritus, quedaríais instantáneamente fascinados. Ya vendrá día en que, purificados de vuestras faltas, tendréis la materia más sutil y podréis ver lo que tanto deseáis.

¡Cuán pequeños son en virtud, y cuán grandes en orgullo y egoísmo, la mayoría de los hombres! Se consideran los seres su­periores de la creación, y no llegan a poder besar los pies a espí­ritus de mediana categoría; quieren destruir lo que proviene del Padre para que prevalezca lo suyo, y no tienen eficiencia para debilitar uno sólo de sus defectos.

¡Padre mío! Por el inmenso amor que siento por mi Hijo, y por el que profeso a todos los seres, sus hermanos y mis herma­nos, Te ruego perdones los extravíos de los hombres y les inspi­res el modo de llegar a Ti por la caridad y el amor.

Esto es lo que desea vuestra hermana,

María.