Glosa al Decálogo

24 – 7  – 1910  – 11.

ESTIMADOS hermanos: Dios aumente vuestros buenos pensamientos.

En el Antiguo Testamento se contiene el Decálogo o los preceptos de la Ley escrita dados por Dios al profeta Moisés en el monte Sinaí. Moisés era un médium de muy poderosas facultades. El domingo pasado os dije que no vendría a derogar la Ley de Dios, sino a modificarla, esclarecerla y darle el empuje necesario para que todos puedan observar y tener presentes los Mandamientos hechos por Dios. Os lo repito para que los guardéis con más celo y para que no los ultrajéis.

Primer mandamiento: «Yo soy tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de siervos. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás para ti imagen de escultura alguna ni figura de las cosas que hay arriba en el cielo ni abajo en la tierra, ni de las que hay en las aguas, debajo de la tierra.  No las adorarás ni rendirás culto. Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, de aquellos, digo, que me aborrecen; y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.

¿Cuántos sois los que observáis ese precepto? ¡Sois tan pocos que hasta entre vosotros, los que os llamáis  espiritistas, abundan los que contra él delinquen! Debéis interpretarle y cumplirle bien, para que agradéis más al Padre.

Segundo mandamiento: «No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios; porque no dejará sin castigo al que tomare en vano el nombre del Señor Dios tuyo»

Tercer mandamiento: Acuérdate de santificar el día del Sábado. Los seis días trabajarás y harás todas las. obras, mas el día séptimo es Sábado del Señor Dios tuyo. Ningún trabajo harás en él, ni tú, ni tu hijo,  ni tu hija, ni tu criado, ni tu criada, ni tus bestias de carga, ni el extranjero que habite dentro de tus puertas». Hermanos  míos, hoy os digo: el Domingo es el día de reposo mandado por Dios, y tenéis que santificarlo y sólo trabajar espiritualmente para el perfeccionamiento del espíritu y el progreso venidero.

Cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años sobre la tierra que te ha de dar el Señor Dios tuyo».

Quinto mandamiento: «No matarás». Hermanos míos, ¡cuán ultrajado ha sido, y es, este mandamiento! ¡Oh, miseria humana, que olvidando este precepto, en todas partes tomas a empeño infringirle más y más, no respetando el padre al hijo, el hijo al padre, el hermano al hermano, ni el señor al siervo, viceversa.

Más todavía: los hombres que el mundo ti ene por sabios y buenos y que se dicen amantes de la religión  cristiana, conspiran continuamente en favor del exterminio de los que a ellos no siguen. ¡Cuán falsos y mentirosos son! Si fuesen cristianos, seguirían mis pasos y mis enseñanzas y no se encolerizarían contra sus hermanos, como lo hacen. Se atreven a decir que en nombre de Dios quieren destruir la herejía;  pero la herejía no es para ellos, la emanada de las falsas doctrinas, sino la profesada por aquellos que no se amoldan a sus deseos, aunque tales seres por su  bondad, por su mansedumbre, por su caridad y  amor al prójimo, por sus virtudes todas, debieran tomarles y presentarles como modelos. Sí; hasta hoy han tenido que esconderse los  que han querido seguir  las prácticas  evangélicas; a estos son los que persiguen los fariseos de todos los tiempos, porque sus verdades  les ciegan y sus ‘virtudes les molestan. Pero ya no debéis temer, así por haber decrecido tanto su imperio, que su  imposición es imposible, como por gozar vosotros de libertad de conciencia suficiente para poder estudiar, practicar y divulgar mi Ley a la plena luz de mediodía.

El sexto mandamiento es:  «No  cometerás adulterio». Si el quinto es tan ultrajado, ¿Qué diremos del sexto? El adulterio está en todos los momentos arrastrando al cuerpo del que no tiene fe en Dios, y parece que en vez de adelantar hacia el progreso, la mayoría de las gentes retrógrada hacia la bestialidad, entregándose sin freno al sensualismo. ¡Qué lástima! Esa gente ilustrada, sabia y grande sobre los demás, que es la que debería ir a la  vanguardia para señalar el camino del progreso, es la primera que se arrastra por el lodazal del vicio de la  fornicación,  atreviéndose a decir que no es nada censurable, que lo pide la naturaleza y hay que satisfacerla.

