La «Nueva Revelación»

9  – 10  – 1911  – 78

La paz de Dios sea entre vosotros.

¡Hermosa cabaña! ¡Cuántos y cuántos son los es­píritus que te han visitado, y han revelado desde aquí a estos creyentes la voluntad del Padre, para que des­pués sea por ellos esparcida entre los hombres! ¡Cuántos los men­sajeros del Altísimo, de categoría elevadísima, que se han digna­do descender de su emporio para revelar a los hombres que son poca cosa, casi nada en la escala de los seres, y por lo tanto, que deben despojarse del orgullo que les hincha! Los espíritus todos he­mos cumplido una misión trascendental cerca de vosotros, en la que hemos realizado actos de los más sagrados para restablecer el árbol genealógico-espiritual, por desgracia tan descuidado de los hombres.

Procurad ser buenos para que podáis ver a vuestro Maestro, ‘a este que ha venido y está entre vosotros, al que fue coronado de espinas para salvar a la humanidad y conseguir el perdón de los pecadores. Los escribas y fariseos, orgullosos de su poderío, hicieron cuanto estuvo a su alcance y mi misión permitió, para cumplir sus malévolos planes; y no queriéndome reconocer como Rey y Soberano de todos, causas para ellos desconocidas les obli­garon a darme ese título, contra su voluntad, a la hora de mi muer­te. ¡Pobres hermanos! ¡Qué ciegos estaban! He sido y soy el Rey de los reyes, y he venido a esta cabaña para esclarecer las doctri­nas que prediqué, a fin de que vean los hombres que siempre ha sido la humildad la que ha practicado el Maestro, distinguiendo a los sencillos de corazón para hacerles los depositarios de las cosas sagradas.

Presiento lo que han de decir, muchos hombres al leer esta obra, bien sean de los descreídos, bien de los pseudo-sabios: «¿Dónde está ese punto que Jesús tanto ha visitado para inspirar y dirigir esta obra regeneradora, dirán, esta obra que aclara las verdades que El predicó y que luego repitieron sus discípulos? ¿Cómo es posible que el Señor de cielo y tierra se haya llegado a esos hombres para decirles las cosas venideras, a unos espiritistas que no parecen ser inteligentes? ¿Quiénes son los elegidos que han logrado recopilar en ese libro todas las verdades ocultas hasta hoy, relacionadas con lo venidero? ¿No hubiera sido más lógico que estas revelaciones las hubieran obtenido quienes poseen estu­dios científicos? Reconocemos en esta obra, dirán últimamente, una superioridad inenarrable. No es científica ni tiene pujos de fi­losófica; pero si es moral y expone de un modo sencillísimo las verdades de Jesús y de otros espíritus elevados».

Esta obra, hermanos, dará mucho que decir, porque será co­mo un nuevo Evangelio, aunque no lo parezca. Viene a establecer un nexo entre el Antiguo y el Nuevo 1 estamento, y entre éste y la Revelación del porvenir. Los creyentes pueden decir en alta voz que hemos llegado a los tiempos prefijados, y que el Espíritu de Verdad no ha faltado para descifrar lo oculto. ¡Ay del que rechace estas verdades! Será borrado del libro de la vida. No creáis que al ser esparcida por el mundo esta obra regeneradora, os quede mu­cho tiempo para reconciliaros y figurar entre los elegidos del Señor, no; el tiempo será corto, y os ruego a todos los que queráis el progreso del espíritu que os decidáis pronto a estudiar la ciencia de lo espiritual, que es lo que el libro enseña.

