Voz de aliento

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Dios guíe vuestros pasos, hermanos míos «Velad y orad; así no caeréis en tentación» Esto estaba diciendo a mis apóstoles cuando estaba en el huerto orando a mi Padre; y ellos, ¡pobrecillos!, dominados por aquel sueño, no pensaban en el enemigo. (Mateo 26.  V.  41). Al fin llegó la turba, que venía a prenderme. Entonces los llamé, diciéndoles:

«Velad hermanos míos, he aquí, ha llegado ya el que me ha entregado.» (Mateo  C.  26.  V. 45). Cuando vieron la turba, se levantaron muy furiosos para rechazarles; pero yo les detuve y disipé aquella fuerza que habían acumulado para despedazar a los enemigos.

Así mismo vosotros, hermanos míos, estáis delante de los contrarios; por esto os recomiendo; «Velad, velad, porque estáis rodeados de enemigos, y tenéis de defenderos; pero que no sea con la espada en la mano, como lo hizo, cuando me pretendieron, mi Apóstol Pedro. (Mateo  C.  26.  V.  51). ¿Sabéis hermanos míos, cual ha de ser vuestra arma? El evangelio y la práctica de la moral: esta es fuerte, invisible y poderosa que rechaza todas las traiciones y la cólera que contra mis creyentes sienten algunos hombres. Así lo hacía yo. Con mis palabras benévolas, con el amor ardiente, con los actos llenos de dulzura, que sentía y salían de mi corazón, para con todos mis hermanos me hacía la gente mía; y los que querían escuchar mis evangelios, me seguían y practicaban mis doctrinas.

Pero ¡ay! ni con tanta dulzura podían despertar aquellos corazones empedernidos; antes al contrario; llenos de furia, y con gran furor, hicieron de mi todo lo que quisieron, para destruir mi cuerpo sagrado. Pero nada importa; ya sabéis que mi misión era venir al mundo para redimir al género humano, y se tuvieron que cumplir las palabras de las sagradas escrituras, profetizadas desde hacía muchos años por varios varones justos.

Ya sabía que de mi martirio dependía el bien del género humano, y nada me importa la muerte, ni el sacrificio a que gustase me daba, porqué solo sentía un vehemente deseo; el de que todos mis hermanos, por mis sufrimientos, comprendiesen el verdadero camino que les trazaba: y sabido es que morir es vivir.

Cuántos de vosotros, hermanos, si hoy os encontraseis en un trance como el mío, o como el de los mismos apóstoles en aquel entonces, ¡aún  llamándoos espiritistas harían mayor traición que la que hizo San Pedro! (Mateo  C.  26.  V.  70 al 74).

Nunca,  hermanos  míos, neguéis a  Vuestro Maestro. Sed buenos rebaños siempre, que yo soy el pastor que os dirijo, y no hay quien pueda conduciros  al punto  de la salvación como yo. No debe importaros los ultrajes y las privaciones que habéis de sufrir, ni debéis temer al que dirán, porqué esto es incomparable con lo mío y lo de aquellos que siguieron mis pasos: solo es, como un pequeño grano de arena dentro del mar. No temáis a la corona  de espinas que puedan poner en vuestra cabeza, porqué solo pueden tejerla con palabras, mientras que la mía fue de espinas. Además, hoy tenéis libertad de pensamiento, ¿Qué sacrificio habéis de hacer para ser buenos cristianos? Solo saberos desprender de ese pequeño respeto humano, sin miedo al que dirán; porqué,   ¡desgraciado del que dé más cuenta de su conciencia a los hombres, que a Dios! A los cobardes del siglo veinte, pronto se les acabará ese furor que sienten para con los que siguen el camino recto. ¡Ah! que terrible despertar será el suyo.

A vosotros, hermanos, a vosotros me dirijo, porqué  habéis comprendido mi evangelio y ha beis. empezado a andar por ese camino estrecho, que, fuera de ese planeta, se va ensanchando de uno a otro. ¿Veis esos horizontes, esas maravillas tan hermosas creadas por el Padre?; aunque ahora no las veáis en todo su desarrollo, vosotros, los fervorosos creyentes, podéis comprenderlas. porqué tenéis en vuestro cerebro las  ideas  espirituales inculcadas por vuestro Maestro. Por lo tanto abrid los ojos y mirad las grandezas de la naturaleza; despreciad del mundo material todas sus vanidades, y una vez os encarriléis por el progreso, daréis gracias al Padre por el feliz derrotero que habéis emprendido.

Todos los trabajos, todas las imprecaciones que habéis recibido de los ignorantes por mi causa, serán un pequeño martirio para el cuerpo, y el en cambio, se convertirán en corona de laurel para vuestro espíritu.

¿Qué es la vida en este mundo? Un sueño, y sólo un sueño. Pues por tan corto tiempo de bienestar material, no tengáis los ojos cerrados. A los que quieran seguirme, no les reduzca el pequeño período de placer que puedan pasar en la tierra; de lo contrario, perderán el paraíso de que gozan los espíritus elevados.

Nunca os podéis imaginar la bondad y grandeza del Padre: sólo, tendríais vaga idea si vuestro espíritu recordase las grandezas que ha visto antes de tomar materia. En aquellos momentos; el espíritu que es algo elevado distingue una parle de las galas de los espacios infinitos donde reina la más completa armonía; y por eso la reencarnación con vuestro mundo es apreciada por todos como una pena. Por fortuna vuestra, ese recuerdo no os acompaña; y es una fortuna, porqué os evita un cruel tormento, y es una fortuna, porque trabajáis más espontáneamente en vuestro perfeccionamiento. Sí, es verdad que a veces vuestro espíritu, en el estado de sueño, se va a las altas esferas, al lado de otros más elevados, y disfruta un poco de aquellas delicias del Padre celestial; cuando vuelve a la materia que ha dejado, como es tan grosera, la mayoría de las veces no se acuerda de nada; alguna vez le queda una pequeña sombra de lo que ha visto, y al que está penetrado de la creencia evangélica, le quedan algunas instrucciones de lo que ha recorrido. Por hoy, hermanos, creo suficientes los consejos dados. Acostumbraos a ser fuertes y rogad y obrad en lodo conforme a la voluntad de Dios.

JESÚS.