Cuando dictó este precepto nuestro Padre celestial, ¿no sabía lo que necesitaba el hombre? Dios todo lo sabía,  y por eso instituyó el matrimonio, ya que en ese planeta, dado su atraso, la generación había de producirse por ayuntamiento bisexual, pero instituyó el matrimonio con un elevado fin, nunca con el de libertinaje a que se entrega.

¡Donde llegaría ese exceso, hermanos, si Dios, con su poder, no cortase los días de tanta maldad! Descenderían los hombres a un estado tan bajo siguiendo sus bestiales instintos, que volverían al estado salvaje.

El séptimo  mandamiento  es: «No hurtarás». Dios, al dictar ese mandamiento, puso un límite a nuestro afán, para que nos contentásemos con lo que Dios nos da; pero, por desgracia, el precepto es ultrajado como los otros. El egoísmo y la envidia al rico, son los estímulos que inducen a realizarlo todo con el sano fin de hacerse con lo ajeno, ya que ha pasado a ser postulado de moral social el, «tanto tienes, tanto vales». ¡Ay hermanos! ¡Qué funesto es ese concepto! A él debéis todas las desdichas que pesan sobre vosotros. ¿Sabéis porque sois esclavos de la avaricia, del orgullo, del egoísmo? Por falta de fe, por falta de educación espiritual, por falta de amor al prójimo. Cuando la humanidad haya adquirido estas tres virtudes, la faz del mundo habrá cambiado.

Octavo mandamiento: «No levantarás falsos testimonios contra tu prójimo». Con este mandamiento os induce Dios a amaros mutuamente y a no injuriaros con falso testimonio; más aún: debéis trataros como hermanos, y en virtud de ello, no descubrir al culpable, si amonestarle, corregirle amorosa y secretamente. De este modo es como se cumple la Ley. Ya sabéis que dije que el que juzgare sería juzgado, midiéndosele con igual medida que hubiere medido.

Noveno mandamiento:  «No codiciarás la casa de tu prójimo, ni desearás su  mujer,  ni ·esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenezcan».

¡Cuántos están infringiendo este precepto, deseando siempre lo que no es suyo! Contentaos, hermanos míos, con la compañera que Dios os he dado, o mejor dicho, la que habéis escogido antes de tomar materia.

El décimo  mandamiento, viene a ser lo mismo. Pues bien, hermanos, si observáis los mandamientos de la Ley de Dios, seréis recompensados con creces. Que cada cual se contente con lo suyo y no ambicione lo que no le pertenece, y sentirá verdadero amor a Dios y al prójimo, y será como uno de los elegidos del Padre.

En vuestros momentos de concentración, no penséis en trivialidades, sino que, elevando vuestro pensamiento a   Dios, rogadle que permita a los buenos espíritus que acudan a vuestro lado y os cubran con su influencia. De ese  modo obtendréis la paz y tranquilidad del hogar, y no os sucederá lo que hoy acontece a muchos, que atentos sólo a los goces materiales, dan lugar a que acudan a ellos espíritus atrasados y todo se les vuelva errores, confusiones y disgustos. De aquí provienen muchas desuniones en las familias. A veces el padre no quiere reconocer al  hijo, ni el hijo al padre, ni el esposo a la esposa, y viceversa, porque alguno de ellos, o todos ellos, son juguetes de los espíritus atrasados. Esto no sucedería nunca siguiendo mis máximas, porque con buenos pensamientos se atraen buenos espíritus, y pensando bien y teniendo buena asistencia, las obras son naturalmente buenas.

Aunque haya faltas que puedan dispensarse, vosotros no debéis querer incurrir en ellas; antes al contrario, debéis esforzaros por sacudir su yugo, teniendo en cuenta, primeramente, que esas faltas leves suelen ser las que preparan el terreno a las graves, y en segundo lugar, que requieren una o más reencarnaciones para purgarlas, y es de interés de cada uno el abreviar el número de estas reencarnaciones.

