De la mediumnidad

12 – 2 – 1911  – 42

La paz de Dios sea entre vosotros, hermanos.

Bien sabéis que habéis venido a la tierra para re­sarcir faltas pasadas, y para abreviaros tiempo, estáis dotados de alguna facultad, que siempre podéis desarrollar en vuestro progreso, según la inteligencia y perfecciona­miento que hayáis adquirido a través de las existencias.

Facultados en diversos grados para poder enseñar a los de­más, vais formando una masa uniforme de inteligencia emanada del Padre, aplicada al desarrollo y perfeccionamiento de todo lo que alienta y palpita. Han llegado los tiempos predichos por Je­sús, y la intervención de los espíritus en todo es demostrada por la extensión de las facultades medianímicas. Lo que era oculto va siendo descubierto paso a paso.

Si la mediumnidad adquirida por algunos hombres fuese bien cultivada y aplicada, veríais cosas muy grandes; pero en estos tiempos de esceptismo, la mayor parte de los que la poseen no sa­ben aprovecharla en su propio bien, y menos en beneficio de los demás. Menosprecian un don de Dios conquistado por sus esfuer­zos de otras vidas; y, claro está, el don del espíritu desaparece de allí donde lo desprecian.

Peor, todavía, es lo que hacen otros con su facultad: emplearla en la consecución o logro de sus torpes apetitos. Estos tales me hacen el efecto de los que se encumbran a fuerza de sacrificarse por los vejados y oprimidos, y luego que se han encumbrado, son los déspotas que más les cruzan el rostro con el látigo, de la veja­ción y de la tiranía.

¿Sabéis porqué la mediumnidad ha sido despreciada por algu­nos? Porque ha sido, para ellos, lo contrario de lo que se propo­nían. Pensaban que les proporcionase respetos, dinero y vanaglo­ria, y les proporcionó algún disgusto y la maledicencia general. Por eso la despreciaron. Pero, ¡con qué gusto la procurarían de nuevo, si la comunicación les descubriese tesoros ocultos, historias vergonzosas que pudieran, explotar o cualquier otro medio de hacerse con la fortuna que codician! Así el Espiritismo sería cosa buena, insuperable; y la mediumnidad, la más preciada de las gra­cias. Así, también, sería el Espiritismo un tan poderoso talismán, que atraería a su vivac a la mayoría de los hombres, porque la mayoría está tocada del mismo defecto.

Oigo algunas voces que me objetan: ¿No sabes tú, espíritu, que no faltan quienes, por la comunicación, han descubierto teso­ros grandiosos, cantidades de mucha monta?» Sí, lo sé; pero yo os digo en alta voz, que el hombre que quiera seguir el camino de la perfección, no debe entretenerse y no se entretiene en evocar a espíritus que se presten a inclinarle cómo puede conseguir dinero sin ganarlo con su esfuerzo honrado. Estos espíritus no son los que señalan como boyas luminosas el camino del progreso, sino que, muy al revés, conducen a la desesperación y a la muerte mo­ral. Los espíritus de luz, los que tienen por misión guiar a sus protegidos y a la humanidad en general hacia la eterna Sion, cuidan poco de las riquezas materiales, a las que no dan otro valor que el convencional del mercado en el instante y en la cuantía en que cubren una necesidad; fuera de aquí son para ellos humo, cieno. Y el verdadero tesoro, la verdadera riqueza que tratan de proporcio­nar, es la de inducir al cumplimiento del deber. Recuerdan que Je­sús dijo que era más fácil entrar un camello por el ojo de una agu­ja, que no rico en el reino de los cielos. (Mateo, XIX, 24).

Esforzaos en tener fe, que, si la tenéis arraigada, no os des­viaréis del camino recto. Tenéis ante vuestros ojos la vida del Maestro. El, siendo Rey de cielo y tierra, despreció todas las ri­quezas, se humilló a los más relajados de los hombres y prefirió pasar por todos los ultrajes a usar de su omnímodo poder para re­pelerlos. En todos sus actos nos demostró el mismo amor a los pobres, y los llamaba a su lado para presentárnoslos como mode­los. ¿Tenemos de conduciros a vosotros, creyentes y escogidos apóstoles de la nueva regeneración, a las riquezas mundanas? No, porque son un estorbo, cuando no un peligro, para el progreso del espíritu. Habéis dado un paso, y no pequeño, en la senda del bien y habéis disipado la niebla que obscurecía vuestro porvenir: no queráis perder el terreno ganado y que nuevamente las sombras de la noche se interpongan entre vuestro presente y las luminosi­dades de vuestro mañana. Seguid la senda, seguidla, y no tendréis de que arrepentiros.

La facultad que habéis adquirido, cultivadla con esmero. No hagáis alarde de ella; pero no la dejéis enmohecer. Que sean los hechos los que la acrediten y los que hablen por vosotros. Día vendrá que veréis muy claro el resultado, y entonces daréis infini­tas gracias a Dios por tan inapreciable galardón. ¡Ay de los hom­bres que, poseídos de él, lo atribuyen a la casualidad! En otras existencias, si llegan a adquirirlo, será después de haberlo regado con lágrimas de sangre.

No espero suceda así entre vosotros. Ya veis que todo lo de este mundo es pasajero, escoged, aunque tenga espinas, el cami­no que recorrió Jesús. Nada debe espantar a los hombres de bue­na voluntad. Sabéis que cada una de las espinas que se clavaron en las sienes de Jesús fue otro rayo de luz que brotó en beneficio de la humanidad y una fuente de piedad y amor para sus discípu­los e imitadores. Los mismos que le crucificaron han dado testimo­nio de ello, venerando las santas espinas como homenaje de este pueblo; pero es uno de tantos errores de los idólatras modernos. Venerar los instrumentos usados en el suplicio del Santo entre los santos, es una ignominia y una degradación del sentimiento reli­gioso, que no puede en modo alguno ser agradable a Dios.

Os encarezco, hermanos, que acaparéis el más valioso de los tesoros: el amor vivo, el amor ferviente, el amor sublime y re­dentor, que os llevará a perdonar misericordiosos a vuestros ene­migos, a tender vuestro apoyo sincero a las viudas y necesitados, a desviar a todos los ciegos del alma del camino de su perdición, y a proclamar en todas partes con la frente erguida la moral del Crucificado. Sed avaros de ese tesoro y vuestra avaricia os será recompensada. Así os lo desea vuestra

Hermana de la Caridad.