Aunque muchos digan que a lo que hace referencia la obra; es cosa antigua, ya casi protohistórica, de lo que también trata el Nuevo Testamento, y que no tienen necesidad de disponerse a emprender este camino, porque hace veinte siglos que se está anunciando la fin del mundo, y todo sigue como el primer día, vo­sotros, ateneos a vuestra fé. ¡Desgraciados de ellos si no ven los señales inequívocos! No tendrán el tiempo que se creen para en­mendarse de sus yerros; pues, una vez publicada la obra, no pasarán veinte, ni diez, ni cinco siglos, ni uno tampoco, en acontecer lo que el Padre tiene anunciado. Lo tenéis reflejado muy claramen­te en el Nuevo Testamento, al decir que, llegados que sean los tiempos, se cumplirán mis promesas; porque «el cielo y la tierra pasarán, peroráis promesas no pasarán» (Mateo, XXIV, 35).

A todos me dirijo con el más sincero amor que a vosotros me une, a todos os invito a que no rechacéis las sublimes verdades de esta obra y a que, desde el momento que hayáis tenido ocasión de apreciar sus. enseñanzas, os dispongáis a seguir el camino que marcan las comunicaciones de los elevados espíritus en ella conte­nidas. Si queréis salvaros y no sucumbir en las ruinas, empapaos de sus consejos y fijar los ojos en vuestro Maestro para seguir adelante, a fin de encontraros reunidos con las numerosas ovejas’ que habían sido descarriadas y que por haber reaccionado a tiem­po, podrán salvarse de la catástrofe.

Mi espíritu siente mucha tristeza, hermanos, porque ve que este cataclismo es inevitable y que miles de seres hallarán en él su perdición por su incredulidad y por su negligencia en querer saber lo que más les interesa; ¡Qué lástima, Dios mío! ¡Tanta inteligen­cia entre los hombres, y tan refractaria a las Leyes del Padre! ¿Por qué estos sabios no dejan su materialismo y se ponen al frente de las masas ignorantes, pero de buena voluntad y fe sincera? Ellos que podrían ser los guías morales y materiales de la humanidad, se encierran en su castillo de marfil, o si algo hacen para con la masa indocta, es engañarla, para que siga siendo el pedestal de su fementida grandeza. No les importa la admonición de los en­viados: están bien en la Tierra y desprecian todas las cosas divi­nas. ¡Desdichados! Su estupidez les cierra los ojos para lo espiri­tual, que es inmutable y eterno, y se los deja abiertos para lo ma­terial, que es efímero, burdo y cambiante. ¡Despertad, infelices, despertad, y mirad con vuestra vista acostumbrada al análisis el fondo de cualquiera cosa, de una simple brizna de hierba! ¿Os consideráis capaces para hacerla en vuestro laboratorio? Si no os consideráis capaces, ¿por qué no aceptar y proclamar una Inteli­gencia y un Poder superiores como Causa de ella?

Fijaos, hermanos míos, en que el Padre os llama para que acudáis arrepentidos a darle gracias por haber rasgado el velo que cubría a vuestros ojos los misterios de la eternidad. El, con su in­finita misericordia, no cesa de daros facilidades para alcanzar la perfección. ¿Por qué vosotros, no correspondéis con la gratitud. ¿Por qué no le decís: Padre, tened misericordia de nosotros, pui haber sido tan endurecidos de corazón; reconocemos nuestra poca fe y vuestra gran piedad, y en adelante seguiremos vuestro cami­no tan despejado y libremente trazado a nuestra vista, reconocien­do como verdaderos enviados vuestros a los espíritus elevados que se han dignado transmitirnos vuestras Leyes. Gracias les da­mos a todos ellos por su incansable celo en amonestarnos y en despertar nuestros sentimientos con inclinación a seguirles?

Así es como debéis de obrar; este es el camino a que os im­pele vuestro Maestro y hermano, para que el día de la separación del cuerpo pueda el espíritu elevarse y remontar hasta las superio­res esferas, despojado, limpio de las imperfecciones materiales. Desde allí podremos dar gracias al Padre celestial y acompañados de vuestros guías recorrer el espacio para progresar más y más.

Así lo desea vuestro hermano y Maestro,

Jesús.