Sin duda diréis, que lo que Dios ha puesto a nuestro  alcance, es para que lo disfrutemos. No es así. Sin la privación, sin la abstinencia, no habría distinción entre el mérito y el desmérito, entre la virtud y el vicio. Ni todo lo que es grato a la vista es sabroso para el paladar y digestible para el estómago, ni entre lo digestible, sabroso y grato deja de haber lo que complace al cuerpo, pero daña al espíritu. De lo que Dios ha puesto a nuestro alcance  debemos disfrutar, sí;  pero en la medida y con las condiciones que el mismo Dios nos ha impuesto. Cumplamos la Ley de Dios al disfrutar de todas las cosas, y no haya miedo de que ninguna nos perjudique. El vino, los licores; ¿hay cosa que perjudique más que ellos? ¿Porqué perjudican? Primeramente, porque no son productos naturales, y después, porque la gula no se contenta con consumirlos en la debida regla. Ninguna bebida mejor y más sabrosa que el agua pura y cristalina; pero el hombre no evolucionado la pospone a cualquier líquido de color que tenga la propiedad de embotar sus sentidos, turbar su cerebro y embrutecer  y  aniquilar  su organismo. Luego vienen las consecuencias, que son los sufrimientos de todo orden; y ¿a quien culpar de ellos?

El Padre es tan pródigo y tan bueno, que multiplicó en el planeta las substancias y cosas convenientes a nuestra alimentación y servicio: de los hombres depende el uso o el abuso de ellas, y para esto están dotados de albedrío. No precisa al Padre la continencia de sus hijos; pero sí conviene a sus hijos amoldarse a ella para su salud y la de las generaciones futuras.  Recordad el primer precepto e interpretadlo en espíritu y verdad. «Castigo la maldad de los padres en los hijos  hasta la tercera y cuarta generación». Esto es natural. No es que el Padre castigue al tataranieto por las faltas que cometió el abuelo de su abuelo, que esto fuera injusto y cruel; pero es que este antecesor dejó gérmenes morbosos en el organismo de su hijo, que éste trasmitió al suyo, y así de generación en generación, resultando que realmente resulta castigada la falta del padre en sus hijos, y en sus nietos, y biznietos, y tataranietos.

Los que quieran estar al servicio de Dios, es necesario que eviten estos pecados de degeneración y que cuiden su  cuerpo como lo que es:  vaso sagrado del espíritu. ¿Quién  de vosotros  querría para beber un vaso lleno de inmundicia? Y no queriéndolo para una función orgánica y de un segundo, ¡se lo dais al espíritu para toda una existencia, y lo que es peor, para que lo transmita durante ella a su prole! Pensad en esto, y ello os bastará para que fijéis vuestra conducta. Yo no debo ni puedo imponeros una conducta, porque sería anular vuestro albedrío; pero sí puedo deciros que lo que no hagáis hoy tendréis que hacerlo mañana; y os advierto  que es de prudentes no dejar para mañana lo que pueda hacerse hoy, porque con ello va emparejado el progreso y su consiguiente felicidad.

¡Adelante, hermanos míos! ¡No desmayéis un momento! Trabajad con perseverancia para que seáis fuertes en la carne y en el espíritu el día de la lucha, que está aproximándose.  Sed en todo humildes y sencillos de corazón; esforzaos en soportar las vicisitudes que tienen que  venir; y que ayudados por los espíritus, vuestros guías, podáis formar el ejército  de mis leales!

Después del trabajo vendrá  el descanso. Como buenos defensores del Evangelio, estaréis a mi lado y el Padre celestial os dará la recompensa que habréis  merecido. Yo como vuestro defensor se lo pido y os doy las gracias por vuestro comportamiento. Que así vayáis progresando continuamente, para que todos juntos podamos acabar la obra venidera .. Entonces entraremos en el descanso y en la felicidad. Estos son los deseos de vuestro Maestro que os ama.

Jesús.